jueves, 24 de julio de 2025

Sobre la bondad

 


El otro día, mientras buscaba una canción en YouTube, leí un mensaje interesante: «No hay nada más rebelde que ser bueno y amable en un mundo que premia el cinismo y la viveza». Es una de las conclusiones a las que puede llegar alguien tras ver la última película de Superman. En principio, suena bien; pero no tardó en aparecer una persona que discrepa, ya que ser bondadoso en todo momento equivale a ser un cordero en una piscina llena de tiburones. Nosotros no somos Superman y los demás no tardan en abusar del bueno, muchas veces percibido como débil o incluso tonto. 

Para empezar, el mundo no se divide en buenos y malos —Rousseau y Hobbes—. Los humanos son ambiguos y pueden estar más inclinados hacia un lado u otro, incluso variar según las circunstancias. Gracián decía que lo idóneo es ser una mezcla de serpiente y paloma, lo cual entronca con la idea de Aristóteles en Ética a Nicómaco: la virtud está en el equilibrio. Pero claro, ¿podemos decir entonces que la bondad absoluta es un error? Evidentemente, no como idea... y sí como práctica en las sociedades contemporáneas. No hay que darle la espalda a la realidad. 

¿Cómo actuar, pues? Yo sigo algo que se muestra en el Bhagavad-Gita: actúo con desapego, sin esperar nada a cambio. Voy por el camino de la rectitud todo lo posible y no presto atención a lo que hacen los demás. Esta actitud también recuerda al estoicismo de Marco Aurelio: «La mejor defensa es no parecerte a ellos». Por supuesto, cometo errores y no soy un santo. Solo intento hacerlo lo mejor posible durante mi breve estancia en la tierra. Lo que hagan otros no es responsabilidad mía, así que me desentiendo. Eso no quiere decir que me mantenga al margen ante una injusticia evidente, aunque hay sucesos contra los que un individuo poco puede hacer: corrupción política, guerras distantes, etcétera. Las redes sociales son un revulsivo, pero no cambian los hechos. 

Hay contextos afortunados donde esa rectitud es bien recibida y valorada, pero no siempre sucede así. Aunque mi tarjeta de presentación es la cordialidad e intento mantenerla, la abandono cuando tengo enfrente a alguien que no se la merece, ya que se aprovechó de mí o tiene una evidente inclinación a la maldad. Si puedo establecer límites o, más extremo aún, construir un muro entre ambos, lo haré. La vida es muy corta para estar soportando determinadas situaciones. Ahora bien, doy otras oportunidades mientras no construya ese muro, lo cual sucede cuando mi impresión es que no hay posibilidad de cambio. Hay casos donde hasta se llega a involucionar con el tiempo. Depende de cada uno valorar si los vínculos deben mantenerse o no. Estos asuntos son, a veces, muy complicados. 

¿Hay que echar, por lo tanto, tierra sobre esa frase inicial? Pienso que no: es un ideal noble y una hermosa forma de rebeldía. Una vez, en el trabajo, alguien me insultó y yo le pregunté si se encontraba bien. Esa demostración empática fuera de lugar lo desconcertó y desarmó. Infiero que esperaba una respuesta violenta que jamás se produjo. 

Quizá los humanos lleguen a ese ideal de bondad en el futuro distante. Si es así, no será necesaria tanta precaución. Suele pensarse que el bueno es tonto, pero yo creo que la realidad es diferente: veo a la malicia más propia de la necedad, sobre todo si es innecesaria o irracional. La vida ya es lo bastante dura por sí misma. No es necesario añadir durezas adicionales. Un malvado suele ser alguien miope desde un punto de vista ético: muchos no han sido capaces de comprender la realidad como un todo porque se anteponen a los demás. Siguen una función primaria de supervivencia. El altruista, en cambio, ha ido más allá; es más humano. 

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