lunes, 9 de octubre de 2023

Esperanza del venado

 

Lo que menos me gusta de Esperanza del venado es el primer capítulo; lo que más, todo lo que viene después. Y lo único que me hace fruncir el ceño en esas primeras páginas son los nombres: ¿Enziquelvinisensee? ¿No bastaban menos sílabas? De todos modos, es un detalle banal que no tiene por qué molestar al lector y no opaca una gran historia. Si tuviese que hacer una lista con mis obras favoritas del fantástico, ésta ocuparía un lugar en ella sin ninguna duda. 

El argumento parece sencillo y típico: un rey despiadado que se pasa de la raya, abusa, y un noble al que se le ocurre que todo sería mejor si el rey fuese él. Esto es algo que se ha visto cientos de veces en el cine y otros libros; empero, se complica, y mucho: venganzas, dioses, poder divino, una ciudad sórdida que rezuma iniquidad. El protagonista, que no es ese noble advenedizo, tiene que moverse en un ambiente muy oscuro e interesante, y conoce a personajes bien construidos, memorables. Podría explayarme, pero con esta novela es difícil no destripar algo. Mi consejo es que la leas sin buscar nada en la red. Adéntrate en ella sabiendo lo menos posible, igual que hice yo. 

Me sorprende lo que voy a escribir ahora: Esperanza del venado me ha gustado más que El juego de Ender. Me enganchó tanto que era incapaz de parar hasta terminarlo. Ahora bien, esto es una visión personal y puede que a ti no te suceda lo mismo. Hay escenas especialmente violentas que pueden provocar rechazo en el lector. De hecho, Card busca que haya una atmósfera cargada de violencia en todo momento. Hasta el uso de la magia tiene un carácter despiadado; es necesario recurrir a la sangre para emplearla. 

El ritmo es veloz: mucho diálogo y descripciones sencillas que, aun cuando son abundantes, siempre hacen avanzar la trama. Gracias a esto, es posible leer la novela en poco tiempo. Además, hay algunas sorpresas perfectamente engarzadas, las cuales refuerzan el interés en los últimos momentos, donde se despliega un final sobresaliente y poco común; un final que conecta a la perfección con todo lo anterior. 

Lo más meritorio, a mi parecer, es Inwit, la ciudad en la que se desarrolla la mayor parte de la historia. Al principio del libro queda claro que tendrá un protagonismo especial, porque hay un mapa muy detallado de ella: cada barrio, cada rincón. No sé quién lo habrá dibujado. Si fue Card, tiene una paciencia envidiable. Yo no me pasaría tanto tiempo haciendo cuadraditos. Lo interesante es que Inwit está descrita con maestría: el autor nos va metiendo lentamente en ella, desde las puertas hasta el interior. Y nos va mostrando sus temibles costumbres: nada más entrar, le hacen un tajo en el rostro a los visitantes; se trata de una marca que sirve para controlarlos: si está curada y el pase de tres días ha vencido, les cortan una oreja. 

Inwit es uno de los lugares más llenos de picaresca que encontrarás en todo el género, ya que lo peor del ser humano se muestra una y otra vez. Engaños, trampas, robos, torturas. No es una buena idea ir allí de vacaciones. Lo que sí sería bueno es leer Esperanza del venado. Qué libro. El autor, al parecer, tiene ideas polémicas y grandes defectos como persona; pero nadie puede negar su destreza en el arte de la narración.  

jueves, 21 de septiembre de 2023

Ladrón y asesino

 

A nadie se le habrá escapado que hay una nueva imagen en el blog: la cubierta de una novela que se publicó en Orpheus. Es lo último que he escrito. Mi intención era publicarla aquí mismo, así que sólo la envié a cinco editoriales por si las moscas. Para que te hagas una idea, el mensaje de presentación era esto: «Hola. Voy a publicar esta novela en el blog. Agradeceré cualquier consejo que podáis darme. Saludos». Estaba agotado de mover obras por editoriales y tomé la decisión de que Orpheus iba a ser la última. Y fueron justo ellos los que se interesaron en mi novela. Como no creo en el destino, digamos que fue casualidad. 

