lunes, 14 de abril de 2025
El estado soy yo
domingo, 6 de abril de 2025
Melomanía
Hubo una época donde era habitual encontrar pequeñas bibliotecas musicales en las casas, muebles donde se ordenaban valiosos cedés. Estos mostraban los gustos musicales del dueño, los cuales solían estar, en general, en consonancia con los grandes éxitos. Es decir, la música se compraba y almacenaba. Era algo físico. Todavía tengo mi colección, aunque he de admitir que llevo muchos años sin usarla porque ahora escucho canciones en YouTube. Si me hubiesen dicho, lustros atrás, que en el futuro tendría toda la música existente al alcance de un clic, no lo hubiese creído.
Yo era el típico heavy que se sentaba a tu lado en clase y te enseñaba algunas canciones de su walkman, eran otros tiempos. Ya en aquel entonces los heavys eran una raza en extinción, e imagino que ahora no habrá casi ninguno. Como habrás deducido, en mi colección de cedés abundan grupos como Iron Maiden, Blind Guardian, Judas Priest y demás. Recuerdo perfectamente cuál fue el primero que adquirí: Queen Rocks. Podrás verlo si lo escribes en Google. Aún lo conservo y es el único del que jamás me desprendería. Lo compré en la antediluviana Pryca.
Con la llegada de Internet, los estantes con cedés en los supermercados fueron disminuyendo poco a poco, asediados por secciones de móviles y tablets; y las tiendas de música, hundiéndose en el abismo. Ya no existen aquellas donde solía echar un vistazo de vez en cuando. Había una en el centro de Gijón, no recuerdo el nombre, donde un día el dueño se quedó mirándome con perplejidad: ¿cómo es posible que un heavy se lleve discos de ópera?, imagino que se preguntó. No sólo se vive de guitarras eléctricas, amigos, y algunos humanos suelen juzgar a los demás por las apariencias. De todos modos, era un tipo simpático y trataba muy bien a los clientes. Lamento que su negocio fuese barrido por los nuevos tiempos.
Quizá alguien se pregunte por qué dejé la estética heavy. Hay varios motivos. El principal, y más importante, es que el tiempo nos cambia; pero hubo otro más determinante: un empresario, al verme, lo primero que me dijo es que debía cambiar de aspecto si quería trabajar. Ni más ni menos. Y pasé por el aro. Dios ha muerto, como dijo Nietzsche; pero los humanos han puesto un sustituto en su trono: un fajo de billetes. Por lo tanto, es complicado negarse a recibirlos cuando los necesitas. Sólo los más afortunados pueden usarlos para encender sus puros.
Actualmente, no soy tan melómano como antaño; el único momento en el que escucho música es cuando escribo, pues me sirve de aislamiento y me ayuda a concentrarme. Ahora mismo, mientras tecleo las palabras de esta entrada, suena Don’t Stop, de los Rolling. ¿Apreciábamos más la música cuando la «poseíamos» porque requería un esfuerzo obtenerla y ocupaba un espacio real? ¿La sociedad está enterrando despacio al arte? Si es así, ¿hacia dónde se dirige?
Soy optimista con el futuro distante, la evolución histórica me hace pensar que los humanos lograrán llegar a algo más o menos utópico; pero temo que para ello deberán tropezar con algunos baches. Al fin y al cabo, el humano de hoy se parece mucho al de ayer. Si no es idéntico, se debe sólo a un cambio cultural. Prueba de ello es que bajo toda esa ilusión civilizatoria se agita un cúmulo de odio, un monstruo lovecraftiano que vomita ideologías, xenofobias, espectáculos grotescos. Y la empatía brilla por su ausencia. Por suerte, la música es capaz de calmar un poco al monstruo, igual que la pintura o cualquier otra muestra de belleza. Esperemos que esos paliativos no sean aplastados por el nuevo dios.
viernes, 21 de marzo de 2025
Entrebrumas
Aunque es una de las obras precursoras del género fantástico, Entrebrumas no goza de mucha fama. No sé cuál es el motivo. Quizá no caló en el público por faltarle la épica de novelas posteriores, llenas de héroes combativos que recuerdan a los libros de caballerías. Lo que Hope Mirrlees escribió es más mundano, cercano; la trama se desarrolla en un pueblo y los personajes son personas sencillas. La fantasía se halla en un reino feérico que está prohibido, incluso se considera de mal gusto mencionarlo.
