martes, 16 de abril de 2024
The Ark
martes, 27 de febrero de 2024
Bosque Mitago
Lo mejor de esta novela es su magnífica prosa, la cual no deja de ser fluida a pesar de sus descripciones detalladas. Además, la traducción es muy buena. Eso me sorprende porque en los libros de esa época suelo encontrarme con traducciones mediocres, ya que tienen taras cada pocas páginas y terminan por sacarte de la lectura. No es así en este caso. Sólo recuerdo un par de erratas en todo el libro.
Dejando a un lado la prosa, lo demás no me ha gustado tanto. Sé que Bosque Mitago es considerado uno de los grandes clásicos del género y creo sinceramente que no es un mal libro, incluso tiene algunos fragmentos que me parecieron sublimes; pero no funcionó conmigo. Quizá voy a ser demasiado subjetivo, pero pienso que la novela tiene un problema que, al menos a mí, me parece grave: el autor te pone un lugar mirífico ante las narices durante un largo período de tiempo sin meterte en él. Lo describe durante cientos de páginas, incluso en el prólogo, y el protagonista se queda al lado, en su casa, acompañado por un personaje que pertenece a ese mundo mágico. Esto provoca una gran frustración porque quieres conocer ese otro lado cuanto antes.
Podría decirse, si pensamos en el Héroe de las mil caras de Campbell, que se tarda demasiado en cruzar el umbral. Imagina que en Las crónicas de Narnia los protagonistas se pasasen doscientas páginas pensando en si es una buena idea meterse en ese raro armario. Puede que el autor se las ingeniase para no aburrir; sin embargo, sería difícil evitar que el lector sintiese una leve frustración. Es como enseñarle un caramelo a un niño y luego alzar la mano para que no pueda cogerlo. La promesa que se hace en el comienzo —la visita a un bosque mágico— es visible pero inalcanzable. Sólo tras unos cientos de páginas se llega a cumplir... cuando ya queda poco espacio para explorar el bosque.
Todo esto, por sí solo, ya es un problema considerable; pero hay que añadir algo más: el único personaje femenino es decepcionante: sólo está ahí para que los hombres se enamoren y luchen por él. Existe para que la historia se mueva hacia el desenlace. Aunque esto no me parece tan grave como lo anterior, puede ser un motivo que lleve a alguien a dejar la lectura.
El final es interesante hasta que el autor decide sabotearse a sí mismo generando más frustración. Un giro está bien; dos... depende. Si con el primero has tomado un camino nuevo y perfecto, uno que entronca con lo narrado, ¿por qué lo destruyes para tomar otro peor? De un final que podría haber tenido cierta originalidad se pasa a lo ordinario. Por suerte, luego hay un tercer giro —sí, otro más— que arregla las cosas hasta cierto punto; pero no sale de lo común.
Con todo, la novela me parece buena porque tiene sus virtudes. Algunas escenas son espectaculares y están vestidas con una prosa notable. Simplemente, no creo que se trate de una obra maestra, como me la habían vendido. Quizá lo que me ocurrió es que tenía unas expectativas muy altas. No era para menos, porque en la contraportada hay una recomendación de Moorcock: «Para mí, éste es el libro de fantasía más importante de los años ochenta; una obra para leer muchas veces y redescubrir con placer a cada nueva lectura». ¡Traición! ¡Me engañó!
jueves, 1 de febrero de 2024
El perro de la guerra y el dolor del mundo
He leído varias veces que ésta es la mejor novela de Moorcock; así que, llevado por la curiosidad, eché un vistazo en internet para comprarla en papel. Como lleva descatalogada desde hace bastante, los precios eran prohibitivos, muy superiores a su valor real. Y eso sin tener en cuenta lo mala que es la traducción al castellano. Por lo tanto, decidí ponerme un parche en el ojo y un loro en el hombro. Moorcock es el autor que más me ha influido y no estaba dispuesto a dejar escapar su obra magna.
Soy consciente de que es un escritor con ciertas limitaciones: algunas ideas mal aprovechadas, prosa normalita, ritmo irregular... Sin embargo, nada de eso es lo verdaderamente importante. Hay videojuegos con gráficos terribles que se siguen jugando décadas después porque son muy divertidos, y eso es lo que le pasa a Moorcock: sus historias son divertidísimas. El telos, el objetivo, de una novela es entretener. Si quiero aprender historia, no abro una novela histórica. Por supuesto, una novela también puede enseñar; pero eso es secundario: si lo primero no se cumple, tampoco se cumplirá lo segundo porque el libro será abandonado. Moorcock entendió esto muy bien cuando dijo su famosa frase: «Prefiero ser un mal autor con buenas ideas que un buen autor con malas ideas».
También hay que tener en cuenta que es mejor leerlo de joven. A menos que tu niño interior siga con vida, lo cual es difícil, no te impactará de la misma manera.
Dicho esto, vayamos a lo que venimos, a El perro de la guerra y el dolor del mundo. El título me parece fenomenal, pero ¿estará la obra a su altura?
El argumento es interesante, una versión oscura de los mitos artúricos. Ulrich von Beck, soldado mercenario, ha aprendido a sobrevivir en la convulsa época de la guerra de los treinta años. Ciudades carbonizadas, muertos por doquier, asesinatos, violaciones. En un marco así, es difícil mantenerse en el camino del bien si quieres seguir con vida. Ejemplo: ¿robarás comida o morirás de hambre? No es de extrañar, en consecuencia, que el protagonista sea alguien que ha hecho de todo. Sin embargo, eso no es problema para su señor: nada más y nada menos que Lucifer. Éste le encarga la difícil tarea de conseguir el santo grial; difícil porque Beck no es precisamente alguien con un pasado limpio.
