lunes, 1 de noviembre de 2021

El templo del mal elemental

 


Desconozco cuántos años habrá estado este libro perdido por ahí, oculto tras otros. Lo compré hace tanto que me había olvidado por completo de él y me llevé una sorpresa al encontrarlo, sobre todo porque el título me sonaba de algo. Una rápida búsqueda en la red aclaró el misterio: es la novelización de una aventura de Dragones y mazmorras, la cual creo que nunca salió traducida. También hay un videojuego con el mismo título. 

El protagonista es un elfo que, acompañado por su mentor, abandona su hogar para unirse al grupo de aventureros que echará un vistazo al templo del mal. El grupo, que se bautiza a sí mismo como «la Alianza», está formado por héroes arquetípicos de poco interés, incluso hay una druida sanadora. El único personaje con una pizca de carisma es el protagonista, Shanhaevel; aunque se abusa demasiado de su poder mágico para resolver las situaciones. Hay varios momentos donde todos se quedan esperando mientras le preguntan qué hacer, y Shanhaevel debe ir de un sitio a otro ayudando sin parar. Una existencia sufrida, la de este elfo abnegado y explotado. 

Como la narración es ágil y hay un asombroso número de combates, imagino que funciona en el terreno juvenil; empero, cualquiera que tenga varias lecturas a sus espaldas corre el riesgo de abandonar la obra, sobre todo en los capítulos finales, donde las peleas se suceden una tras otra sin descanso. La sensación es que se trata de una partida de rol, más que de una novela, y el lector se queda saturado de tantos movimientos y hechizos, y ataques, y cargas, y ogros, y esqueletos, y troles, y explosiones... Todo eso mientras acecha en la sombra el típico monstruo persecutorio y peligrosísimo. Al parecer, no había suficiente riesgo. Ya puestos, yo añadiría un par de magos gigantes que invoquen dragones. 

A mí me encantan los combates en las novelas de fantasía; son un reto porque es muy fácil describirlos de manera confusa. Pero todo tiene un límite. Me costó algo de esfuerzo terminar el libro, porque la tentación de empezar otro fue creciendo exponencialmente con cada nuevo enemigo.  

El villano tiene su propia línea argumental y aparece de vez en cuando para aburrirnos con sus cosas de malo; o sea, sus topicazos: esclavas, sirvientes sumisos, un malhumorado jefe demoníaco. No puedo decir mucho de estas partes porque no tardé en leerlas por encima, deseando que se terminasen cuanto antes. Sinceramente, creo que es uno de los villanos más flojos que he conocido en el género; no hay nada en él que me atraiga en ningún sentido. Y el combate donde despliega todo su poder, a pesar de que no está del todo mal, aparece cuando el lector está agotado de tanta acción. 

Me gustaría decir, como en otras ocasiones, que se trata de una novela entretenida a pesar de su mediocridad; sin embargo, aquí debo claudicar. No descarto que pueda gustarle a algunas personas, porque hay gente para todo; pero conmigo no ha funcionado. Además, la traducción no es de las mejores...

Es posible que esté siendo demasiado duro, así que haré una relectura dentro de un tiempo. 

domingo, 3 de octubre de 2021

One Piece


Cuando empezaron a emitir el anime en los noventa, no me pareció nada especial. El argumento, extraído de Las misteriosas ciudades de oro, era sugerente; pero me echaron para atrás el estilo de dibujo y un ritmo más lento que una moto sin ruedas. Así que lo ignoré. Nunca hubiese imaginado que llegaría tan lejos, que se seguiría emitiendo más de veinte años después. ¿Cómo es posible que una serie aparentemente banal haya conseguido tanta popularidad? 

Mi curiosidad era tan grande que me puse con ella desde el principio. El plan consistía en ver algo más de cien episodios, porque tiene ahora mismo cerca del millar y eso desanima bastante; son muchas horas. El plan fue un fracaso: después de casi un año, estoy en el último episodio, esperando con ansia el siguiente. Ahora sé la respuesta a la pregunta del párrafo anterior: Eiichiro Oda ha hecho una auténtica locura con los cimientos de aquella serie ochentera, ha construido decenas de personajes que tienen un carisma superlativo. Se nota que los ama y estoy seguro de que no le gustará el día que deba abandonarlos. 

Cada uno de los protagonistas tiene un trasfondo trabajado al dedillo: sabemos sus pasados, miedos, sueños. Y son muy diferentes entre sí. Con todo, hay compañerismo, amistad, conflictos donde subyace el afecto. Están unidos, en parte, porque se han convertido en una familia, justo lo que no han podido tener en su infancia. Por supuesto, también hay detrás un concepto de libertad, anarquía, porque no dejan de ser piratas que van más allá de las normas; pero percibo eso como algo secundario. No creo que la obra haga apología de una política en concreto, como algunos piensan. Lo que sí muestra es una crítica extrema a la maldad que puede alcanzar el poder de cualquier tipo. 

Además del buen hacer con los personajes, One Piece tiene escenarios tan atractivos que se quedan con parte del protagonismo. Eso es lo que le falta, por ejemplo, a Dragon Ball, donde son genéricos después de las primeras aventuras. Cuando la tripulación de Luffy llega a una isla, se introduce en un universo particular con su historia, costumbres, personajes. Es un mundo vivo. Y nunca dejan de aparecer nexos entre los capítulos, de forma que un cabo suelto en los primeros puede resolverse muchísimo más tarde. De eso se infiere que hay abundante planificación. 

A Oda no le agrada eliminar personajes, pero así consigue que los momentos trágicos sean más significativos: si te dedicas a matar cada dos por tres, el efecto perderá fuerza hasta quedarse en nada. Una de las pocas muertes de One Piece es devastadora, inesperada, marca un antes y un después. 

Diría que el mensaje principal gira en torno a la vida y la muerte, a la ejecución que aparece desde el primer momento: Roger ríe antes de morir porque ha sido libre y hasta fue capaz de cumplir su sueño. Sin embargo, se deja claro que lo más importante es el camino, no la meta. Por eso Luffy sonríe cuando está a punto de ser ejecutado en el mismo lugar, y por eso algunos personajes, él incluido, quieren recorrer ese camino sin atajos. Si no lo logran, al menos habrán vivido como ellos escogieron. 

El aspecto negativo, que lo tiene, es el mencionado ritmo. El estilo puede gustar o no, pero es algo subjetivo. Lo innegable es que algunas escenas están alargadas hasta el infinito y hay capítulos de relleno. Yo me los salté y evité en lo posible ver las partes superfluas, así que acorté bastante la duración de la serie. El viaje mereció la pena. Y aún continúa. 

viernes, 17 de septiembre de 2021

¿Ángeles o monstruos?

