jueves, 3 de noviembre de 2022

¿Qué es un roguelike?

 


Es fácil encontrar intensos debates sobre qué es exactamente un roguelike. El asunto ha provocado duelos, matanzas y apocalipsis. Planetas enteros destruidos entre explosiones de nerds airados. 

La palabra, en principio, lo deja muy claro: roguelike es «como el Rogue»; es decir, como aquel clásico de principios de los ochenta. Los primeros juegos que han seguido su estela no dejan lugar a dudas, porque se limitan a copiar y ampliar el original. Uno de mis favoritos, Angband, añade más pisos, monstruos, personajes, objetos... Es como un Rogue multiplicado por diez, y mantiene lo que considero imprescindible: muerte permanente, turnos y un alto nivel de azar. Para mí, los juegos que no reúnan esas características no deberían estar dentro del género. Por eso a alguien se le ocurrió el término Roguelite —con la letra te— para designar a los que han introducido elementos demasiado diferenciadores. 

Uno de los aspectos más importantes, uno que más sentido le da a jugar a estos juegos, es la continua sensación de riesgo que da la muerte permanente. Nunca se sabe cuándo va a producirse esa situación crítica donde un paso en falso acaba con todo; pero cada fracaso supone un aprendizaje que mejora al jugador, lo acerca un poco más a la victoria. Por lo tanto, la pregunta adecuada no es «¿ganaré en esta partida?», sino «¿hasta dónde llegaré?». Las personas que usan otro enfoque suelen rendirse y abandonar el género, porque no soportan perder a un personaje después de haber jugado unas cuantas horas con él. Es mejor no encariñarse con ellos.  

Que sea por turnos es otra faceta fundamental; Rogue, el título primigenio, se concibió de esa manera y se define como un juego de estrategia, lo cual es cierto. Los turnos le dan un toque característico a las tácticas que se usan para afrontar los diferentes peligros. Algunos monstruos no pueden ser derrotados con tu arma básica, así que toca pensar en huir o usar combinaciones de objetos para debilitarlos. Dependiendo de qué Rogue se trate, a veces es mejor uno u otro caso. Asimismo, debe tenerse en cuenta que unos pocos enemigos, a pesar de no ser muy fuertes, pueden arrebatarte la experiencia, reducir tus atributos, oxidar tu armadura, quemar esos preciados pergaminos... 

Y el azar, no puede faltar el travieso azar. Las mazmorras y los enemigos deben ser totalmente aleatorios. De ese modo el jugador siempre desconoce lo que acecha tras cada esquina, amén de que así jamás hay dos partidas iguales. Pocos juegos pueden ser más rejugados que un roguelike. Por supuesto, se trata de una característica que genera situaciones injustas, a veces tanto que no hay posibilidad de escapar; pero es parte del encanto. El truco consiste en minimizar riesgos todo lo que sea posible: si tomas muchos, las probabilidades de morir aumentarán a la larga. Ahora bien, las amenazas grandes suponen recompensas grandes. 

Creo que está claro lo que es un roguelike para mí. Todos los que se crearon después del juego original lo son: ADOM, Angband, Nethack... A partir de ahí, también lo es cualquiera que reúna los detalles explicados. Así que son roguelikes Sword of Stars: The Pit, Infra Arcana, Prime o Brogue, por mencionar cuatro. Los títulos como Binding of Isaac tienen algunos rasgos del género, pero no son roguelikes aunque en muchos sitios se vendan como tal. Añado que es necesario algo de sentido común: Rogue va de un pícaro que desciende pisos en una mazmorra, concepto que sólo puede estirarse hasta cierto punto antes de que se rompa. 