También había enviado antes un par de obras a una editorial que acababa de abrir la recepción, pero sabía —ojo, no estaba seguro, sabía— que serían rechazadas. Eran dos viejas novelas escritas hace tiempo y de calidad inferior. Simplemente, deseaba afianzar mi juicio sobre ellas. 

¿Y de qué va Ladrón y asesino? Pues de un pícaro malvado, astuto y ambicioso. Alguien con la necesidad de llenar un vacío que lo corroe desde dentro. La crítica al consumismo es evidente, pero no la hago desde las alturas, sino desde abajo; yo también he sido criado en ese sistema y me encuentro bajo su influjo. Dejando eso a un lado, lo que vas a encontrar es una historia ágil, sencilla y cargada de acción. El protagonista no es reacio a meterse en combates siempre y cuando tenga posibilidades de ganar. Además, es capaz de saltarse cualquier código moral si con ello logra sus metas. Hace honor al título de la novela. 

El mundo en el que se mueve está poblado por criaturas de la mitología patria, muchas de ellas asturianas. Me pareció interesante usarlas para diferenciarme de otras novelas similares, amén de que son muy interesantes para construir historias. Fue muy entretenido introducirlas en las escabrosas aventuras del prota. De hecho, no descarto volver a usarlas en el futuro. 

Podría haber seguido escribiendo pequeñas novelas de espada y brujería con el mismo personaje, pero al final decidí olvidarme de él. Quizá regrese más adelante, cuando haya escrito novelas de otra índole y me apetezca hacer travesuras de nuevo. Por ahora, prefiero explorar nuevos mundos y posibilidades. Considero, igual que Alan Moore, que crear lo mismo una y otra vez es la muerte del artista. Por si fuese poco, seguro que acabaría aburriéndome, lo cual se traduciría en un descenso pronunciado de calidad. Si me aburro, lo que sale no merece la pena. Supongo que no podría ser un autor profesional, porque necesito mucho tiempo y ganas para hacerlo bien. 

Ahora mismo estoy escribiendo la siguiente novela que, con suerte, tal vez llegue al papel. Depende de dos factores: tiene que gustarle a la editorial y debo estar satisfecho con el resultado. Mi meta es publicar unas pocas obras que sean realmente buenas. No obras maestras, ni mucho menos; pero que diviertan al lector, que cumplan con su cometido. De momento, Ladrón y asesino fue muy entretenida para los que la leyeron. Eso me alegra y me sirve de estímulo. 

A ver si hay suerte y consigo superarme. 

miércoles, 16 de agosto de 2023

Dream Quest, el diseño sobre la apariencia

 


Al grano: Dream Quest es uno de los mejores juegos de cartas que puedes encontrar en PC y móvil, pero sus gráficos echan para atrás a un gran número de personas. Es la creación de un genio que no se preocupó por la estética, aunque algunos encuentren cierto encanto en esas imágenes naifs. El protagonista es, literalmente, un monigote, y los enemigos parecen dibujados por un niño. De hecho, es posible que sea así. Sin embargo, los que sean capaces de superar esa barrera encontrarán un auténtico tesoro. Por algo este juego es el padre de varios títulos exitosos, como Slay The Spire.  

En Dream Quest hay dos aspectos que lo hacen muy especial para cierto tipo de jugadores: la inmensa cantidad de contenido desbloqueable y la enorme dificultad, pues bebe directamente de los roguelikes tradicionales. El juego crece contigo a medida que avanzas: más enemigos, cartas, personajes. Llegar hasta el jefe final es todo un reto, y no digamos matarlo. Para eso hacen falta muchas horas e intentos fallidos. Yo juego desde hace bastante y jamás he conseguido derrotarlo, salvo en una ocasión que estuve cerca. 