 

Cubierta foránea con el
título original

Esta novela no es la más relevante de John Brunner, conocido sobre todo por la Trilogía del desastre; pero tiene su interés. La encontré en una librería de viejo por un euro y fui incapaz de dejarla allí; el precio era demasiado bueno. Además, estaba en condiciones aceptables a pesar de ser bastante añosa, ya que fue editada en el setenta y siete. Carecía de sinopsis y preferí no hojearla para que el argumento fuese una sorpresa. Lo cierto es que me pareció aceptable. 

Tras superar la velocidad de la luz, los humanos se atreven a viajar por primera vez a otro sistema para echar un vistazo. Todo parece indicar que la misión ha sido exitosa: los audaces pioneros consiguen regresar a la Tierra y la nave está en perfecto estado. Sin embargo, su descenso al planeta se retrasa más de lo debido y los ciudadanos comienzan a inquietarse. Por si fuese poco, aparecen imágenes amenazadoras en el cielo, monstruos de dimensiones lovecraftianas que, desde luego, no contribuyen a la calma general. 

Un periodista consigue descubrir la aterradora verdad: los tripulantes se han trasformado en una especie de monstruo y están retenidos en la nave. Siguen manteniendo sus recuerdos, pero sus cuerpos son completamente distintos. Asimismo, se han visto algunos miembros de la tripulación en la Tierra, lo cual sugiere que se trata de intrusos estudiando la sociedad humana. ¿Qué intenciones tienen? ¿Volverán los tripulantes a ser como antes? ¿Son ellos realmente? ¿Qué son esas imágenes celestes? 

Esas preguntas son las que incitan al lector a pasar páginas, y funcionan porque es difícil soltar la novela hasta que se termina. Ahora bien, yo me hago otra: ¿no es mucha casualidad que el protagonista se encuentre al principio con su hermano, uno de los tripulantes? También cabe preguntarse cómo se las arreglan esas celebridades para pasar desapercibidas entre la población, lo cual parece un despiste del autor. Por suerte, eso se explica en las últimas páginas; aunque no descarto la posibilidad de que fuese un error enmendado en el último momento. De todas formas, son detalles irrelevantes que pueden ignorarse con facilidad. 

No hay ningún personaje destacable, ni siquiera el protagonista, y muchos diálogos son apagados. La fuerza de la novela reside en la trama y el ritmo, pues las descripciones son breves y se hace un numeroso uso de la elipsis. Lo malo es que en algunas partes esos saltos invisibilizan escenas que podrían ser sugerentes, como las últimas entrevistas con el tripulante-monstruo. 

El final es lo mejor, al menos para mí. Se trata de una revelación inesperada que mezcla pesimismo y esperanza. Pienso que entronca perfectamente con lo anterior, se siente como el desenlace que debía ser. No decepciona. 

Se trata, en definitiva, de un libro mediocre pero entretenido. Cumple con lo primordial, que es hacer pasar un buen rato al lector. Lo recomiendo como lectura ligera. Imagino que los títulos de la Trilogía del desastre —Todos sobre Zanzíbar, Órbita inestable y El rebaño ciego— tendrán más nivel. Quizá los lea y reseñe por aquí. 

sábado, 21 de agosto de 2021

Confesiones de un editor

 


Buscando las Confesiones de San Agustín, libro que nunca he leído, encontré este otro y no pude resistirme a adquirirlo; tenía curiosidad por saber cómo era el mundillo literario a principios del siglo veinte. Los primeros capítulos fueron bastante interesantes, aunque no me dijeron nada nuevo: explican el día a día de un editor, sus vicisitudes, los diferentes tipos de escritores con los que debe lidiar, la imprevisibilidad del lector, los malos juicios que se suelen hacer a los manuscritos. Por supuesto, hay diferencias con la actualidad; pero nada inaudito. 

Lo que me dejó con la boca abierta es el sexto capítulo: «Imprimir a costa del autor». No imaginaba que las editoriales falsas tuviesen tanta solera. Supongo que en aquella época eran más difíciles de diferenciar, porque no había internet para leer opiniones diversas sobre ellas. Incluso ahora saben disfrazarse cada vez mejor, pues van eliminando aquello que las delata. Aun así, al final meten una puñalada por la espalda. Eso seguro. Antes o después el autor deberá soltar una buena cantidad de pasta para comprar su propia obra. 

Como estas editoriales publican todo lo que les llega, su catálogo es un océano interminable y abigarrado de obras ignotas. Éstas reciben una promoción exigua, así que la mayoría del público no sabe nada de ellas. El autor se ve condenado a venderlas entre amigos, conocidos y familiares. Con suerte, algún despistado se hará también con una; pero lo más probable es que el autor acabe con un par de cajas de su novela en el sótano, donde irán siendo cubiertas por telarañas. Mal destino para un sueño. 

Evidentemente, en un catálogo de proporciones gargantuescas puedes apostar a que alguna obra merece la pena, incluso habrá textos de calidad excepcional; sin embargo, también se quedarán en la sombra después de haber sido rechazados por las editoriales tradicionales. Los falsos editores se aprovechan de que no hay espacio para todo y se quedan con los rechazados, les ofrecen publicar aunque ni siquiera suelen leer lo que reciben: sólo les importa venderle los ejemplares al autor y llenarse los bolsillos. Es posible que con el tiempo simulen cambiar para seguir con el timo, lo cual les funciona, al parecer; hay editoriales de esta índole que siguen en activo después de unos cuantos años. Siempre habrá autores desesperados o sin experiencia a los que sacarles los cuartos. 

Todo esto sucede, en parte, por culpa del desconocimiento: muy pocas personas se toman en serio a alguien que escribe y no publica, pero las cosas son muy diferentes cuando sí lo hace. Como el ciudadano medio no tiene ni idea de lo que son estas editoriales, cuela. Hasta pueden comprar en ellas sin percatarse de nada sospechoso. Además, las horas que pueden meterse en una novela son muchas, incontables, y hay una necesidad de ver recompensado ese trabajo solitario. La atracción que estas editoriales ejercen sobre ciertos autores es comprensible, desde mi punto de vista.

