viernes, 22 de julio de 2022

Literatura y capital

 


Una de las sombras del capitalismo es el afán de adquirir todo el dinero posible. Hemos sido educados en un sistema de consumo donde se nos enseña a desear productos: juguetes, videojuegos, hamburguesas, ropa, coches. Adquirir algo nuevo nos inyecta un chute de efímera felicidad. Luego el deseo vuelve a aparecer, nunca se termina, y cuando el fantasma de las navidades futuras enseña una foto de la tumba con el último modelo de móvil, el consumidor gira la cabeza para irse de compras; pensar en según qué temas es tabú. 

En este marco, algunos humanos se dejan llevar por ese anhelo hasta el punto de dejar la ética a un lado, u olvidarse de ella para convencerse a sí mismos de que hacen el bien. Un historiador económico definió al malvado como aquel que perjudica al otro para beneficio propio. Podemos asegurar, por lo tanto, que la maldad prolifera en un sistema capitalista. Es posible verla en todos los ámbitos, incluido el literario. Hay un blog, Miserias literarias, donde se describen las múltiples tropelías de ese mundillo. Se ha quedado algo anticuado, pero es muy divertido y lo recomiendo. Su autor, Prometeo —nombre significativo—, ocultó su identidad para seguir publicando, ya que podrían impedírselo. En ese nivel de iniquidad estamos. Reputación y dinero sobre calidad literaria. 

Un editor pirata sería el ejemplo más claro de malvado: se aprovecha de autores bisoños para obtener grandes sumas de dinero. Estos «editores» deberían buscar un trabajo de verdad, hacer unas oposiciones o algo, y dejar en paz a los que empiezan. Supongo que ya no creen en la literatura porque no han llegado al lugar que creen merecer, lo cual ha fagocitado su empatía. Son, en el fondo, víctimas del sistema. Generalizando, claro, que también hay auténticos tiburones.  

Pero los piratas literarios son el escalón más bajo. Ahora existen métodos más refinados para sacarle los cuartos al autor descuidado; métodos que se esconden bajo una máscara de bondad. Hay editoriales y agencias, no diré nombres porque será innecesario, que parecen normales, hasta tienen autores de renombre bajo su sello; sin embargo, también son una trampa. Como cualquier pez gordo, no le dan el mismo trato al mindundi que al productor de best sellers, obras genéricas destinadas a satisfacer la gran demanda. Estas empresas buscan al nuevo clon de Ken Follett, no arriesgar con ideas nuevas. Lo fascinante es que simulan lo contrario: piden nuevas voces que tengan obras originales. Hacen eso para proponer un informe de lectura a cambio del paraíso... un informe que ronda los cuatrocientos euros. Por supuesto, debe ser hecho por ellos, no vale que provenga de otro lugar. 

Es necesario tener un buen nivel de maldad para exigir, con una sonrisa de oreja a oreja, «confianza plena» al tiempo que intentas colársela al incauto. Por si fuese poco, hablan de los autores como si fuesen arquetipos salidos de una fábrica, como si todos estuviesen henchidos de ego y hambre de fama. Debe ser porque son así muchos de los pavos reales que publican. Hacen un razonamiento inductivo. Supongo que se han olvidado de Delibes y su rechazo al premio Planeta, por poner un ejemplo. ¿Sabes qué haría yo con ese premio? Tirarlo a la basura. Sólo me interesaría la pasta.

La literatura es un mero trabajo para esta gente, un negocio. No se molestan en leer lo que les llega y responden con mensajes prefabricados, impersonales, donde sólo cambian el nombre de la persona a la que se dirigen. Unos te dirán que has escrito una obra excelente, espectacular, y otros, un texto que necesita ayuda urgentemente. ¡Compra mi informe! Una red de falacias evidentes y vergonzantes. 