Cuando subes de nivel, puedes escoger entre dos beneficios

Sólo hay cuatro personajes al principio, pero terminarán siendo más de diez. La partida cambia de forma radical según el héroe que elijas, porque las cartas que aparecen en las tiendas están relacionadas con la clase: a un monje le saldrán patadas; a un mago, bolas de fuego, etc. Como el juego es, en esencia, un constructor de mazos, se vuelve imprescindible buscar la manera de refinar lo que tienes, eliminar las cartas básicas que te dan al principio. Y aun consiguiéndolo es posible perder, porque en cualquier momento puedes toparte con un enemigo diseñado para contrarrestar esa fabulosa combinación que tanto te ha costado conseguir. Los que asaltan por sorpresa cuando el personaje va de un lado a otro suelen ser especialmente desagradables. 

A la dificultad hay que añadir las más de trescientas cartas y setenta monstruos, los cuales varían en cada partida. Todo eso consigue que cada intento sea diferente al anterior, que se deban tomar decisiones nuevas y complicadas en cada uno. ¿Añado esa carta que tanto me beneficia o elimino ese pobre ataque de un daño? ¿Voy ahora a por el jefe o subo un nivel más de experiencia? Por si fuese poco, cada héroe tiene habilidades únicas que pueden activarse para ayudar en los combates; así que conviene encontrar sinergias con ellas. También hay que pensar bien qué ventaja obtener al pasar de fase, pues te ofrecen varias para escoger: oro, subir un nivel, la posibilidad de huir, más vida, mana... 

Aunque parezca lo contrario, Dream Quest es muy sencillo de aprender, lo cual le da incluso más valor. Es una lástima que los gráficos paupérrimos sean una barrera. El programador, Peter Whalen, habló hace tiempo de una actualización para mejorarlos; pero nunca llegó a hacerla. Quizá su trabajo actual en Blizzard lo tenga demasiado ocupado. A pesar de ello, no puedo dejar de recomendar este título si tienes una alta tolerancia a la frustración —es común perder por un golpe de mala suerte—, y eres capaz de soportar las imágenes. 

domingo, 30 de julio de 2023

La importancia de Ibáñez

 


Igual que muchos, de pequeño sólo leía tebeos: Anacleto, Zipi y Zape, Superlópez... Todos eran muy divertidos, pero ninguno superaba a los inigualables Mortadelo y Filemón. Cada vez que lograba reunir el suficiente dinero, iba al quiosco más cercano y compraba el primer Mortadelo que aún no estuviese en mi humilde colección. Los volúmenes más gruesos, por desgracia, estaban fuera de mi alcance debido a su precio; aunque me regalaron algunos y los releí hasta hacerlos polvo. 

Mi cerebro infantil relacionó, por ende, la lectura con el placer; así que no tardé mucho en dar el salto a los libros. Junto a la alta pila de Mortadelos apareció otra de novelas juveniles, muchas de El barco de vapor. Años después me aficioné a la literatura de terror, la cual me sirvió de entrada al vasto universo literario. También escribía, pero sólo por diversión. ¿Habría hecho el mismo camino sin la influencia de Ibáñez? Lo dudo. Él fue el primer peldaño de una larga y emocionante escalera. 

Si quieres que alguien joven sea un futuro lector, rodéalo de tebeos. Eso es mucho más beneficioso que obligarlo a engullir El Quijote o La Regenta, libros que yo supe apreciar por mi cuenta con la edad adecuada. Y ahí está la inestimable importancia de Ibáñez: es un creador de lectores, uno de los más grandes. Su contribución a la cultura es más grande de lo que muchos imaginan. El problema es que aquí se aúnan dos prejuicios: el desprecio al cómic y al terreno infantil, pues a nadie se le escapa que esas lecturas son consumidas, sobre todo, por niños. 

De todos modos, no creo que necesitase premio alguno, porque él sabía apreciar el más grande que puede tener un autor: el reconocimiento de sus lectores. Creo que eso fue su mayor estímulo para seguir trabajando hasta el final. 