«Estos pseudo-editores en ocasiones encargan manuscritos a escritores ignorantes. Ocultan anuncios en las revistas literarias. La ignorancia y la ambición constituyen una combinación susceptible. Hace algunos años, uno de estos convincentes estafadores sobornó a un lector de una de las editoriales más importantes para que le facilitara los nombres de todos los escritores cuyas novelas habían sido rechazadas. Después, el charlatán los asedió con circulares y con cartas».

Cuando sospecho que una editorial es así, les envío mi primera novela; novela llena de errores e incoherencias de novato y otras bromas añadidas a posteriori, como hacer que dos personajes insulten a la editorial en un diálogo. Hasta hoy, ninguna de ellas ha rechazado el manuscrito, prueba de que no se molestan ni en leerlo por encima. La oferta editorial suele llegarme a la semana si no disimulan mucho, o al mes si pretenden aparentar un mínimo de seriedad. Ahora bien, reconozco que en una ocasión casi fui engañado por una que parecía completamente normal. Por suerte, investigué un poco y descubrí que los editores habían trabajado para una editorial falsa. Hay que andar con pies de adamantium. 

Perogrullada: el dinero debe ir siempre de la editorial al escritor, no al revés. Es mucho mejor publicar por uno mismo antes que recurrir a esas «editoriales». La peor situación posible es que no te lea nadie, pero al menos no te habrán robado miles de maravedíes. Y no contribuirás a que sigan existiendo los que se alimentan de la inexperiencia. 

martes, 27 de julio de 2021

Sobre el fanatismo actual

«No cabe duda de que el miedo a los vecinos inmediatos es mucho menor ahora que antes, pero ahora existe un nuevo tipo de miedo, el miedo a lo que pueda decir la prensa, que es tan terrorífico como todo lo relacionado con la caza de brujas medieval. Cuando los periódicos deciden convertir a una persona inofensiva en un chivo expiatorio, los resultados pueden ser terribles. Afortunadamente, la mayor parte de la gente se libra de este destino por tratarse de desconocidos, pero a medida que la publicidad va perfeccionando sus métodos, aumentará el peligro de esta nueva forma de persecución social». Bertrand Russell. 1930. 

«Quizá no exista una forma más segura de contagiarnos de un odio virulento hacia una persona que haciéndole sufrir una injusticia grave. Que otros tengan un agravio justo contra nosotros es una razón más potente para odiarlos que tener nosotros un agravio justo contra ellos. No hacemos a las personas más humildes y mansas cuando les mostramos su culpa y les obligamos a estar avergonzados. Es más probable que provoquemos su arrogancia y despertemos en ellos una agresividad temeraria. La rectitud es una manera ruidosa de ahogar la voz de culpabilidad en nosotros. Existe una conciencia culpable detrás de cada palabra y acto descarado, y detrás de cada manifestación de rectitud». Eric Hoffer, El verdadero creyente

Hace ya unos cuantos años, Reverte escribió una frase demoledora: «Yo no tengo ideología, amigo mío. Yo lo que tengo es biblioteca». Seguro que lo hizo con ánimo de ofender, porque se nota que le gusta pinchar; pero me figuro que también la escribió pensando en toda la basura que se ha acumulado detrás de cada ideología política, en todos los que se han escudado en ellas para medrar y vender humo a cambio de oro. Ése es el motivo que me llevó a escribir «carezco de ideología» una vez. Sin embargo, es complicado, incluso imposible a veces, no tenerla. Hay muchas más de lo que parece y es probable que tus ideas encajen en alguna. Por ejemplo, una poco conocida es el conservadurismo progresista. Suena a oxímoron, pero existe. 

Yo simpaticé con el comunismo durante la adolescencia, porque la pobreza era, y sigue siendo, uno de los aspectos que más me disgustan de las sociedades humanas. El comunismo parecía una solución fácil y algo por lo que merecía la pena luchar. Luego empecé a pasearme por la sección de filosofía de la biblioteca Jovellanos, a leer todos sus libros, y comprendí que era un idealista: una criatura imperfecta no puede vivir en una sociedad perfecta. No ahora, al menos. Por eso tenemos cerraduras en nuestras puertas; por eso Montesquieu se sacó de la manga el asunto de los tres poderes. Hemos llegado hasta aquí a través de un extenso y descarnado proceso histórico, y lo que tenemos es lo que más se adapta a la condición humana. Por supuesto, es un sistema mejorable y evolucionará con el tiempo; pero lo hará despacio, movido más por el ciudadano que por el político, ya que éste es un simple mercader ideológico preocupado por no salirse de la ventana de Overton. 

Evidentemente, también percibo idealismo en ideologías como el anarcocapitalismo. Imagino que no tengo que explicar por qué. Homo homini lupus

¿Era un fanático por aquel entonces? Puedes estar seguro: todo lo que se apartase del comunismo era fascismo, sin más. Tenía dieciséis años, no pidas mucho. Ni siquiera había leído El capital. Después perdí la fe en el ser humano y me volví un nihilista misantrópico. Es el camino sencillo, porque lo realmente complicado, lo que no abunda, es la auténtica fe en la humanidad. Por algo hay ahora transhumanistas con deseos de arreglar lo que está «roto» cuando sea posible. Lo interesante es que esa pérdida de fe hizo que desapareciese mi lado fanático. Cuidado: ni el nihilismo ni la misantropía son sinónimos de maldad. Ésta suele provenir de gente que se pone otros adjetivos más amables. 

Dice Eric Hoffer que el auténtico contrario de un fanático religioso no es un ateo —uno que sea también fanático, claro—, sino un cínico al que le importe un bledo si dios existe o no. Míralo de esta forma: con los ateos se puede debatir y mantener viva la llama religiosa. Los cínicos a los que se refiere Hoffer, en cambio, construyen su vida al margen de la religión y no se molestan en pensar en ella; así que se debilita. Asimismo decía algo parecido de los fanáticos fascistas y comunistas: su verdadero contrario sería alguien moderado. De hecho, Hitler pensaba que podía convertir comunistas al nazismo, porque el fanático suele pasarse de un extremo al otro antes que pensar en moderaciones tibias. Tiene una necesidad de pertenencia. 

Desgraciadamente, el fanatismo está hoy muy vivo: los políticos polarizan, apuntan a la emoción antes que a la razón. De esa forma manejan el odio, que es uno de los agentes unificadores más antiguos y efectivos. Odia al extranjero, al judío, etc. La clave es que haya un enemigo común que genere un movimiento. En el caso de España, verbigracia, sirve para instigar una batalla de espectros inocuos mientras ellos continúan en el poder. Pienso que Trevijano tenía razón al señalar que los partidos tienen más poder del que les corresponde, lo cual es un problema grave y sería una de las causas de tantas corruptelas. Lo dramático es que muchos están de acuerdo con esto, pero el enemigo ocupa ya todo su campo de visión y seguirán votando hasta el fin de los tiempos. Es una mezcla de odio y miedo: odio al contrario y miedo de que gobierne. 