Desgraciadamente, son juegos para un público muy específico y no gozan de la fama que merecen, a diferencia de los sencillos roguelites como Vampire Survivor. Si nunca has probado este género y tienes curiosidad, te recomiendo empezar por el original. Abajo dejo un enlace a una versión con mejores gráficos, porque lo habitual es que todo esté representado por letras. Un dragón, por ejemplo, sería una «D»; un goblin, una «g»...


miércoles, 24 de agosto de 2022

El despertar del Leviatán

 


El libro comienza con un breve prólogo: Julie está atrapada en una nave con invasores desconocidos, los cuales torturan a sus compañeros de tripulación. Cuando se libera, descubre algo misterioso, inexplicable, que será el gancho inicial para el lector, la promesa que conviene hacer al principio para cumplirla luego con creces.  

A partir de ahí, la estructura se bifurca, narra las historias de dos personajes con personalidades muy definidas. Holden es un idealista, alguien que no es capaz de ver las consecuencias de revelar ciertos acontecimientos. Miller, en cambio, es un detective inveterado que ya lo ha visto todo; por lo tanto, es más certero a la hora de predecir por dónde irá la condición humana. Esta, por cierto, encaja a la perfección con las diferentes circunstancias de cada sitio, ya que el sistema solar ha sido colonizado. Los humanos que necesitan importar un recurso básico lo valorarán bastante más que un terrestre y actuarán en consecuencia. 

Me gustaría ahondar más en el argumento, pero hay peligro de pisar un destripe y salir por los aires. Después de haber leído algunas sinopsis por ahí, llegué a la conclusión de que en esta obra es mejor entrar sabiendo lo menos posible. Baste decir que la trama contiene mucha acción y algunos giros sugestivos. La novela es efectiva en lo primordial: entretiene, y no poco, precisamente. Los dos protagonistas son interesantes a su manera, y la sensación es que sus acciones son las que deben ser porque conectan con su personalidad. Quizá la excesiva planificación de los dos autores —son dos autores que usan un seudónimo— le quite algo de naturalidad al texto, eso sí; aunque tanto trabajo tiene la ventaja de transmitir coherencia. 

La prosa es sencilla, fácil de seguir; sin embargo, en no pocas ocasiones me percaté de que el lenguaje podría economizarse más aún. Y el avance de los «había» es imparable: sé que esa palabra es inevitable, pero no me negarás que verla repetida seis veces en un párrafo corto es excesivo. ¿Será un problema de la traducción? Lo importante es que el estilo escogido logra que la historia fluya con rapidez, así que es fácil meterse en ella. 

No he notado un relleno excesivo a pesar de las seiscientas páginas. En cualquier caso, habrá a quien se le haga un poco larga, sobre todo en la parte final. Esto es muy subjetivo. Si tienes suerte, conectarás con la narración y hasta te parecerá corta, porque sabe mantener el interés. 

El despertar del Leviatán es el primer título de una saga, The Expanse, que asimismo cuenta con una serie de televisión que aún no he empezado; así que no sé hasta qué punto habrán seguido a la obra original. Yo, como he dicho otras veces, prefiero que la serie siga su propio camino para no encontrarme con lo mismo. Ya sabes: lo que funciona en la literatura no tiene por qué hacerlo en la tele o el cine. Ahora bien, tengo la impresión de que la vasta obra, al menos lo que he leído, es muy cinematográfica. Es posible que muchas de sus partes no queden mal en la pantalla. 

Me parece un buen comienzo para una trama duradera. Esperemos que el alto castillo de naipes no se tambalee en el siguiente volumen, porque unos malos cimientos pueden estragar lo que venga después. 

viernes, 22 de julio de 2022

Literatura y capital

 


Una de las sombras del capitalismo es el afán de adquirir todo el dinero posible. Hemos sido educados en un sistema de consumo donde se nos enseña a desear productos: juguetes, videojuegos, hamburguesas, ropa, coches. Adquirir algo nuevo nos inyecta un chute de efímera felicidad. Luego el deseo vuelve a aparecer, nunca se termina, y cuando el fantasma de las navidades futuras enseña una foto de la tumba con el último modelo de móvil, el consumidor gira la cabeza para irse de compras; pensar en según qué temas es tabú. 