Hace algunos años, por nostalgia, compré un par de Mortadelos para recordar viejos tiempos. Se me cayeron de las manos: los abundantes gags ya no me hacían tanta gracia como antes. Sin embargo, leer todo aquello de pequeño me sirvió para poder apreciar el gran valor del cómic. En mis estanterías pueden encontrarse, diseminados, algunos cómics que releo cuando me apetece. No siempre tengo ganas de enfrentarme a la Fenomenología del espíritu, texto que me deja la cabeza como un portaviones. Es bueno disponer de lecturas variadas para cada ocasión. A veces lo único que deseas es ponerte el traje de superhéroe y darle una tunda a los malos, o maravillarte con las imágenes de algún ilustrador reconocido. 

Por supuesto, también hay cómics con unas narrativas impresionantes. Tengo algunos y pienso ir comprando más. Lástima que tengan precios prohibitivos, aunque en muchos casos lo valgan. 

Ibáñez ha muerto, sí; pero seguirá vivo en su obra, la cual se seguirá leyendo aún durante varias generaciones. Continuará siendo un creador de lectores, igual que varios grandes nombres de la literatura. Cualquiera podrá ir al quiosco o la librería y comprar las aventuras de esos dos agentes al servicio de la TIA, parodia de la CIA

viernes, 16 de junio de 2023

Tom Bombadil

 


Cuando me preguntan cuál es mi personaje favorito del imaginario tolkieniano, siempre digo lo mismo: Bombadil. Esa respuesta suele provocar alzamientos de cejas, miradas torvas, combustiones espontáneas, amenazas a punta de pistola y gritos de terror. De momento, sólo una persona comprendió al instante por qué me atrae ese personaje tan raro; así que voy a explicar mis motivos. 

Suele decirse que la obra de Tolkien es muy maniquea, con personajes extremadamente buenos o malos. Hay uno en concreto, Ungoliant, que va más allá de la maldad: es la forma que tiene Tolkien de representar al mal en su estado más puro. O eso me parece. Es una criatura oscura, temible, una araña inmensa con un apetito tan insaciable que quizá llegó a devorarse a sí misma. Mucho de lo que consideramos malo (el mal y el bien son conceptos humanos; no existirían sin nosotros) tiene que ver con el anhelo de adquirir poder. Arribistas trepando una montaña de cuerpos exánimes. 

La antítesis de esa idea sería Bombadil, un hombre misterioso y sonriente que vive en paz sin deseos superfluos. A Bombadil le basta con lo que tiene, por eso es incorruptible y ni siquiera el anillo único es capaz de afectarle de alguna manera. Está por encima de él. Podría decirse que es como uno de los filósofos antiguos, como Diógenes o Epicuro. No me extrañaría que Tolkien pensase en ellos al construirlo, igual que tal vez se inspiró en el anillo de Giges para crear al único. 

¿Cómo no interesarse por un personaje así? Cuando lo mencionan en el concilio de Elrond, se explica que podría guardar el anillo; pero no entendería por qué y acabaría por perderlo en algún sitio. En ese aspecto se parece a Momo, de Ende, la niña que se encongió de hombros ante un aluvión de regalos. Ella sabía, igual que el zorro de El principito, que lo esencial es invisible a los ojos. Muchos humanos consumen su vida sin haberse percatado de eso, sin comprenderlo jamás. ¿Poder? ¿Admiración? ¿De qué te sirven?  

Recuerdo a un profesor que en una entrevista aseguró que la felicidad era tomarse una caña por la tarde, acompañado de un amigo. Tiene suerte porque se ha percatado de los detalles verdaderamente importantes. Puedes cambiar ése por otros según la personalidad de cada cual: leer un buen libro, escuchar música... Por supuesto, habrá quien prefiera dominar el mundo; pero eso le hará desgraciado a menos que lo logre, lo cual es un poco difícil. 