Además, la tentación de meterse en un movimiento es grande, sobre todo para el que está descontento consigo mismo. De esa forma su ser se disuelve en una masa que tiene una meta superior, sublime. A partir de ahí, convertirá todo en ideología: si tienes estas ideas, bien; si tienes estas otras, ¡al ostracismo! Algunos entran en esos grupos para medrar más fácilmente, pero en el fondo no están conformes y deben morderse la lengua u opinar sin embarrarse. También cabe la posibilidad de que les dé igual a qué barco subirse para crecer. 

Curiosamente, el fanático siente en el fondo —muy en el fondo— respeto por su opuesto; pero detesta al moderado, ya que es su verdadero rival. Con él no habrá un cambio radical del aborrecible presente, que debe ser destruido para levantar el jardín del Edén. Todo fanático está en posesión de una verdad inamovible, la cual servirá para llegar hasta esa utopía; así que debatir con ellos es como caminar por un campo de minas: mientras tus ideas entronquen con las suyas, se mostrarán risueños y serán el mejor aliado posible; cuando digas algo que choque con su pensamiento marcado a fuego, se convertirán en la niña del exorcista. Mi consejo es que te abstengas de debatir con ellos, porque sólo conseguirás meterte en un callejón sin salida. 

Internet es el perfecto escaparate para ver al fanático desde la distancia. Un lugar fascinante para cualquier observador. Una anécdota: durante mis primeros días en la red, quince años atrás, me metí en un foro político, en un tema que se llamaba ¿En tiempos de Franco vivíamos mejor?, y me chocó descubrir que aún había un buen número de franquistas. Cometí el error de discutir acaloradamente con ellos durante días hasta que me di cuenta de que sólo perdía el tiempo. Fue donde aprendí a no debatir con quien esté cegado por una ideología, no le interese la verdad o se deje engañar por el sesgo de confirmación. 

Antaño tenía muy claro cuál era mi ideología; ahora sólo tengo cientos de dudas y el deseo de que las sociedades mejoren de una u otra forma. La educación, que es el útero de la sociedad, debe evolucionar con urgencia; aunque sin olvidar que hay un nexo profundo entre ella y el sistema. De momento, no estaría mal tener menos alumnos por aula, profesores de refuerzo, motivación, herramientas contra el acoso..., algo que renueve el modelo disciplinario y competitivo de nuestros días. Hay países que han demostrado empíricamente que puede hacerse con éxito. Es cierto que un cambio drástico podría resquebrajar el puente entre el mundo académico y el laboral, pero no se trata de eso en este caso. 

Por supuesto, soy consciente de que más erudición no implica mayor bondad; sin embargo, hacer que sea más agradable el entorno en el que se mueven los recién llegados no es una mala idea. Piensa, además, en las consecuencias del acoso: grupos de humanos aprendiendo desde muy temprano que pueden dañar a un individuo sin represalias. ¿No hay una relación entre eso y algunas noticias de la actualidad? Tampoco estaría mal enseñar a dónde lleva el fanatismo, algo difícil cuando muchos profesores están dentro de él. 

viernes, 18 de junio de 2021

Valar morghulis

 

Tardé bastante en ver Juego de tronos porque no me apasiona, no es mi tipo de fantasía; sin embargo, hay en ella elementos que me gustan y pienso que mantiene un nivel aceptable durante varias temporadas, algo que no se puede decir de otras series. 

Voy a destriparla, así que ya sabes: si no la has visto aún, te recomiendo dejar de leer. 

No haré comparaciones con los libros porque no los leí todos. Pienso hacerlo, pero mi pila de pendientes nunca había sido tan alta y me costará encontrarles un hueco. 

Juego de tronos ha sido un fenómeno televisivo a la altura de Lost, una historia seguida por miles de fanáticos. Los constantes ditirambos, en este caso, son inevitables; aunque el final dividió al fandom porque no era lo que muchos esperaban y está lleno de recursos manidos, facilones. A mí no me gustó, sinceramente. Creo que es muy lentorro, monótono y dramático en exceso. Parece hecho a vuelapluma, sin tomarse tiempo para reflexionar sobre situaciones que merezcan la pena. Se nota asimismo la intencionalidad de narrar futuras historias —o esa es la sensación que da—, lo cual provoca que algunas partes queden demasiado abiertas y te dejen con ganas de saber más. No es un final satisfactorio, vamos. 

Mi momento favorito de la última temporada es la destrucción de la ciudad a lomos del dragón: Daenerys sucumbe a su propio poder, a la profunda frustración de estar tan cerca y tan lejos de su anhelado objetivo. Un montón de inocentes se interponen en su camino; pero, como ella misma dice en una escena anterior, no es su culpa que se hayan quedado en medio. Daenerys representa así a los que están dispuestos a destruirlo todo para construir una utopía cuyos cimientos son cuestionables y endebles. Varias de sus decisiones a lo largo de la serie dejan claro que prefiere el castigo al perdón. Sin misericordia. Conmigo o contra mí.

Lo que viene después tampoco está mal: Jon Nieve tiene que tomar la decisión más difícil de su vida..., y ninguna de las dos opciones es buena. Es el equivalente a un zugzwang en el ajedrez, cuando todas las jugadas llevan a un empeoramiento de la posición. Seguir a Daenerys supone tomar el camino de la destrucción; y asesinarla, el del infortunio. Al final se impone su sentido del honor y decide acabar con ella. Es lo lógico; me costaría imaginar otra cosa con todo el recorrido de ese personaje. Por desgracia, la escena se echa a perder porque a alguien se le ocurrió meter un simbolismo simplón e impostado. No era necesario que el dragón fundiese el trono. Incluso hubiese preferido que convirtiese a Jon Nieve en un montón de cenizas. 

Eso me recuerda una escena que despertó a mi sentido arácnido. ¿Era necesario que el dragón intentase incinerar al rey de la noche? Incluso teniendo una coherencia interna, chirría porque cualquiera que conozca el fantástico sabe que el fuego y los no muertos —aunque un caminante blanco no sea exactamente eso— no se llevan bien, igual que el agua y los gatos. Pero en este caso se trata del aliento de un dragón, nada menos. Aun así, el rey de la noche sale de las llamas cual terminator. Eso sí, con el fuego al menos podía verse algo en la oscuridad. 

