martes, 6 de octubre de 2020

El trono de huesos de dragón

 


«Los chicos que trabajan en las cocinas no han sido engendrados por un pescado o empollados como huevos de gallina. Pueden pensar como los más sabios entre la gente sabia sólo si no luchan contra la llegada del conocimiento: si no empiezan a decir "no puedo" o "no quiero"». Tad Williams dándole una patada al clasismo. 

Si tuviese que hacer una lista con las mejores novelas que he leído de fantasía, la tetralogía traducida como Añoranzas y pesares se encontraría entre las diez primeras posiciones. Para mí es una obra cumbre del género. La leí por primera vez durante mi adolescencia y nunca olvidé unos cuantos fragmentos de ella. Ahora la estoy releyendo con interés, porque ya no soy el mismo y supongo que la experiencia será diferente. 

No son unas novelas fáciles de digerir en la actualidad; el vocabulario es rico y el ritmo, lento. Tad Williams no tiene ninguna prisa en sacar a Simón, el protagonista, del escenario inicial, un castillo donde empieza como pinche de cocina y acaba convirtiéndose en el aprendiz del doctor. El objetivo es lograr que comience en lo más bajo y vaya evolucionando poco a poco, que su transición a héroe no sea de la noche a la mañana. Al lector de fantasía medio suele gustarle que el personaje se vaya haciendo más poderoso: ora consigo un artefacto mágico, ora aprendo a manejar el arco, ora... 

El universo construido tiene muchas semejanzas con el nuestro: «Juro por el martillo de Dror», «Como Jesuris en el famoso espino»... No destaca por su originalidad, pero funciona. Lo malo es que el autor se explaya demasiado explicando el trasfondo: a veces los personajes acompañantes solo cumplen la función de narrarle hechos históricos a Simón; es decir, al lector, durante bastantes páginas. Esto queda impostado y me recuerda a El mundo de Sofía, donde la protagonista aprende filosofía haciéndole un montón de preguntas a su mentor. 

Las partes de acción son escasas, lo cual no debería suponer ningún problema; pero hay un error grave: mal uso del cliffhanger. En una obra más ágil no lo vería tan mal. Aquí, en cambio, teniendo en cuenta que uno de los pocos momentos emocionantes —el que aparece en la cubierta— no llega hasta que han pasado unas cuatrocientas páginas, ese error puede lograr que el lector defenestre el libro. Imagina que has leído cientos de descripciones detalladas hasta llegar a la primera escena larga de riesgo, una en la que la vida de los personajes pende de un hilo, y el autor la corta a la mitad para darte en las narices con una subtrama tediosa de poca relevancia. Pienso que debería cortarse un poco después, no en el instante álgido. 

También hay fragmentos que podrían quitarse y la trama se seguiría entendiendo a perfección. O sea, paja. Sin embargo, cualquier lector que sepa perdonar eso se verá recompensado con creces. La mencionada evolución de Simón es una de las mejores que se han escrito. Podría afirmarse que estas historias son el paradigma perfecto del monomito, el viaje del héroe. Es muy satisfactorio ir descubriendo cómo crece ese chico travieso que vaga libremente por el castillo; cómo sale de su zona de confort para enfrentarse a una nueva realidad desconocida y peligrosa. Además, los personajes están muy bien construidos y tienen un carisma especial. 

Al fin y al cabo, ¿qué obra de estas características no tiene taras? ¿Y no hay cierta belleza en ellas? Dan personalidad, son un reflejo de quien las ha escrito y de su humanidad imperfecta. Todo va bien mientras lo negativo no sea lo predominante, y en Añoranzas y pesares no lo es ni de lejos.