Hay cierta similitud con Bosque Mitago, pues en ambas historias hay un mundo mágico próximo al que los personajes no acceden. La diferencia es que la trama de Entrebrumas es más rica y sugestiva, así que no genera frustración por retrasar el momento donde se muestra el lado fantástico. Además, éste permea de manera indirecta al pueblo que se cree inmune a él. Lo único que puede molestar a algunos lectores, con razón, es un inicio un poco pausado; pero merece la pena recorrerlo porque luego la historia despega y se vuelve interesantísima, ya que contiene grandes momentos catárticos que se cuecen a fuego lento. Si no destripasen la novela, me encantaría comentarlos porque son geniales.
lunes, 3 de marzo de 2025
Falsos dilemas
Quizá notaste un gesto que se repite en una situación concreta: cuando dudas entre si llevarte o no un producto, el vendedor suele colocar uno similar al lado. De ese modo, el cerebro cambia de pensamiento, de «me lo llevo o no» a «me llevo uno u otro». Y la venta se asegura. No estoy seguro de que esto sea cierto, pero lo sospecho porque me ha sucedido varias veces, sobre todo cuando compro una prenda o debo cambiar las gafas. Salvo si es algo que necesito con urgencia, conmigo no suele funcionar y percibo frustración en el vendedor tras irme sin llevar nada. Una reacción natural ante un objetivo incumplido.
Se trata de un dilema ilusorio, la sensación quimérica de que sólo hay dos posibles opciones, pues lo habitual es que haya más de las que parece. Esta especie de erística se usa con frecuencia en política: «nosotros o el caos». Asimismo, es causa de muchos malentendidos en conversaciones que terminan en un pozo sin fondo; ambas partes no se percatan de que esgrimen dos espadas oxidadas, pues ninguna de ellas se acerca a la verdad. A veces es necesario mantener la distancia y tener una visión holística para poder vislumbrarla. También hay que hacer un esfuerzo para comprender lo que dice el otro, ya sabes lo que dijo Spinoza: «Ni rías, ni llores, ni te indignes: comprende».
Hace tiempo que la expresión «no entiendo» está prohibida para mí, porque es muy cómoda. Se usa para no reflexionar un rato y buscar el porqué de un acto humano.
Por supuesto, hay otras posibilidades: dos individuos pueden debatir mostrando un fragmento verdadero, pero sin llegar al fondo del asunto; o uno quizá tome como verdadera una información falsa, etc. El caso es que suele olvidarse que hay más de dos caminos. Yo prefiero acercar las posturas todo lo posible y llegar a un acuerdo, pero eso es imposible con determinadas personas. Los motivos de ello son variados porque la complejidad humana no es pequeña. Algunos, verbigracia, son tan maniqueos que es imposible razonar: su mundo se divide en blanco y negro, como la máscara de Rorschach. Otros simplemente quieren exponer su opinión —recordemos que los griegos diferenciaban entre opinión y conocimiento— para que les aplaudas y se la lustres, no para que la ensucies con tus pensamientos. Esto es, desconocen por completo el arte y placer del diálogo. Su vida es una concatenación de discusiones en las que quieren aplastar pareceres ajenos.
Esa costumbre, evidentemente, lleva a una nube de falacias y a ser un espantajo para la razón. Yo admito que antes tenía más paciencia y estoicismo para lidiar con la estolidez; pero ahora prefiero desaparecer, abandonar una conversación que al final sólo sirve para perder el tiempo.