Este dispositivo fue necesario para ver el
 tercer episodio de la última temporada

Definitivamente, podría haberse hecho un mejor desenlace. Las primeras temporadas están a un nivel mucho mayor a pesar de sus defectos. ¿Que qué defectos? Pues a algunos personajes, como el hermano de Daenerys o Joffrey, se les ven los hilos: se nota que han sido construidos con el objetivo de provocar una catarsis cuando les pase algo horrible. Es fácil intuir que van a espicharla en cuanto los conoces. 

La «muerte» del Perro es un recurso tan trillado que no funciona: cuando no veas el cadáver del personaje, sospecha. Sin ir más lejos, se trata de un truco usado en La canción de Albión, trilogía que reseñé hace unas semanas, y ahí tampoco engaña. El Perro, por cierto, es mi personaje favorito: lo que ves es lo que es. No lleva máscara como los políticos. También Arya me pareció interesante, aunque tenga un final insatisfactorio. 

Hay otra muerte, la de Jon Nieve, que me impresionó. Suele decirse que en esta serie no debes encariñarte con ningún personaje porque mueren a puñados; pero hay unos pocos que son los pilares de la historia y sería un error acabar con ellos muy temprano, a saber: Daenerys, Nieve y Tyrion. A pesar de ello, me creí la muerte de Nieve porque se ve el cadáver y mi respeto por Martin —o los guionistas— creció una barbaridad. No me percaté en ese momento de que una resurrección, una literal, también puede formar parte del viaje del héroe, y justo la línea argumental de Nieve es ese viaje. Campbell estaría orgulloso. Lo que no me convence tanto es usar su muerte como cliffhanger, porque es ir a lo fácil. 

Con todo, el conjunto es muy bueno y hay una gran cantidad de diálogos que merecen la pena. Me parece excelente la forma en que Tyrion consigue descubrir quién es el consejero menos confiable. Un engaño ingenioso. Y tanto Meñique como Araña son memorables. El primero tiene una frase, «el caos es una escalera», que podría ser el lema de muchos arribistas.  

No diría que Juego de tronos es la mejor serie de la historia, como he leído y escuchado; pero sí creo que tiene virtudes suficientes para estar entre las mejores. Es raro encontrar tantos personajes bien construidos y una trama que suscite tantas reflexiones. A ver si hay suerte y El bastón rúnico, historia de Moorcock que está preparando la BBC, consigue tener un nivel similar. 

jueves, 3 de junio de 2021

Distant Worlds: Universe

 


Si tuviese que escoger un 4x espacial de entre todos los que hay, me quedaría con éste sin dudarlo. Lo de «4x» indica los factores que definen al género: explorar, explotar, expandir y exterminar. En este caso, todo se lleva a cabo con naves espaciales que buscan planetas para colonizar, minar o conquistar; aunque las condiciones de victoria varían en cada imperio y algunos pondrán más énfasis en el comercio, por ejemplo. No todos estarán muy interesados en guerrear. Si tienes suerte, te tocarán vecinos tranquilos; si no, tendrás que vértelas con alguien sediento de sangre y poco dispuesto a las charlas amistosas. Ese azar, unido a la aleatoriedad del mapa, es uno de los encantos del género. No hay dos partidas iguales. 

Lo que hace que Distant Worlds sea diferente, además de sus gigantescas dimensiones en todos los sentidos, es que el universo está vivo: mientras tú te encargas del estado, el sector privado irá construyendo y comerciando por sí mismo. Recuerdo una partida donde el sector privado comerciaba con los mismos piratas que estaban extorsionando al imperio. ¡Todo por la pasta! Y si encuentras un buen paisaje donde construir un centro turístico, enviarán naves de pasajeros dispuestos a perder el tiempo y soltar billetes. Estos centros pueden tener sus propias defensas, cazas que se zamparán a cualquier molesto pirata con ganas de juerga. 

Los piratas no se parecen a los que suelen encontrarse en juegos similares. Primero te ofrecerán un pacto: «dame un generoso estipendio a cambio de mi protección, amigo». Por supuesto, no tardarán ni un segundo en atacarte si no les pagas. Es lo que hay. También te darán información interesante de vez en cuando, como la ubicación de una colonia o el mapa de algún sector desconocido. El jugador debe valorar si le conviene tener tratos con ellos, porque en caso contrario harán incursiones donde más duela. Ah, y es posible jugar partidas siendo pirata; aunque nunca lo he probado y no sé si será entretenido. Seguro que sí

El jugador puede verse abrumado por la inmensa cantidad de tareas que aparecen a lo largo de las partidas, pero puede delegar lo que quiera a la IA. Eso sí, un humano con cierta experiencia será mejor. Yo manejo las naves exploradoras al principio, cuando me interesa que busquen planetas colonizables lo más cerca posible; si se las dejase a la IA, se irían al quinto pino. Las naves constructoras, en cambio, las automatizo porque su tarea es repetitiva y tediosa. Sólo les doy órdenes si aparece algo interesante en el mapa para reparar, como el pecio de una nave capital, o si he encontrado uno de los tres recursos más raros de la galaxia. Uno de ellos, por cierto, es un homenaje a Dune. ¿Adivinas cómo se llama y en qué tipo de planeta se encuentra? 

Las batallas, porque tarde o temprano habrá batallas, son espectaculares y a tiempo real. Naves de todo tipo atacándose con el armamento que hayas elegido investigar. Hay un árbol tecnológico entero dedicado a las armas —este juego tiene tres árboles que se van investigando a la vez—, y será importante estudiar la situación para saber en qué rama conviene avanzar. Un imperio de comerciantes, verbigracia, querrá tener buenas defensas porque no ganará nada con las guerras; así que tendrá bases defensivas que serán auténticos avisperos de cazas, entre otras cosas. Necesitarás una flota considerable si quieres hacerles daño. 

Distant Worlds es enorme. Llevo jugando unas cuantas horas y tengo la sensación de que sólo he visto la superficie sin haber metido todavía ni un mod, porque hay un montón: Star Trek, Star Wars, mejoras de IA, más razas... 