Volviendo a Tom, el misterio que lo rodea contribuye a encumbrarlo. Si no recuerdo mal, Tolkien dijo que era un espíritu; pero eso no basta para eliminar los debates sobre su origen. ¿Es uno de los Valar? ¿De los Maiar? ¿O alguien unido a la Tierra Media, un ente que surgió con ella? Sea lo que sea, me gusta su aparición en el libro, y también que no esté en la película; dudo que hubiese funcionado en ella. Supongo que habría sido confuso para algunos espectadores ver a un tipo tan extravagante. ¡Hola, Dol! ¡Feliz Dol! ¡Toca un Don Dilló!

viernes, 5 de mayo de 2023

La princesa prometida

 


He visto fragmentos de la película varias veces en la televisión, escenas que me parecieron cargadas de ingenio y humor; pero no había leído la novela. En consecuencia, me puse a ello. Bastaba con que fuese la mitad de divertida. Al poco rato, descubrí que el argumento era manido e hijo de su época, y también que me lo estaba pasando en grande. Comprendí por qué este libro sigue siendo leído aún hoy. 

Es evidente que William Goldman se propuso darle al lector una explosión de entretenimiento puro, lo cual consiguió de sobra. En La princesa prometida no hay una detallada descripción del mundo o los personajes; todo se enfoca en los diálogos, la acción y una espesa pátina de comedia. Cada momento tiene el noble objetivo de provocar una sonrisa. 

No cualquier autor es capaz de crear personajes extremadamente carismáticos con sólo unas pinceladas, como sucede aquí. «En la esquina más alejada de la gran plaza... en el edificio más alto del reino... en la oscuridad de la sombra más oscura... esperaba el hombre de negro. Sus botas eran negras y de cuero. Sus pantalones eran negros, y negra su camisa. Su máscara era negra, más negra que el plumaje del cuervo. Pero más negro que todo eso eran sus ojos brillantes. Brillantes, crueles y letales». Y ya, listo, con esto te ganas al lector e introduces una promesa subyacente: este tipo le dará muchos quebraderos de cabeza a más de uno. 

Hay un personaje español, Iñigo Montoya, al que se la ha dado una de las frases más célebres de la ficción, ni más ni menos. Aparece en varias series y películas. Puede escucharse, por ejemplo, en un episodio de The Big Bang Theory cuando practican esgrima. 

¿Cuántas veces habrá sido declamada por los fans? 

Qué bien funciona la venganza en el contexto de esta historia, por cierto: engrandece al personaje y potencia a la trama, genera otra promesa con su aparición. Se trata de una excelsa y valiente empresa que se suma al misterio del hombre de negro. No sólo eso: Goldman hace que esos conceptos choquen entre sí como dos trenes, consiguiendo una de las escenas más memorables de la novela: el combate entre Iñigo y el enmascarado, un combate lleno de honor y con sorpresa final. 

Con todo, hay ciertos aspectos que pueden molestar a algunos lectores. No todo el humor ha envejecido igual de bien y algunas ideas se han estirado demasiado. Por muy ingenioso que sea el autor, no es posible hacerle gracia a todo el mundo; así que antes o después te encontrarás con partes que te parecerán sosas, algunas de ellas largas. A mí esto no me parece grave: si algo te aburre un poco, nadie te va a reconvenir si lo lees por encima. Además, La princesa prometida tiene una prosa ágil por la que se puede viajar con velocidad. 

Esto es, sin temor a equivocarme, un clásico que resistirá el paso de los siglos. Me imagino a un viajero del espacio en la holocubierta de la nave, vestido como Iñigo y encarándose a su rival mientras exclama la famosa frase. 

Gran obra. Aunque yo la haría de otra manera, pues soy hijo de mi época, ésta es una de las novelas que me hubiese gustado escribir. No se me ocurre mejor halago. 

lunes, 3 de abril de 2023

El fantasma en la máquina

 

El arte que producen las inteligencias artificiales es rudimentario, pero voy a abordar el tema como si ya lo dominasen. Me parece más interesante así. 