Los primeros capítulos me preocuparon: a pesar de que se narraban escenas sugestivas, el ritmo me parecía muy lento. Pensaba que no ocurrirían demasiadas cosas en apenas doscientas páginas. Por suerte, Moorcock acelera el ritmo a medida que se acerca el final; así que la novela termina de una manera satisfactoria, muestra la cantidad suficiente de acción. Y el mensaje que quiere transmitir me parece hermoso, no se me ocurre otra palabra para definirlo. Prefiero no explicarlo para no destripar nada. El perro de la guerra y el dolor del mundo, para mí, no es sólo la mejor obra del autor, sino una de las mejores del género. Por supuesto, no es perfecta: hay largos diálogos en contextos donde no debería haberlos, anáforas discutibles o cambios bruscos de un lugar a otro. Pero todo eso palidece al lado de sus virtudes. Quizá la más destacable de ellas sea la atmósfera de sordidez que rodea a los protagonistas.
Una curiosidad: Moorcock critica abiertamente la obra de Tolkien; pero aquí hay un personaje, Philander Groot, que tiene algunos paralelismos con Bombadil. Apostaría a que éste fue una inspiración, aunque no es posible saber si fue consciente de eso o no. Tampoco es que tenga mucha importancia.
Creo que éste es uno de esos títulos que nunca deberían estar descatalogados. Si de mí dependiese, tendría una edición a la altura, bien traducida y con ilustraciones. Mi consejo, en caso de que no lo encuentres a buen precio, es que hagas como yo... «Quince hombres sobre el cofre del muerto. ¡Yo, ho, ho! ¡Y una botella de ron!».
domingo, 14 de enero de 2024
¿Han muerto los blogs?
Acabo de borrar la última entrada porque me pareció demasiado escueta y la escribí con desgana, sinceramente. Hay dos motivos: falta de tiempo y desmotivación. Lo primero se debe a haberme dedicado a escribir durante cinco meses, con suma disciplina, para terminar una novela; lo segundo, a la nostalgia de la época dorada de los blogs y foros. No es que tenga mucho interés en llamar la atención y recibir un aluvión de visitas —prueba de ello es que abandoné un blog más exitoso. Res, non verba—; pero a veces parece que no haya nadie al otro lado, excepto el amo y señor de Historias de Iramar, que debe estar tan loco como yo.
A pesar de todo, sigo pasando por aquí de vez en cuando para escribir alguna cosa. Lo hago por mero entretenimiento. No viene mal tener un espacio íntimo en la red, uno donde se quedan ordenadas tus reseñas, opiniones, etc. Pienso que los blogs que aún sobreviven se debe, entre otros posibles motivos, a eso: hay quien monta puzles, y quien escribe. Cada cual busca su manera de divertirse. Además, es satisfactorio alimentar al blog y ver cómo va creciendo poco a poco. Por desgracia, no parece que los más jóvenes estén muy interesados en eso de juntar letras por estos lares; así que la nada acabará por engullirlos. No descarto estar equivocado, ojo. Nunca descarto esa posibilidad en cualquier tema. Pero es descorazonador ver que ni siquiera el gadget de seguidores funciona ya correctamente, como si fuese una enfermedad terminal.
En dos mil cinco compré un PC con mi primer sueldo y conocí internet. Recuerdo que por aquel entonces escribía relatos breves, fanfics, y los ponía en foros para leer diferentes opiniones sobre ellos. Todos esos foros han dejado de existir. Fueron desintegrándose a medida que las redes sociales aumentaban su popularidad. Seguro que tú conoces alguno que también fue devorado por el incesante cambio, como el inmenso Clan Dlan, sitio donde podías descargar un sinfín de traducciones hechas por fans. Usé alguna en juegos clásicos.
Cinco años más tarde, en dos mil diez, empecé un blog que se llamaba La vieja calle del panadero. No tenía ni idea de cuánto iba a durar aquello, pero funcionó durante un lustro, antes de que me mudase aquí. Ya en ese momento intuía lo que estaba sucediendo, así que opté por reducir mi actividad y esconderme un poco. De esa forma, mi posible desaparición no sería muy llamativa, porque abandonar blogger me pasó por la cabeza más de una vez. Y, como dije, los números no me preocupan demasiado. Por eso seguí con mis zarandajas en este pequeño rincón. Sin embargo, una cosa son los números y otra la sensación de soledad que transmite un mundo postapocalíptico. Hay otras razones que me llevaron a dejar mi antiguo blog, pero son personales y no me apetece abordarlas. Haré un resumen.
¿Has visto la serie Invincible? En ella, si no recuerdo mal, el título se va ensangrentando cada vez más, dando a entender que el idealismo inicial del protagonista se resquebraja. Algo similar me sucedió a mí: la visión que tenía de ciertas cosas fue destruida por completo. Durante años pensé que quizá era una paranoia mía, pero al final descubrí que estaba en lo cierto, lo cual tampoco es que me anime; preferiría haber estado equivocado.
De momento, imagino que seguiré por aquí, seré uno de los últimos supervivientes. Espero que el desánimo no me derrote por completo.