Una de las pocas críticas que se le hace al título es que se vuelve caótico en las fases finales, cuando tu imperio domina un buen pedazo del mapa. Yo discrepo con ella porque el juego te ofrece las herramientas necesarias para que eso no ocurra. Es cierto que el mapa es enorme, que las naves son muchas, que los piratas pueden colarse por el sitio más inesperado; sin embargo, basta con prestar atención a las alertas y reducir la velocidad durante los momentos peligrosos. También hay que saber asumir pérdidas: a veces resulta imposible defenderlo todo... a menos que inviertas una buena suma de dinero en ello. 

Personalmente, lo que no me gusta es diseñar las naves; se me hace tedioso. Hay quien lo disfruta, pero yo prefiero dejárselo a la IA aun sabiendo que es peor. Lo demás me parece perfecto. Tengo curiosidad por ver si la segunda parte será tan buena, porque va ser muy difícil que derrote a la primera. Ojalá que la compañía se supere a sí misma. 

domingo, 23 de mayo de 2021

La canción de Albión

 


Han pasado unos cuantos años desde que intenté leer esta trilogía por primera vez, tantos que me asombraba recordar algunas partes. Lo que no recordaba era por qué había abandonado en Mano de plata, así que mi curiosidad hizo que desempolvase los libros para regresar a Albión. 

El primero me enganchó una barbaridad y lo terminé en un par de días; aún me parece una gran novela a pesar de sus pocas taras. El segundo... me hizo ver de inmediato el motivo de que fuese abandonado. Lawhead, el autor, hace algo que considero poco recomendable cuando el lector acompaña a un personaje durante mucho tiempo: cambia al protagonista. La narración en primera persona pasa del héroe al clásico compañero, lo cual provoca una cierta confusión durante un rato, al menos a mí. Además, en La última batalla cambia de nuevo, el héroe vuelve a ser el narrador. Pienso que es innecesario, aunque quizá me equivoque. Si fuese una obra coral, otro cuervo graznaría. 

Vamos al lío: todo empieza con dos jóvenes universitarios, Simon y Lewis. El primero es altivo, ha tenido una vida fácil gracias a su posición; el segundo sirve de contraste para generar un conflicto inevitable. Ambos son amigos que estudian la cultura celta, y el entusiasmo de Simón arrastra a Lewis hacia una granja donde se dice que apareció el cuerpo de un uro. Ése es el primer contacto con Albión, un mundo bucólico y céltico en el que los protagonistas vivirán sus aventuras. Accederán a él mediante un cairn, un montículo de piedras que puede tener varios propósitos: marcar un lugar sagrado, recordar una batalla importante, etc. 

Lawhead construye su universo inspirándose en el mundo de las ideas de Platón: todo lo que hay en el otro lado es más bello, perfecto, benévolo. Y está conectado a nuestra realidad; es decir, lo malo que suceda en Albión repercutirá en nosotros. Por eso es primordial que sea reparado lo que está corrompiéndolo. 

Las novelas enganchan porque Lawhead conoce y emplea las herramientas para que eso suceda. Asimismo sabe cómo conseguir que ames u odies a un personaje. De hecho, en esta trilogía encontrarás a uno de los villanos más odiosos del género fantástico. Lo único que me desagrada es el ritmo, lastrado por la paja reiterativa de algunos fragmentos. A veces los personajes realizan acciones banales, o se repiten diálogos y reflexiones. No sucede muy a menudo, pero sucede. Es frustrante cuando deseas que se acabe ya de una vez esa maldita escena interminable que no te interesa ni lo más mínimo. Tuve la tentación de saltarme páginas más de una vez porque son fragmentos que no aportan nada, lo importante permanecerá inalterado tanto si los lees como si no. 

La canción de Albión no cuenta nada nuevo, no es original en ningún sentido; pero está muy bien ejecutada y cumple de sobra, tiene todo lo que uno espera de una obra del género: romances, duelos, batallas, misterios. Por ende, la recomiendo, sobre todo si la encuentras por ahí a buen precio. 

jueves, 18 de marzo de 2021

¿Existe el individuo?


Las palabras «individuo» y «colectivo» suelen vagar, asilvestradas, por las peligrosas junglas ideológicas, terreno en el que no es mi intención adentrarme. No ahora, al menos, porque los políticos —todos, sin excepción— me han saturado con sus mensajes reduccionistas, fuegos fatuos y bálsamos de Fierabrás. Tengo que aprender a ignorarles por completo. 

Empezaré con un ejemplo extremo: Eric Hoffer, autor de El verdadero creyente, tuvo problemas de visión que lo apartaron del sistema educativo; así que se dedicó al autoaprendizaje mientras trabajaba de jornalero y estibador de puerto. Esto, evidentemente, tiene mucho más mérito en una época donde internet era sólo un sueño, porque ahora todo está al alcance de un clic. El tipo se buscó la vida en bibliotecas y librerías, aprendió sin ayuda. Por ende, ¿podemos afirmar que se trata de un individuo? ¿Alguien que se hizo a sí mismo de manera aislada? 

Debemos tener en cuenta que en realidad sí tuvo algo de educación, porque sus padres debieron enseñarle a leer y escribir, lo cual le permitió realizarse después. Además, los libros que leyó no salieron de la nada; fueron escritos por otros humanos. Supongo que aquí el nexo entre el individuo y el grupo está claro. Eric nació y se desarrolló en un entorno preconstruido que le permitió evolucionar. No creo que podamos definirlo como un individuo completo. 

Habrá que ir más lejos, pues: un náufrago, alguien que deba arreglárselas solo en una isla como Robinson Crusoe. En principio, puede parecer que es un ente aislado. No tiene a nadie alrededor para echarle una mano. Se trata, sin duda, de un perfecto individuo... o lo sería de no ser por sus conocimientos adquiridos en el grupo, los cuales usa para sobrevivir, y por su lenguaje, que articula cada pensamiento. Todo eso forma una conexión invisible con la sociedad que le dio a luz. Si se hubiese desarrollado solo desde un principio, sería como un animal, y aun así habría un pequeño lazo con sus progenitores, como le sucede a Tarzán. Esto último es en teoría, claro; un cachorro humano necesita a otros para sobrevivir. Incluso si el individuo completo existiese, no podría serlo durante toda su vida. 

A medida que el colectivo evoluciona, inexorable, va cobrando firmeza la idea del lobo solitario que se vale por sí mismo; idea, además, que a veces incluso se considera meritoria. Pero es una quimera: como diría el meme del Joker, «vivimos en una sociedad». La basura no se tira sola, la vegetación no tiene la cortesía de mantenerse en sus límites, los productos de las tiendas no aparecen expuestos por arte de magia, el edificio donde uno vive no estaba ahí desde el albor de los tiempos. Incluso los trabajos más aislados dependen del grupo. Un youtuber profesional, por ejemplo, no podría serlo sin sus seguidores. Recordemos la dialéctica del amo y el esclavo: el primero dejaría de ser amo si destruyese al segundo. 