En este marco, algunos humanos se dejan llevar por ese anhelo hasta el punto de dejar la ética a un lado, u olvidarse de ella para convencerse a sí mismos de que hacen el bien. Un historiador económico definió al malvado como aquel que perjudica al otro para beneficio propio. Podemos asegurar, por lo tanto, que la maldad prolifera en un sistema capitalista. Es posible verla en todos los ámbitos, incluido el literario. Hay un blog, Miserias literarias, donde se describen las múltiples tropelías de ese mundillo. Se ha quedado algo anticuado, pero es muy divertido y lo recomiendo. Su autor, Prometeo —nombre significativo—, ocultó su identidad para seguir publicando, ya que podrían impedírselo. En ese nivel de iniquidad estamos. Reputación y dinero sobre calidad literaria. 

Un editor pirata sería el ejemplo más claro de malvado: se aprovecha de autores bisoños para obtener grandes sumas de dinero. Estos «editores» deberían buscar un trabajo de verdad, hacer unas oposiciones o algo, y dejar en paz a los que empiezan. Supongo que ya no creen en la literatura porque no han llegado al lugar que creen merecer, lo cual ha fagocitado su empatía. Son, en el fondo, víctimas del sistema. Generalizando, claro, que también hay auténticos tiburones.  

Pero los piratas literarios son el escalón más bajo. Ahora existen métodos más refinados para sacarle los cuartos al autor descuidado; métodos que se esconden bajo una máscara de bondad. Hay editoriales y agencias, no diré nombres porque será innecesario, que parecen normales, hasta tienen autores de renombre bajo su sello; sin embargo, también son una trampa. Como cualquier pez gordo, no le dan el mismo trato al mindundi que al productor de best sellers, obras genéricas destinadas a satisfacer la gran demanda. Estas empresas buscan al nuevo clon de Ken Follett, no arriesgar con ideas nuevas. Lo fascinante es que simulan lo contrario: piden nuevas voces que tengan obras originales. Hacen eso para proponer un informe de lectura a cambio del paraíso... un informe que ronda los cuatrocientos euros. Por supuesto, debe ser hecho por ellos, no vale que provenga de otro lugar. 

Es necesario tener un buen nivel de maldad para exigir, con una sonrisa de oreja a oreja, «confianza plena» al tiempo que intentas colársela al incauto. Por si fuese poco, hablan de los autores como si fuesen arquetipos salidos de una fábrica, como si todos estuviesen henchidos de ego y hambre de fama. Debe ser porque son así muchos de los pavos reales que publican. Hacen un razonamiento inductivo. Supongo que se han olvidado de Delibes y su rechazo al premio Planeta, por poner un ejemplo. ¿Sabes qué haría yo con ese premio? Tirarlo a la basura. Sólo me interesaría la pasta.

La literatura es un mero trabajo para esta gente, un negocio. No se molestan en leer lo que les llega y responden con mensajes prefabricados, impersonales, donde sólo cambian el nombre de la persona a la que se dirigen. Unos te dirán que has escrito una obra excelente, espectacular, y otros, un texto que necesita ayuda urgentemente. ¡Compra mi informe! Una red de falacias evidentes y vergonzantes. 

Esto me recuerda a Hannah Arendt y la banalidad del mal. ¿Serán conscientes estos tipos de lo que hacen? ¿Se excusarán pensando que cumplen órdenes? Para que quede clara la gravedad del asunto, imaginemos a una de sus posibles víctimas; una joven escritora que logra, tras años de esfuerzo, acabar su primera novela para enviarla a Tetimo ediciones. Ahí le dicen que estarán encantados de publicarla, pero necesitan que venda unos irrisorios doscientos ejemplares en la presentación. Calculemos: si la novela se vende por veinte euros, la editorial se embolsará cuatro mil. Y lo que no se venda entre amigos y familiares, los que irán a la presentación, tendrá que abonarlo la autora. Esperemos que sea una familia de clase alta, porque es un buen pellizco. ¿Qué sentirán cuando descubran el engaño? ¿Qué hará la autora después de haber sacrificado tanto por un sueño destruido? Según lo que he visto por la red, te lo digo yo: dejar la escritura para siempre. 