Como suele ocurrir, se han formado dos bandos con una opinión totalmente opuesta. Tesis y antítesis. Intentaré vislumbrar la síntesis, aunque lo más probable es que yerre el tiro porque el objetivo está a mucha distancia. 

Tecnófilos y tecnófobos están ahora frente a frente, formando regimientos y disparando a discreción. Los primeros afirman que se trata de una herramienta maravillosa que cambiará todos los paradigmas, y los segundos quieren destruirla antes de que se acabe el mundo. Hay algo de verdad en esas reacciones viscerales. Lo fácil, por supuesto, es chasquear la lengua y poner tus ideas por encima de las demás; pero es más divertido intentar comprender a cada cual. 

Gracias a la IA, cualquiera podrá ser creador de imágenes, textos o sonidos impresionantes. Quizá eso acabe siendo una herramienta muy útil para todo tipo de artistas, y un buen método que los profanos podrán usar en diferentes ámbitos. Embellecer una página será más fácil que nunca, o buscar ideas de apoyo. La IA en sí no tiene nada de malo, como tampoco lo tendría la aparición repentina de los androides. 

Por otro lado, hay que tener en cuenta el contexto: no estamos en una utopía donde los sestercios han desaparecido, igual que en Star Trek, sino en un entorno capitalista. Es un hecho que hemos nacido en él... y moriremos en él. No parece que se avecinen cambios en el horizonte. Por ende, habrá quien intente aprovecharse de la situación para obtener beneficio. Habrá trabajadores que serán sustituidos por IA. 

Independientemente de que se esté o no de acuerdo con esto, es imparable. Algunos artistas desean que se detenga, pero el leviatán seguirá su marcha sin ni siquiera percatarse de ellos. Quizá aparezcan dos corrientes éticas después de un tiempo: unos preferirán usar arte generado por IA con fines económicos, y otros no. Asimismo cabe la posibilidad de que se valore más el trabajo artesanal, de que la IA se use sólo para elaborar arte genérico. Hay cierto atractivo en consumir algo producido por un humano con sus filias, fobias, errores. La personalidad que eso imprime en las obras las llena de belleza. Como dije hace tiempo, leer a algunos autores es como reencontrarse con un viejo amigo. 

Con todo, esta nueva herramienta no funciona sola: necesita a un humano dando instrucciones. Creo que se comete un error al hablar de arte hecho por IA, ya que más bien es una mezcla de IA y humano. Sin embargo, usar esa herramienta no te convierte en artista. En Star Trek: Voyager cualquiera puede pedir la comida que desee en un replicador, pero no son cocineros por ello: hay un personaje que se encarga de ese rol, de hacer comida con sus manos. 

¿Es arte lo que produce una IA? Rotundamente sí: el arte existe por sí solo, da igual quién o qué sea el creador. Y que la IA se limite a recoger fragmentos de imágenes para formar las suyas es irrelevante: ¿qué humano no produce arte gracias a sus experiencias con el mismo? La definición de la RAE está obsoleta, a mi parecer. 

Un aspecto negativo es la tendencia a depender cada vez más de la tecnología. Yo no veo sentido en usar IA para escribir, porque quiero tener el control absoluto de todo. Además, me gusta el trabajo e ir construyendo una historia poco a poco. Es satisfactorio, como montar una maqueta. ¿Imaginas que se pudiese pulsar un botón para que esa maqueta se hiciese sola? ¿Qué mérito hay en ello? Ninguno, pero sí puede haber varios objetivos que pueden llevar a hacerlo, y algunos son negativos desde un punto de vista ético. 

Será interesante ver cómo evoluciona todo esto. Si las IA comienzan a devorar trabajos, como temen algunos, la productividad irá siendo sustituida por el consumo, lo cual podría generar una ola de nihilismo y depresión. Imagina vivir en un sistema donde tu único propósito es adquirir productos. 

