miércoles, 11 de noviembre de 2020

Cobra Kai

 


No esperaba mucho de este renacimiento; pensaba que sería otra de esas explotaciones nefandas que se hacen de la nostalgia. No son pocos los que recuerdan con cariño aquella peli donde la patada de la grulla hizo vencedor al bueno, y sería fácil producir una serie que obtuviese beneficios a pesar de su mediocridad. Sin embargo, no es el caso. A veces lo que se pretende es construir algo que merezca la pena, como ocurrió con Dredd, film que supera al de Stallone. Y también ocurre con Cobra Kai

Las intenciones son claras: profundizar en el trasfondo de los dos antagonistas, Daniel y Johnny, y mostrar cómo les han tratado los años. El primero, que tuvo la suerte de tener un buen sensei, se convirtió en un exitoso vendedor de coches; el segundo, aún marcado por el fracaso y la humillación de aquel torneo, perdió el rumbo de su vida e intentó ahogar las penas en alcohol. El espectador empatiza con Johnny rápidamente, porque el contraste entre ambos personajes acentúa su desgracia e inspira lástima. Además, Daniel no es alguien perfecto: rezuma presuntuosidad y condescendencia. 

Johnny, ex alumno aventajado del temible sensei Kreese, debe soportar ver el rostro sonriente de su antiguo rival en la tele y en pancartas. Cuando las circunstancias lo llevan al límite, decide volver a fundar Cobra Kai para darle un sentido a su vida. La filosofía que enseña es la misma: golpea primero, fuerte y sin piedad. Pero intenta no ser tan extremo como Kreese, lo cual sirve para teñir de ambigüedad a lo que antes era una sencilla pieza de la infamia. 

El inevitable conflicto entre los dos personajes está muy bien llevado y despierta el suficiente interés. Quizá el problema está en lo predecible que puede ser el guión, porque sabes por dónde va a ir desde muy temprano; con todo, hay varias sorpresas para atenuar eso, algunas de ellas ocurrentes y memorables. Personalmente, me interesa más lo que rodea a los veteranos que a los jóvenes; pero puede tratarse de una cuestión de gustos. Y uno de los objetivos más importantes de la serie es enseñar la influencia que puede tener un adulto en alguien de temprana edad. Un maestro puede ser alguien positivo que te lleve al conocimiento, a descubrir aquello que te apasione, que se te dé mejor... o todo lo contrario. 

Por tanto, ¿no es Johnny una víctima? ¿No lo es al menos en parte? Él cayó en la telaraña de Kreese desde muy pequeño y fue fagocitado por ese concepto vehemente del combate. Se me ocurre una ucronía: intercambiar los maestros de los protagonistas y ver hasta dónde calan sus enseñanzas. 

La serie va por su segunda temporada y aún mantiene su frescura, funciona. Me parece muy recomendable. Es, junto a El Mandaloriano y Gambito de dama, de lo mejor que he visto este año. Lo único que se echa en falta en ella es la ausencia del fallecido Pat Morita; habría sido fenomenal que apareciese en algunos capítulos para «dar cera y pulir cera». Esas palabras están grabadas a fuego en el imaginario colectivo y forman parte de una de las escenas más entrañables. Por no hablar de la deliciosa banda sonora que acompaña al entrenamiento en Karate Kid III.