Son pocos los que se recuperan de una experiencia así. En mi caso, he tenido suerte porque de pequeño aprendí a no fiarme de la bondad aparente. Como me engañaron rápido, supe eludir estas estafas del mundo adulto. No veas la de dinero que hubiese perdido sin esos recuerdos inestimables. 

viernes, 8 de julio de 2022

¿Hay vida en otros mundos?

 


En la entrada anterior mencioné un relato de Clarke, El centinela. Muchos lectores fueron fascinados por su final, percibieron el sentido de la maravilla en su máxima expresión. Pero eso no es nada comparable a descubrir, a ser consciente, de lo inmenso que es el universo. Es tan grande que las palabras se quedan cortas para definir su tamaño. 

Una vez escuché el monólogo de un humorista que se mofaba de eso: «Hay gente que cree en la vida extraterrestre porque "el universo es muy grande"». Me temo que tanto él como el público, que se carcajeó con ganas, ignoraban sus dimensiones o no se pararon un momento a reflexionar sobre ellas. 

Para empezar, todo nuestro sistema es una mota de polvo en el camino, un grano de arena en el desierto dentro de la Vía Láctea, una galaxia con unos trescientos mil millones de estrellas. Si quisiésemos viajar a Próxima Centauri, la más cercana al Sol, nos llevaría cuatro años a la velocidad de la luz. Y superar esa velocidad es imposible. Los escritores de ciencia ficción se las han ingeniado de múltiples formas para hacerlo, pero de momento está complicado el asunto. Los pocos exoplanetas similares a la Tierra son inalcanzables y seguirán siéndolo durante mucho tiempo. 

La Vía Láctea nos empequeñece, nos enseña nuestra insignificancia. Ella bastaría para pasarnos una eternidad explorando; sin embargo, sólo es el principio: hay otras galaxias con infinidad de estrellas. Incluso la Vía Láctea, con toda su grandeza, debe inclinarse humildemente ante lo que la rodea. De hecho, la galaxia de Andrómeda no tendrá ninguna consideración cuando colisione con la nuestra en el lejano futuro, igual que el Sol cuando le dé por apagarse. Al universo no le importa demasiado dónde vivan unos monos pelones. Por él, como si se borran con armamento nuclear; el ballet cósmico seguirá como si nunca hubiesen existido. 

Considerar, por lo tanto, que somos especiales y no hay ninguna otra especie, me parece un dislate. Las condiciones para que haya vida en un planeta son complicadas, pero estadísticamente debe existir más de uno que las reúna. Ahora bien, las distancias son tan colosales que tal vez no nos encontremos jamás.

Puede que sea mejor así: esas especies no tienen por qué ser antropomorfas o ver la realidad de una manera similar a la nuestra. El entendimiento sería problemático, sobre todo porque tenemos la costumbre de considerarnos superiores; aunque quizá ese rasgo se difumine con los siglos. Aun así, supón que no valoren la vida de la misma forma, o que tengan la absoluta necesidad de seguir una creencia totalmente ilógica para nosotros, una creencia que dañaría sus intelectos si fuese abandonada. Las posibilidades son incontables. También podría suceder que se forme una alianza positiva para ambas especies, por supuesto. No hay que ir siempre hacia lo negativo. 

De todos modos, aún falta una barbaridad para echar un vistazo en los alrededores espaciales. Envidio a los pioneros que podrán desentrañar los misterios del cosmos, a los que pongan rumbo a la estrella más lejana sólo para echar un vistazo. Nosotros tenemos que quedarnos y soportar esta época anquilosada, aburrida. Las aguas seguirán estancadas mientras siga imperando la estulticia. 

lunes, 6 de junio de 2022

Star Trek: Strange New Worlds

 


Hay algunos destripamientos en esta entrada. No recomiendo leerla antes de ver los primeros episodios. 