Por supuesto, una sociedad culta, reflexiva, podría gestionar estos avances para que el impacto sea mínimo. Desgraciadamente, no vivimos en esa sociedad. 

sábado, 11 de marzo de 2023

Hikikomori

 

Al principio, durante los primeros meses, los exiguos diez metros cuadrados del piso estrujaban a Kenji hasta dejarle sin respiración; era sofocante moverse tropezando contra las cercanas paredes, las cuales parecían estrecharse más y más, como una vetusta trampa inquisitorial. Sin embargo, le horrorizaba pensar en salir; así que se vio obligado a acostumbrarse.

Cuando vivía con su familia, disfrutaba de un espacio mucho mayor; pero la vergüenza que les hacía sentir lo condujo al ostracismo. No deseaban que se descubriese la locura de ese vástago ingrato, que la reputación de su padre, un exitoso empresario, fuese cubierta con la deshonra; por lo tanto, le compraron un apartamento ubicado en un barrio penumbroso y ceniciento; un barrio lleno de edificios medio vacíos, esqueletos de hormigón ocupados por marginados y asociales.

Un viejo empleado del padre recorría cada mañana el angosto pasillo que llevaba hasta el nuevo hogar de Kenji. Luego tocaba la entrada con los nudillos y dejaba una bolsa de comida antes de irse. No saludaba porque sabía que eso molestaría al inquilino.

Kenji entreabría la puerta y cogía la bolsa con un movimiento fugaz. Luego se sentaba en el suelo y examinaba el interior, ansioso por ver qué nuevos manjares irían directos al microondas. Le gustaba comer casi tanto como jugar a videojuegos, ver películas o leer manga.

En una de las paredes del piso, dedicada a esas aficiones, había un televisor flanqueado por sendas estanterías atestadas de viñetas, historias que leía con fruición antes de irse a dormir. Otra tenía una amplia ventana que daba al edificio de enfrente, un coloso lleno de impenetrables oquedades. A veces se preguntaba si habría vecinos, porque jamás veía a nadie, lo cual le importaba poco. En la tercera pared estaba la puerta del aseo más diminuto imaginable, y en la cuarta, una escalera conducía a una plataforma donde se encontraba la cama, pues así se aprovechaba el espacio proporcionado por el techo alto.

Llevaba tres años viviendo en ese lugar y no se sentía mal: era su refugio, una defensa contra cualquier posibilidad de contacto humano. Cuando deseaba un nuevo manga o videojuego, le bastaba con pedirlo por internet. No necesitaba dinero porque su padre se lo iba dejando en una cuenta.

Todo marchaba bien hasta hace unas horas, momento en el que despertó tras pasar una noche incómoda escuchando un viento ululante y el repiquetear de la lluvia. Al abrir los ojos, había un rostro frente al suyo, clavándole una mirada lechosa desde su cabeza oscura, abotargada y jaspeada de arañazos sangrantes. Por si eso no bastase, aquella cabeza abrió la boca para mostrar unos colmillos de tigre y se lanzó hacia su cuello.

Kenji se cubrió con los brazos y se apartó. Pasados unos segundos, se percató de que allí no había nada extraño; fue una visión, una pesadilla que le persiguió hasta su espacio seguro. Sin embargo, por primera vez en su vida sintió que estaba solo y el corazón comenzó a latirle deprisa. Abrió la ventana para tomar aire fresco. Aún llovía con intensidad y el cielo plomizo oscurecía la calle. Entonces vislumbró algo en el apartamento de enfrente: una persona menuda parecía observarle. Intentó examinarla con más detenimiento, pero desapareció entre las sombras.

Se encogió de hombros y cerró la ventana. Nunca habría imaginado que la presencia de otra persona lo calmase; pero así fue. Quizá, pensó, necesitaba saber que su mundo cercano no era una isla solitaria.

Después de una búsqueda en la red, descubrió que a veces la mente puede jugarle una mala pasada a quien acaba de despertar; aun así, deseó no tener otra vez esa clase de alucinaciones. Ni siquiera le gustaba soñar, porque casi siempre sufría pesadillas. Dedicó el resto de día a ver un par de películas y competir en el Hearthstone. Cuando llegó la hora de dormir, se cubrió la cabeza con la esperanza de que todo volviese a la normalidad.