Mi consejo, si alguna vez quieres tener un diálogo real, uno donde tu opinión importe y haya como objetivo común el llegar a la verdad, es que busques al interlocutor adecuado. No son pocos los que están más interesados en tener razón que en la verdad, amén de que ni siquiera serán capaces de ver ni siquiera dos caminos: su pensamiento es un túnel donde es mejor no mirar, porque te atropellará el tren. Palabras como «es cierto», «no lo había visto así», «déjame darle una vuelta», «tienes razón en eso» y otras análogas no están en sus cerebros. Ni siquiera las pronunciarán cuando el tiempo ponga las cosas en su sitio y se evidencie quién estaba en posesión de la verdad. Si conoces a alguien así, ni te molestes en intentar un diálogo. De los laberintos que construyen los sofistas prefiero ni hablar.
Es sano conocer las trampas dialécticas para no caer en ellas y evitarlas. Saber qué es un ad hominen, por ejemplo, sirve para no emplearlo jamás... si estás del lado de la verdad, claro. Tampoco está mal tener en cuenta que la humildad es inherente a la sabiduría, que siempre conviene tener la puerta abierta a la duda y al error porque somos humanos; o sea, falibles.
viernes, 21 de febrero de 2025
El Eternauta
Si quieres adentrarte en El Eternauta desde cero, sin saber nada sobre la trama, no sigas leyendo: desvelo un detalle inicial que quizá no quieras conocer. Yo lo sabía desde un inicio y no me importó, pero entiendo que a algunas personas no les agrade ni el más mínimo destripamiento.
Allá por finales de los cincuenta, apareció en Argentina una historieta que hoy es de culto: El Eternauta. Su fama es merecida porque tanto el dibujo como el guión son muy buenos. Se trata de un cómic que aún se lee con interés y tiene mucha presencia en tiendas especializadas. Aunque lo tenía pendiente desde hace tiempo, logré hacerle un hueco estos días.
Unos amigos jugando a las cartas. Así empieza, mostrando lo cotidiano hasta que una anomalía lo interrumpe: una nevada que mata con el contacto. Los amigos, entre los que se haya el protagonista, contemplan horrorizados cómo las calles se cubren de cadáveres; cómo todo lo que conocían se derrumba abruptamente. Por supuesto, algo de tamaña magnitud hace mella de inmediato en ellos, y algunos son invadidos por el pánico y la paranoia.
Es una manera genial de empezar una historia y de enganchar al lector desde la primera página; pero no termina ahí, pues no tardan en averiguar que detrás de la nevada hay una invasión extraterrestre. Y no diré más. La trama, para mi sorpresa, no dejó de crecer hasta el final; hay en ella una clara intencionalidad de sorprender y fascinar, lo cual consigue con creces. Una vez que te adentras en El Eternauta, es complicado dejarlo, necesitas saber qué será de los protagonistas y a qué se enfrentan. ¿Podrán detener al invasor? ¿Cuál es el aspecto de éste en realidad? Los misterios se revelan en el momento justo para mantener vivo el interés y el desenlace no decepciona; es decir, la parte narrativa es sobresaliente.
Por otro lado, el dibujo también está a la altura. Puedes notar en cada momento lo que sienten los personajes por sus expresiones y lenguaje corporal. Y la estética de los alienígenas es aterradora, amén de que evoca la fascinación por otros mundos. Los decorados también cumplen, ya que están dibujados con mucho mimo y transmiten la soledad de una urbe muerta. Me quedé mirando las casas del fondo más de una vez, imaginando qué habría en sus interiores.
Las personas que tuvieron la suerte de comprar la revista semanal donde apareció por primera vez, Hora cero, asistieron al nacimiento de una obra legendaria que sobrevivirá al paso del tiempo. Fueron las afortunadas que lo vivieron en primera fila. ¿Cuántas conservarán las revistas? Ahora es posible conseguir todos los episodios en un único volumen integral; sin embargo, eso no supera al encanto de la publicación original, en mi opinión.
Lo cierto es que el cómic se ha convertido en uno de mis favoritos; lo pondría en una posición elevada si hiciese un top. Tal vez entre los cinco primeros. Tengo interés por la serie televisiva que aparecerá este año. Me pregunto si será fiel al cómic u optará por seguir una ruta diferente. Imagino que harán lo primero para evitar críticas, o introducirán sólo unas pocas novedades: cuando se trata de un clásico, el público suele mostrarse reacio a los cambios.