El mes pasado se estrenó otra serie de Star Trek. Parecía que esta vez iban, al fin, a recuperar la fórmula clásica: una misión de exploración y diplomacia, ir a donde nadie ha llegado jamás. Y así es. De momento, los primeros episodios recuerdan a las clásicas aventuras de los sesenta; narran historias autoconclusivas donde se cumplen misiones de diferente naturaleza. Estas pequeñas aventuras entretienen, son fáciles de digerir. Es la primera vez que tengo la sensación de estar viendo Star Trek desde Enterprise, que no es poco.  

Sin embargo, no me llega a gustar del todo. Y esto no tiene nada que ver con la nostalgia, con desear consumir lo mismo, sino más bien lo contrario: quiero ver conceptos nuevos dentro de esa fórmula, no lo de siempre. Los guionistas han decidido no arriesgar ni un milímetro, al menos por ahora. Beben mucho del pasado y reciclan varios conceptos. Por ende, da la sensación de que ya está visto. Cuando conoces al nuevo ingeniero, por ejemplo, es difícil no pensar en Geordi. Y usar otra vez imágenes del famoso duelo vulcano denota falta de ideas. Puedes narrar nuevas historias sin mirar hacia atrás, aunque sea imposible evitar cierto número de conexiones. Si bien es cierto que lo anterior sirve para enriquecer el trasfondo de Spock, eso sí. 

Al capitán le falta, desde mi punto de vista, una personalidad más precisa; unas veces me recuerda a Kirk, y otras, a Picard. Es algo así como una mezcla extraña. Kirk es un jugador de póquer, usa la astucia para salir de los apuros; Picard, en cambio, es más un jugador de ajedrez, ordena y organiza desde el puente de mando. ¿Qué es Pike? Un poco de ambos. O es la impresión que me dio. Tal vez se explote su vertiente diplomática, lo cual estaría bien. 

Otro detalle que me descoloca es el gran número de relatos dramáticos. Todos en el Enterprise parecen estar atormentados por algo y necesitar ayuda psicológica. Pike sabe cuándo va a terminar como un vegetal, así que se ve a sí mismo en el futuro mire a donde mire; Spock tiene problemas con su lado humano; los padres de Uhura han muerto en un accidente y siente que la flota puede no ser su lugar; una oficial guarda en secreto sus mejoras genéticas —eso no está bien visto en la Federación—, y otra fue raptada y traumatizada por los pavorosos gorn; el médico esconde a su hija enferma en espera de una cura... Se han pasado, vaya. Para entrar en el Enterprise tienes que ser Oliver Twist. 

Los arcos de personaje están claros, pues: cada uno deberá superar sus problemas al tiempo que evoluciona. 

A pesar de todo, la serie me entretiene. Incluso tiene un episodio, el segundo, que me pareció interesante. Muestra a un grupo de alienígenas fanáticos que adoran y siguen a un cometa. La intencionalidad no es tanto hacer una crítica al fanatismo religioso, lo cual sería muy simple, sino dar a entender la ciclópea e inimaginable vastedad del cosmos. Ese episodio es Star Trek puro. Me recordó a un relato de Clarke, El centinela, porque la intención es la misma. Ojalá haya más guiones de ese nivel y la serie merezca la pena. 

Escribo esto después de haber visto sólo cinco capítulos, así que mi opinión puede variar bastante. 

miércoles, 11 de mayo de 2022

Crónicas de la Dragonlance

 


A los escritores de fantasía les gusta usar la palabra «crónicas» en sus títulos: Crónicas de Prydain, de Narnia, de Shannara... Hoy toca de la Dragonlance, una trilogía que llevaba un montón de años sin leer. Mis recuerdos sobre ella eran buenos, pero ese joven que las leyó ya no existe: el tiempo te cambia lo quieras o no, aunque algunos parecen ser casi inmunes a él. 

Si dijese que lo pasé tan bien como la primera vez, mentiría; sin embargo, volver a estar bajo las órdenes de Tanis, el líder del típico equipo de aventureros, ha sido divertido. Y además mi edición de coleccionista contiene numerosas anotaciones muy interesantes. Sin ir más lejos, uno de los autores afirma haberse inspirado en el capitán Kirk para crear a Tanis, lo cual tiene mucho sentido porque ambos son la piedra angular de un grupo. Éste se acabaría rompiendo sin ellos cerca para paliar los inevitables roces. 