Los conceptos «individuo» y «colectivo» aparecen como antagónicos en muchos textos, pero yo me atrevería a decir que no hay tanta diferencia entre uno y otro. Para Aristóteles los individuos son como las piedras de una casa. Es imposible ver esa casa, comprenderla, si sólo se enfoca la mirada en una piedra. 

Y hasta aquí otro de mis dislates filosóficos. Ya que he mencionado a Hoffer, en el siguiente quizá reflexione sobre el abrumador fanatismo actual. Añadiré, por último, que soy alguien individualista que recela de los grupos; sin embargo, a veces hay que abandonar las circunstancias cuando se busca la verdad. 

domingo, 7 de febrero de 2021

Mis diez películas favoritas (segunda parte)

 

Mención especial para las que se han quedado fuera por muy poco: Doce hombres sin piedad, Un día de furia, Los héroes del tiempo y Return To Oz. La última es de las que vi un montón de veces durante la infancia, pero me resisto a hacerlo ahora y desconozco cómo habrá envejecido. Supongo que muy mal, así que prefiero quedarme con las buenas reminiscencias que me quedan. 

5. El ejército de las tinieblas


Recuerdo ir al colegio y hablar de esta película con entusiasmo a cualquier incauto que se cruzase conmigo, porque para mí fue todo un descubrimiento. «¡Esta es mi escoba de fuego!». La tenía en VHS —qué tiempos— y no podía dejar de verla. Al paso de los años, fui detectando los numerosos errores que tiene, como las colchonetas que se distinguen en una escena; pero no me importan ni lo más mínimo: Sam Raimi hizo algo tan único y genial con este filme que sus faltas no logran empañarlo. ¿Cuántas veces, en aquella época, tenía uno la oportunidad de admirar la marcha de un ejército no muerto en su televisor? Una marcha, además, acompañada por una banda sonora excepcional y un humor destacable, ya que la película no se toma en serio a sí misma. 

El ejército de las tinieblas fue un soplo de aire fresco para los que jugábamos a rol y wargames de fantasía en los noventa, pues no era común que algo tan friki y gamberro circulase por ahí. Y estos asuntos no estaban bien vistos por la mayoría, que consideraba el fantástico —de la ciencia ficción ni hablemos— como algo propio de raros. Al menos así era en mi entorno. 

4.Willow


Para muchos es la mejor película de fantasía que se ha rodado. Yo no lo creo, pero lo entiendo: por algo está en la cuarta posición de mi lista. 

La estructura es el típico viaje del héroe —normal con Lucas de por medio—: hogar, elemento que viene «del otro lado», mentor, pruebas. Es curioso que ese «elemento» sea un bebé humano, porque en principio no tiene nada de especial; pero se trata de un humano que llega a un poblado de nelwyns; o sea, hobbits con otro nombre. De hecho, Lucas tenía planeado rodar El hobbit en un principio. Como no consiguió los derechos, hizo Willow. Yo lo prefiero así porque se trata de algo diferente. Además, es un muy buen filme: los actores lo hacen de miedo, la banda sonora de Horner es inolvidable, hay humor, lo cual siempre es un plus, y los paisajes son impresionantes. No se me ocurre qué más pedirle a una película. Quizá sea la nostalgia, pero no he encontrado nada parecido en el cine actual. Ni siquiera El señor de los anillos me emocionó tanto como esta aventura clásica y sus numerosos momentos catárticos. 

3. Conan el bárbaro


Aunque los dos títulos de arriba tienen una gran banda sonora, ésta se halla entre las mejores que se han compuesto para una película, ni más ni menos. La escucho mientras escribo esta entrada y hasta tengo el CD original, comprado en una de esas tiendas de música ahora desaparecidas. La épica que irradian los temas es inenarrable. Hay una parte en Crystal Palace —Conan el destructor— que me pone los pelos como púas de erizo. 

Y la película. ¡Qué película! No podían haber escogido a alguien mejor para interpretar a Conan; la inexpresividad y dureza de Arnold encajan a la perfección, igual que cuando fue un aséptico terminator. Él es el Conan de la pantalla y nadie podrá reemplazarlo. Dicho esto, los relatos de Howard están muy por encima y te los recomiendo si no los has leído. La parte donde Conan encuentra su espada es mucho más espectacular en el terreno literario, por ejemplo; aunque no sé si lo ahí descrito hubiese quedado igual de bien. Lo que funciona en un texto a veces no lo hace en el cine, y viceversa. Son dos formas diferentes de narrar. 

2. Dentro del laberinto


El ingenio y la imaginación de Henson, Terry Jones y Brian Froud, entre otros, dieron como resultado una obra sobresaliente. Lo único que puedo hacer es alabarla. La atmósfera, la música, los personajes, cada pieza se conjuga para generar algo maravilloso. Bowie hace una perfecta interpretación de Jareth, el rey de los goblins, y Connelly no se queda atrás. Los títeres tienen un diseño espléndido, incluso los que no aparecen en primer plano. Esto es, en suma, una película especial, irrepetible, que ha envejecido bien gracias a sus efectos tradicionales. Podría encontrarse perfectamente en la primera posición; pero ahí sólo hay espacio para una, la cual está relacionada con ésta, como se verá. 

Tras ver Dentro del laberinto me aficioné al género fantástico de inmediato, fue para mí la entrada a ese mundo. No me extraña que ahora, décadas después, se considere de culto y tenga hasta un juego de rol. Uno muy bonito, además. Lástima que mis días como rolero se hayan quedado muy lejos. Me queda la espinita de no haber sido el clásico pícaro. 


1. Cristal oscuro


«En otro mundo. En otro tiempo. En la era de la maravilla, hace mil años, esta tierra era verde y era buena, hasta que se quebró el cristal y un trozó se perdió...». Sí, Jim Henson y Brian Froud de nuevo. La primera vez que vi Cristal oscuro me fascinó por completo, aunque era muy pequeño y un par de escenas me desagradaron profundamente. Con el paso de los años, encontré a varias personas de mi generación que también sufrieron durante las mismas partes, a saber: la descarnada muerte del principio y el drenaje de vida. Lo último recuerda en exceso a una ejecución y es, desde luego, poco adecuado para el terreno infantil. Seguro que quien lo vea de adulto no notará nada raro, pero se quedó grabado en la mente de muchos niños. 