Esto me recuerda a Hannah Arendt y la banalidad del mal. ¿Serán conscientes estos tipos de lo que hacen? ¿Se excusarán pensando que cumplen órdenes? Para que quede clara la gravedad del asunto, imaginemos a una de sus posibles víctimas; una joven escritora que logra, tras años de esfuerzo, acabar su primera novela para enviarla a Tetimo ediciones. Ahí le dicen que estarán encantados de publicarla, pero necesitan que venda unos irrisorios doscientos ejemplares en la presentación. Calculemos: si la novela se vende por veinte euros, la editorial se embolsará cuatro mil. Y lo que no se venda entre amigos y familiares, los que irán a la presentación, tendrá que abonarlo la autora. Esperemos que sea una familia de clase alta, porque es un buen pellizco. ¿Qué sentirán cuando descubran el engaño? ¿Qué hará la autora después de haber sacrificado tanto por un sueño destruido? Según lo que he visto por la red, te lo digo yo: dejar la escritura para siempre. 

Son pocos los que se recuperan de una experiencia así. En mi caso, he tenido suerte porque de pequeño aprendí a no fiarme de la bondad aparente. Como me engañaron rápido, supe eludir estas estafas del mundo adulto. No veas la de dinero que hubiese perdido sin esos recuerdos inestimables. 

viernes, 8 de julio de 2022

¿Hay vida en otros mundos?

 


En la entrada anterior mencioné un relato de Clarke, El centinela. Muchos lectores fueron fascinados por su final, percibieron el sentido de la maravilla en su máxima expresión. Pero eso no es nada comparable a descubrir, a ser consciente, de lo inmenso que es el universo. Es tan grande que las palabras se quedan cortas para definir su tamaño. 

Una vez escuché el monólogo de un humorista que se mofaba de eso: «Hay gente que cree en la vida extraterrestre porque "el universo es muy grande"». Me temo que tanto él como el público, que se carcajeó con ganas, ignoraban sus dimensiones o no se pararon un momento a reflexionar sobre ellas. 

Para empezar, todo nuestro sistema es una mota de polvo en el camino, un grano de arena en el desierto dentro de la Vía Láctea, una galaxia con unos trescientos mil millones de estrellas. Si quisiésemos viajar a Próxima Centauri, la más cercana al Sol, nos llevaría cuatro años a la velocidad de la luz. Y superar esa velocidad es imposible. Los escritores de ciencia ficción se las han ingeniado de múltiples formas para hacerlo, pero de momento está complicado el asunto. Los pocos exoplanetas similares a la Tierra son inalcanzables y seguirán siéndolo durante mucho tiempo. 

La Vía Láctea nos empequeñece, nos enseña nuestra insignificancia. Ella bastaría para pasarnos una eternidad explorando; sin embargo, sólo es el principio: hay otras galaxias con infinidad de estrellas. Incluso la Vía Láctea, con toda su grandeza, debe inclinarse humildemente ante lo que la rodea. De hecho, la galaxia de Andrómeda no tendrá ninguna consideración cuando colisione con la nuestra en el lejano futuro, igual que el Sol cuando le dé por apagarse. Al universo no le importa demasiado dónde vivan unos monos pelones. Por él, como si se borran con armamento nuclear; el ballet cósmico seguirá como si nunca hubiesen existido. 

Considerar, por lo tanto, que somos especiales y no hay ninguna otra especie, me parece un dislate. Las condiciones para que haya vida en un planeta son complicadas, pero estadísticamente debe existir más de uno que las reúna. Ahora bien, las distancias son tan colosales que tal vez no nos encontremos jamás.

Puede que sea mejor así: esas especies no tienen por qué ser antropomorfas o ver la realidad de una manera similar a la nuestra. El entendimiento sería problemático, sobre todo porque tenemos la costumbre de considerarnos superiores; aunque quizá ese rasgo se difumine con los siglos. Aun así, supón que no valoren la vida de la misma forma, o que tengan la absoluta necesidad de seguir una creencia totalmente ilógica para nosotros, una creencia que dañaría sus intelectos si fuese abandonada. Las posibilidades son incontables. También podría suceder que se forme una alianza positiva para ambas especies, por supuesto. No hay que ir siempre hacia lo negativo. 

De todos modos, aún falta una barbaridad para echar un vistazo en los alrededores espaciales. Envidio a los pioneros que podrán desentrañar los misterios del cosmos, a los que pongan rumbo a la estrella más lejana sólo para echar un vistazo. Nosotros tenemos que quedarnos y soportar esta época anquilosada, aburrida. Las aguas seguirán estancadas mientras siga imperando la estulticia.