lunes, 14 de abril de 2025

El estado soy yo

 


Parece que hay una añoranza por regímenes autoritarios, sobre todo en los más jóvenes. Es normal: la juventud suele revelarse ante lo establecido. Los años se encargarán de suavizar sus posturas y darles una visión más profunda de la realidad. No a todos, por supuesto; pero sí a la mayoría. Además, tienen motivos de sobra para pensar así en este momento: hay países gobernados por esperpentos mediáticos, una especie de presentadores nacidos del espectáculo, y los congresos dan vergüenza ajena. Es como si los poderosos fuesen una especie de adultos-niños que insultan la inteligencia del ciudadano. En consecuencia, es satisfactorio imaginarse a un demiurgo iracundo dándoles una patada para tomar las riendas él solo. 

En principio, parece ideal, ¿no? Al menos siempre y cuando este «demiurgo» absolutista sea alguien excelente; alguien bondadoso que se preocupe por el bienestar general y haga lo recto sin tener que rendir cuentas ante nadie. Sin embargo, se presentan varios problemas: el primero, y más obvio, es que nadie puede gobernar solo, menos aún en una época donde la realidad se ha vuelto muy compleja, con millones de humanos implicados, los cuales poseen diferentes pareceres sobre cómo ha de dirigirse una sociedad. Supongamos que ese amo todopoderoso, bueno e incorruptible, sea capaz de dirigir con mano de hierro a sus adláteres, pues los manda al ostracismo al menor indicio de corrupción. ¿Será capaz, aun así, de contentar al pueblo? ¿Cómo? Si toma decisiones liberales, habrá quien agite los puños; si aumenta los impuestos, también. Nunca llueve a gusto de todos. 

Indudablemente, acabaría apareciendo una oposición al nuevo tirano, incluso humanos muy enfadados que buscarían quitarlo de en medio a cualquier precio para traer de nuevo la democracia. Que sea alguien notable les importará más bien poco. Vamos a suponer, ahora, que nuestro demiurgo es capaz de lidiar con ellos y tomar buenas decisiones para el país. En pocos años, Utopía crece y prospera, la pobreza ya sólo es recordada por unos pocos. ¿Qué ocurrirá cuando muera el amo? Porque lo de «demiurgo» no iba en serio. Sea de forma natural o no, acabará desapareciendo de la escena y alguien deberá tomar el relevo. ¿Será tan excelente como el anterior? ¿Y qué pasará cuando éste también la espiche? Ya te lo digo yo: antes o después habrá un amo que no será tan excelente. No es necesario que sea Iván el Terrible para que se vaya todo al traste, basta con que se trate de un tipo bien intencionado pero mediocre. En ese caso, los que antes agitaban los puños tendrán mejores excusas para oponerse. 

Vaya, se ve que eso del autoritarismo no es tan idílico, incluso diría que es más convulso que otros sistemas. Quizá alguien pueda defender un autoritarismo más descafeinado, uno donde el poder tenga limitaciones; pero seguiría pasando lo mismo. Las discrepancias y problemas surgirán en todo sistema posible de la actualidad. Por supuesto, sé que algunas personas están dispuestas a todo con tal de imponer un dictador de su ideología; pero no las tengo en cuenta: para mí, alguien que considera que todo va bien cuando a él le va bien... no merece que le preste atención. Además, muchos suelen ser hipócritas que olvidan su ética e ideas cuando les llegan vientos favorables. 

Mi intención con esta entrada es, de forma algo jocosa, dar a entender que la realidad es más complicada de lo que parece, que ningún sistema es perfecto aunque pueda dar esa impresión sobre el papel. La sociedad es un reflejo de aquellos que la habitan: si la nuestra tiene su parte luminosa y su parte oscura, es porque así somos nosotros, al menos ahora. La clave para que el sistema evolucione es mejorar a aquellos que lo habitan. O eso creo yo, que puedo estar equivocado. Que los dioses me libren de ponerme el disfraz de Prometeo. 

Con suerte, ese rechazo juvenil abandonará el idealismo y desembocará en cambios positivos, porque nadie puede negar que la realidad actual es imperfecta y mejorable. Yo prefiero tomármela con humor para no volverme loco, no del todo, al menos. Sería gracioso que Erasmo resucitase y escribiese otro Elogio de la locura

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