Las Crónicas de la Dragonlance no es lo mejor del género, eso es evidente; los personajes están ahí para cumplir una función concreta, tiene giros predecibles, elipsis inadecuadas y una trama sin mucha profundidad. Podría decirse que es un muestrario con los clichés más comunes de la fantasía. No faltan, por ejemplo, los cadáveres que aún sostienen las armas mágicas que usaban en vida, o las ciudades que atrajeron la atención divina por su extrema vanidad, igual que Babel. Con todo, es una obra que me gusta. Me va a costar justificarlo, pero es así. Pienso que es un clásico por derecho propio y una buena entrada al género, sobre todo para los jóvenes que no quieren enfrentarse a la prosa de Tolkien. 

Tiene sus virtudes: el ritmo es bueno, hay suficiente espacio entre los combates, que no son pocos, y algunos de los personajes son muy carismáticos. Raistlin, el mago, es con diferencia el más interesante debido a su ambigüedad: a veces no es fácil saber sus intenciones. También está la clásica pareja que aporta humor, en este caso el enano y el pequeño kender. Es un grupo, en definitiva, variopinto y divertido; aunque quizá demasiado numeroso. Por eso los autores optan por separarlo en un determinado punto, lo cual es un acierto. 

Y si te gustan los dragones, tienes suerte porque son marca de la casa. Pocas veces vas a encontrarte tantas de estas criaturas en un texto. Los hay del bien y del mal; de fuego y de hielo... Supongo que los dungeon master de Dragones y mazmorras deben pasárselo pipa cuando introducen a varios en sus campañas. Pobres jugadores. 

Todo lo anterior está envuelto por escenarios bien diseñados y llenos de sorpresas, aunque poco originales. Lo más imperdonable, desde mi punto de vista, es usar la niebla para ahorrar la descripción de una batalla. Así sólo se consigue dejar al lector con la miel en los labios. Por suerte, la invasión de fuerzas malvadas a la que deben enfrentarse los personajes basta para mantener vivo el interés, en especial cuando deben ir de incógnito. 

Merece la pena leer estas crónicas al menos una vez. Luego, si te gustaron, puedes seguir con las Leyendas de la Dragonlance

Ah, estas lecturas me trajeron recuerdos de aquellos dibujos ochenteros tan chulos... Qué tiempos. 

domingo, 3 de abril de 2022

Rogue Dungeon

 

Mientras pasaba el rato con un roguelike de los clásicos, NetHack, tuve una idea: sería genial que existiese un juego de mesa basado en él, algo que transmita las mismas sensaciones; así que cogí el rifle, me puse el salacot y exploré las peligrosas junglas de internet. Al cabo de un rato, encontré lo que buscaba en Steam: la versión digital de un juego que bebe directamente de los rogues. Su ventaja frente al físico es la comodidad de no tener que prepararlo todo antes de cada partida, aunque no sé si tendrá el mismo contenido. 

Después de probarlo durante unos días, lo recomiendo: es prácticamente un rogue con cartas y dados. Hay riesgo, azar, muertes injustas, trampas... todo lo habitual en el género. Además, es muy sencillo de aprender y las partidas no ocupan demasiado tiempo, sobre todo si mueres en los primeros pisos del calabozo. Morir es muy frecuente en los niveles de dificultad más altos, porque no se permite ni un error a la hora de gestionar lo que va sucediendo. Y algunos de los enemigos finales son todo un quebradero de cabeza. Cuando aparece un vampiro y no tienes ajo, te dan ganas de explicarle que está equivocado, que los vampiros en realidad brillan durante el día y son modelos de perfumes. 