Igual que con El secreto de NIMH, la historia no me interesa tanto como el arte, que es sublime; sin embargo, pienso que tiene su interés: ¿a dónde llevaría la destrucción de lo que consideramos moralmente negativo? Seguro que la pregunta cobrará mucha relevancia en el futuro, cuando tal vez exista esa posibilidad. Lo único malo de Cristal oscuro es la sensación de vacío que deja cuando termina, porque sabes que no hay ni habrá nada similar en el cine. 

martes, 12 de enero de 2021

Mis diez películas favoritas (primera parte)

 

Aunque no soy muy cinéfilo, hay películas que he ido viendo varias veces a lo largo de los años. Algunas, como Cabeza borradora, me impactaron y conservo un buen recuerdo de ellas; pero no volvería a verlas de nuevo, así que se quedan fuera de la lista. Lo que viene a continuación es muy personal, gusto propio, y lo que me lleva a publicarlo es mero divertimento, amén de que quizá sirva para que alguien descubra algo que le interese. El criterio que seguí es sencillo: son películas que vi más de una vez y no me daría pereza volver a hacerlo. 

10.  Rebelión a bordo


Siempre acabo encontrándome este film en la tele antes o después —es curioso, porque sólo la enciendo mientras como—, y me entretiene cada vez que lo hago. Incluso ahora lo volvería a ver sin temor a aburrirme, porque el conflicto entre los dos personajes principales está magníficamente llevado. Decía Maquiavelo que puedes ser amado o temido, hasta ambas cosas; pero deberías evitar el odio. Saber eso le habría venido fenomenal al despiadado capitán Bligh, porque antepone su ambición a la vida de sus hombres. Eso provoca que el segundo de a bordo, interpretado por un colosal Marlon Brando, termine perdiendo la paciencia y rebelándose. La moral acaba imponiéndose a la jerarquía, encarándose a un poder tiránico. Podría decirse que es una representación a pequeña escala de lo que sucedió en algunos países, aunque en estos la historia tiene una mayor complejidad. Lo terrible es que las personas como Bligh existen. Menos mal que son muy raras de encontrar: sólo quien haya vivido lo suficiente o tenido mala suerte se habrá topado con alguna. En mi caso, una única vez. 

9. Cromwell


«La democracia, señor Cromwell, era una bufonada griega basada en la descabellada teoría de que existen posibilidades extraordinarias entre las gentes más ordinarias». Algunos reyes, embriagados por el absolutismo, no fueron conscientes de su delicada situación hasta que ya no se pudo dar marcha atrás. Al fin y al cabo, eran simples humanos que ostentaban un símbolo de poder únicamente real en un imaginario colectivo; es decir, el pueblo podía volverse contra ellos y destruirlos. Esta película narra, de forma resumida, la guerra civil inglesa, o cómo un monarca obstinado puede terminar dando un paseo en dirección al cadalso. Algo bueno puede decirse de Carlos I: mantuvo la dignidad hasta el último momento. Lo malo es que eso no le sirvió de nada; hubiese sido mejor para él ceder terreno ante el parlamento y el radicalismo puritano de Cromwell, en vez de mantenerse enrocado. 

Los actores que encarnan a esos personajes lo hacen de forma excelente —uno de ellos es Obi-Wan, qué más quieres— y las escenas de batalla están bien recreadas. Muy recomendable. 

8. El secreto de NIMH


Aquí dudé entre ésta y El vuelo de los dragones, pero al final venció la fascinación que El secreto de NIMH me causaba cuando era un crío. Sin exagerar, es muy probable que la haya visto entre diez y quince veces. Por eso aún hoy me la sé de memoria. Decidí no volver a echarle un ojo porque no quiero estropear mis recuerdos; es posible que haya envejecido mal y, además, algunas obras es mejor visitarlas a ciertas edades. Aun así, creo que debe estar en la lista como representante de mi infancia... a pesar de que tal vez no sea lo mejor que puede ver un niño: varias escenas pueden generar una desagradable sensación de angustia.  

En este caso, la trama nunca me interesó tanto como la atmósfera y la fuerza de las imágenes, intensificada por la banda sonora de Goldsmith. Las manos sarmentosas escribiendo con tinta mágica, el búho cubierto de telarañas, el arado arrasando todo un mundo, las luces inesperadas y sus reflejos. Cada momento contiene una magia inefable que no se percibe en otras películas similares. 

7. El hombre omega


Hay varias versiones cinematográficas de Soy leyenda, novela escrita por Matheson. La más conocida, con diferencia, es la que protagonizó Will Smith; pero a mí me gusta que las películas se distancien de la obra original y tengan personalidad propia. Aquí no hay vampiros, sino mutantes encapuchados sensibles a la luz, un clan que busca la destrucción del protagonista al caer la noche.   

Lo cierto es que tiene momentos que dan vergüenza ajena, como los gestos que ponen los actores «muertos», y algunos diálogos son demasiado explicativos para mi gusto: los personajes hablan entre sí hechos que conocen de sobra porque en realidad se lo están contando al espectador. Esto hace que no se posicione más arriba. Con todo, me parece muy divertida y no me canso de verla cada cierto número de años. Además, la banda sonora es muy buena y hace que los títulos de crédito sean difíciles de olvidar, sobre todo por esos planos que enseñan detalles ajenos a la mirada del protagonista. Destacable el cadáver de la azotea, tomando el sol plácidamente en su tumbona. 

6. Blade Runner


Después de la enorme cantidad de análisis que ha tenido Blade Runner, no voy a decir nada nuevo. Se ha mirado con lupa cada milímetro del filme y a estas alturas son de sobra conocidos los detalles más relevantes. Si ya la has visto, sabrás por qué está aquí, y si no, te estás perdiendo una obra maestra. A veces cuesta decir «obra maestra», pero con este título no cabe duda alguna. Todo es excelente: actores, banda sonora, atmósfera, diálogos. Todo. Quizá el ritmo pausado pueda echar para atrás a algunos, porque esto no es una peli de acción al uso; sin embargo, merece la pena darle una oportunidad. Es tan buena que incluso supera a la novela, y no por poco. Se merecería estar entre las primeras posiciones, pero lo que viene después me marcó mucho más a pesar de no hallarse al mismo nivel. Por desgracia, ando mal de tiempo últimamente y opté por dividir esta entrada en dos partes; así que deberás esperar para saber qué pelis están por encima de este portento cinematográfico.