Hay una segunda parte que continúa la historia. Le echaré un vistazo en el futuro, espero. ¿Mantendrá el buen nivel de la primera?
jueves, 30 de enero de 2025
Alastor. Trilogía del cúmulo estelar
martes, 14 de enero de 2025
El asombroso mundo del cómic
Cuando era niño, la música no me atraía demasiado: escuchaba la banda sonora de Dentro del laberinto y poco más. Eso cambió a los catorce años, porque cayó en mis manos un disco que cambió mi visión de la música para siempre: Innuendo. No miento si digo que lo escuché más de un centenar de veces. Luego adquirí más discos del grupo y me aficioné al rock. Podría decirse, por lo tanto, que Queen fue la entrada a un universo espectacular. Con los cómics me pasó algo parecido, aunque más recientemente.
Estuve un par de lustros sin prestarles demasiada atención; sólo leía al Doctor Extraño de vez en cuando porque me entusiasmaban esas dimensiones raras e ignotas. Recuerdo que conocí al personaje mientras veía los dibujos de Spiderman y me cautivó. Aun así, veía a los cómics como un entretenimiento banal y pueril... hasta que me topé con Maus. Me percaté entonces de que podían hacerse obras impresionantes en ese medio, y me apresuré a reseñar Maus en mi blog anterior, allá por el dos mil once. Mi perspectiva de los cómics dio un giro, igual que me ocurrió con la música. Por desgracia, esto sucedió más tarde; así que me perdí ese mundo durante años.
Maus me enseñó a respetar las viñetas, y Alan Moore, a considerarlas tan importantes como las novelas. Seguro que estarás de acuerdo si afirmo que Watchmen es mejor que muchas obras literarias: la precisión con la que está narrado quita el hipo, y hay sensaciones que sólo pueden transmitirse a través del dibujo. Tanto el cómic como la novela son medios diferentes de narrar y cada uno es valioso a su manera. También el cine, por supuesto; aunque debo confesar que no me atrae tanto, nunca fui muy cinéfilo y preferí las series. Eso ya es una cuestión de gusto personal.
Ahora, de vez en cuando, visito las tiendas de cómics en busca de obras interesantes y pueden encontrarse algunas en mi biblioteca, desperdigadas entre los libros. Habría más si los precios no fuesen tan prohibitivos. De todos modos, no me convertí en un lector voraz de cómics; aunque sí vienen bien para cambiar de aires. Hay un autor en mi editorial, Israel, que está dibujando uno magnífico con un estilo muy chulo. Lo recomiendo.
Tengo ya unos cuantos cómics importantes dentro de su historia: además del mencionado Watchmen, From Hell, All-Star Superman, La broma asesina, Berlín... Pero hay uno que leo más que el resto, que me traslada a su universo de inmediato y hace que olvide los problemas durante unos cuantos minutos: Calvin y Hobbes. Estoy seguro de que muchos pensarán que es infantil, superficial, y lo cierto es que varias de sus tiras sí que pueden considerarse así; sin embargo, no hay que olvidar que Watterson estudió ciencias políticas y la superficialidad es, en muchas ocasiones, aparente. Pienso que ese autor conoce lo realmente importante de la vida, que es efímera, y tomó la decisión adecuada al retirarse tras dedicar un tiempo más que suficiente a su obra. Por supuesto, continuarla o cambiar de personajes también habría sido igual de respetable si eso es lo que le llena.
Yo pensé en dejar la escritura, pero me resulta imposible: acompañar a mis personajes en sus aventuras es una sensación inigualable. No me importa si llegan o no al papel. Lo más probable es que seguiré escribiendo hasta la muerte, aunque no seré muy prolífico. Me gusta tomarme el tiempo necesario para que madure la trama y corregir durante meses. Hace poco me enviaron la galerada de mi última novela, que ya había corregido un montón de veces, y realicé más de cincuenta cambios. Este perfeccionismo me atormenta; nunca estoy satisfecho con nada. Por suerte, los cómics son un remedio para los momentos más duros.
Es una lástima que algunas personas los menosprecien y se los pierdan.