El sistema de combate es sencillo. Se tira un dado de diez y se suma el resultado al atributo de ataque. Si éste supera al ataque del monstruo, recibe daño; si no, lo recibe el personaje. Así de simple. Lo que pasa es que hay más complejidad de lo que parece: el atributo de ataque se incrementa gastando experiencia en la habilidad principal de héroe, que puede ser fuerza, agilidad o intelecto. Si inviertes más de la cuenta en esa habilidad, las otras dos se quedarán demasiado bajas para superar los diferentes chequeos que van surgiendo —superar trampas, sortear peligros, etcétera—. Por si fuese poco, también se incrementa con experiencia la vida y la suerte. 

Eso de los chequeos puede parecer una tontería, y lo es en algunas ocasiones donde fallar supone sufrir una única herida; pero a veces hay eventos donde el castigo es muy elevado. Con «muy elevado» quiero decir que es posible perder la partida directamente. El juego es duro. Por suerte, durante la aventura es posible hallar seguidores que ayudan en las tiradas; aunque hay una carta que te los puede arrebatar. También hay objetos que pueden eliminar a algunos enemigos de forma directa, como el ajo antes mencionado. 

Los personajes están bien diferenciados y son bastantes: paladín, asesina, monje, aristócrata, maga... El paladín, por ejemplo, tiene una carta para destruir no muertos, y la asesina aumenta su daño cuando obtiene nueves y dieces. Estos detalles hacen que la partida sea distinta dependiendo del personaje que elijas; en consecuencia, la vida del juego se alarga mucho. No es que sea especialmente duradero, pero puede dar un buen número de horas. En Steam hay algún jugador con alrededor de treinta. A mí me parece bastante porque su precio no es muy alto. Si le añaden más elementos en el futuro, puede ser un título imprescindible para los pocos que busquen algo parecido. 

sábado, 12 de febrero de 2022

La casta de los metabarones


Jodorowsky no me cae muy bien, sinceramente; a veces dice cosas que me hacen fruncir el ceño. Sin embargo, es un narrador con la capacidad de sorprender y fascinar. Se nota que goza de una libertad absoluta a la hora de construir sus historias. Me percaté de ello al leer El Incal, cómic que ahora se encuentra entre mis favoritos. La casta no me ha gustado tanto, pero se queda muy cerca. Hay quien prefiere uno u otro... o ninguno. Depende, imagino, del anhelo que se tenga de leer algo poco convencional. 

Cuando uno se adentra en La casta, lo primero que llama la atención es el impresionante dibujo de Juan Giménez, autor fallecido por el COVID. El estilo oscuro y detallista es diferente al de Moebius, mucho más limpio; pero conecta muy bien con el tono trágico de la narración. Las viñetas transmiten una épica inefable que no vas a encontrar en otros medios. 

Los metabarones son una familia de asesinos mercenarios, los guerreros supremos. Nadie les iguala en poder y son capaces de las proezas más inimaginables. El precio de tamaña fuerza es una vida trágica, henchida de infortunios. Cada uno de ellos debe someterse a la terrible prueba del dolor —¿inspirada en la caja de Dune?—, donde serán mutilados, y a la tradición de enfrentarse en combate mortal contra sus padres: para llegar a ser el nuevo metabarón hay que matar al viejo metabarón. Esto quizá te haga sospechar que el cómic es redundante, pero nada más lejos: puedes esperar cualquier cosa si Jodorowsky maneja los hilos. 

Si buscas una historia perfectamente construida, Alan Moore las hace. Si, en cambio, lo que quieres es quedarte con la boca abierta, Jodorowsky lo conseguirá en cada uno de los ocho volúmenes que conforman La casta. Para que te hagas una idea, el dibujante llegó a desafiarle con la idea de un metabarón sin cabeza, y de ahí nació Cabeza de hierro, el personaje corpulento que ves en la primera imagen. Al final resultó ser uno de los más interesantes, aunque hay algunas «casualidades» en su trama que no me han convencido. No diré cuáles porque tú mismo las descubrirás si lo lees. Son un error de poca relevancia, a mi parecer; aunque habrá a quien le molesten más. 

Hay un recurso para atenuar los abundantes momentos dramáticos: un par de simpáticos robots que sirven de contrapeso. Uno de ellos le cuenta al otro la historia de sus amos, los metabarones. Estos personajes, que podrían hacer una función similar a la de C3PO y R2, generan rechazo entre muchos lectores. Pienso en dos motivos: parecen relleno y su humor es terrible, pueril. Cuando uno dice, por ejemplo, «Ahora vas a tener que pedirme perdón treinta veces», en la viñeta del otro vemos esa palabra repetida treinta veces. Creo que era necesario un humor más negro, algo que entroncase con el contexto violento. 

Con todo, La casta es uno de los mejores cómics que he leído hasta la fecha. No son pocas las veces que consiguió asombrarme con situaciones inesperadas. He de añadir, para ser honesto, que soy lego en cómics. Aún me quedan por conocer bastantes obras notorias: La cosa del pantano, The Sandman... Dispongo de poco tiempo y la pila de pendientes se ha convertido en una montaña. 

viernes, 21 de enero de 2022

El éxito

 

Como el síndrome del impostor es intenso en mí, no puedo evitar leer manuales de escritura cada vez que encuentro uno. Casi siempre contienen algo que desconozco y me resulta útil, aunque a veces... a veces dan miedo. Uno de ellos, por ejemplo, afirma que el talento es una dádiva de los dioses; es decir, una habilidad metafísica a la que sólo tienen acceso unos pocos elegidos. Esto me recuerda a la creencia en el destino que tenían los antiguos griegos: si eres esclavo, es porque debes serlo. En aquella época era comprensible pensar de esa forma debido al contexto, pero ha llovido bastante desde entonces. Aun así, seguro que hay autores contemporáneos que lo creen. 

Hace poco estaba leyendo el manual de una autora que me estaba gustando muchísimo; asentía tanto que mi cabeza amenazaba con caerse al suelo. Cada capítulo era una lección magistral que sólo puede ser dada cuando se tiene mucha experiencia. Por eso me sorprendió tropezar con una frase que recuerda al clásico gurú del emprendimiento: «El éxito o fracaso dependen sólo de ti». Sé que la intención es buena porque no es sano culpar a otros de tus errores; sin embargo, muestra una verdad a medias. 

Se me han ocurrido varios ejemplos deportivos para explicarlo, pero no me saldré del terreno literario: imagina que pones todo tu empeño en escribir un relato para un concurso, usas una idea original y dedicas todas las horas posibles a pulirlo hasta dejarlo a tu gusto. Supongamos que el resultado es notable, de lo mejor que has hecho en tu vida; así que lo envías y esperas el resultado. Tras varios meses, gana un autor relacionado con la editorial convocante porque estaba amañado. ¿De qué ha servido todo el esfuerzo? ¿Ese fracaso ha dependido de ti? También podrían hacerse las mismas preguntas si, simplemente, otro relato era mejor o encajó más con el gusto de los jueces. 

El empeño, el trabajo, la pasión... todo eso no tiene por qué conducir al éxito, sobre todo en un sistema donde las probabilidades juegan en tu contra. El otro tiene un papel determinante en el camino hacia lo que consideramos exitoso. Además, es importante señalar que la heterogeneidad del humano hace que la idea de éxito difiera entre cada sujeto. Cuanto más grande sea la ambición, más probabilidades habrá de fracasar. Evidentemente, vas a pasarlo mal si quieres ser el nuevo Stephen King o J.K. Rowling. 

Estas ideas de que todo depende del individuo pueden ser muy peligrosas. Pienso en los que abren un negocio y se estampan por haberlas creído, ya que existen múltiples factores externos que pueden llevar a pique un proyecto, empezando por la competencia y el omnipresente azar. 

El auténtico vencedor, desde mi punto de vista y el de los estoicos, es quien se contenta con lo que tiene. La vida es terriblemente breve para perderla persiguiendo mariposas etéreas. No pretendo decir con esto que sea malo tener ambiciones o ser competitivo —a menos que te obliguen a ello—, pero no hay que olvidarse de la realidad.