A primera hora de la mañana, fue despertado por un ruido inusual: agua. Sonaba como si estuviese en alta mar, navegando en un velero. Se quitó las sábanas del rostro y no vio nada raro; no hasta que se atrevió a asomarse desde la plataforma y miró hacia abajo. El suelo se había convertido en el agua de un océano, y una sombra en el fondo iba engrandeciéndose: un tiburón blanco emergió con velocidad, las fauces abiertas, hacia él.

Kenji apartó la cabeza bruscamente, gritando con desesperación, y se puso en una esquina de la plataforma, encogido. El sonido del mar desapareció al instante y no vio nada más; pero no se atrevió a moverse durante un buen rato. Después volvió a echar un vistazo con cuidado. El suelo volvía ser el de siempre: cojines, polvo, cajas, envoltorios. Nada anormal. Se maldijo por haber visto Tiburón el día anterior. Estaba claro que esa película era la causante de aquello. Una vez calmado, se asomó a la ventana para que la brisa atemperase sus nervios.

La persona menuda volvía a estar en el apartamento de enfrente. Era una chica que le sonreía e incluso le saludaba con la mano. Kenji, embriagado por un ramalazo de timidez, se limitó a observarla. Tenía el cabello teñido de verde y llevaba una cazadora de cuero. Tras ella, sólo había oscuridad.

Cuando al fin se decidió a devolver el saludo, la chica retrocedió y se desvaneció en las tinieblas.

Kenji gruñó y se masajeó la frente. ¿Sería otra visión? Si lo era, tendría que barajar la posibilidad de haber perdido la cordura, lo cual le daba mucho más miedo que todo lo sucedido. Harto de todo aquello, decidió que iría a comprobar si se trataba de alguien real; aunque no sería fácil. Se dijo a sí mismo varias veces que el recorrido duraría unos pocos minutos, pero la última vez que intentó salir al exterior se le nubló la vista y tuvo taquicardias.

Se puso un gorro impermeable, unas gafas de sol y una mascarilla, como si aquello fuese una armadura protectora, un yelmo de Mambrino que repeliese a posibles atacantes. Luego se dirigió hacia la puerta con paso lento y trémulo, igual que un juguete al que se le acababa la cuerda, y puso una mano sobre la manilla. No era la primera vez que lo hacía, porque así recogía la comida; pero ahora su intención era diferente. Se quedó congelado sin decidirse a actuar. ¿De verdad necesitaba irse? ¿Por qué no quedarse en la seguridad de su piso y jugar a algún videojuego?

Alguien llamó a la puerta y Kenji se sobresaltó. Enfadado, la abrió de golpe y le quitó al empleado la bolsa de las manos.

—Buenos días —dijo con rapidez y un deje de rabia.

El empleado, henchido de asombro, se rascó la cabeza.

—Buenos… ¿todo va bien, muchacho?

—Perfectamente. —Cerró la puerta y arrojó la bolsa al suelo.

Perplejo, el empleado se fue rezongando, pensando en lo odiosos que podían llegar a ser los jóvenes de hoy en día.

Kenji apretó los dientes y tomó la decisión de salir. Ahora o nunca.

Recorrió el estrecho pasillo del portal y bajó las escaleras sin pensar. Ya en la calle, vio al empleado subirse a una moto e irse. Se sintió culpable por haberlo tratado con brusquedad y pensó en disculparse al día siguiente.

Como el corazón empezó a latirle con fuerza, supo que disponía de poco tiempo antes de tener un ataque de ansiedad; así que cruzó la carretera para ir al portal de enfrente. Iba a pulsar varios botones con la esperanza de que alguien le abriese; sin embargo, no hizo falta porque salió un tipo de aspecto hosco que llevaba un tatuaje en el brazo. Kenji aprovechó para meterse dentro. Luego se sentó en la escalera para calmarse: el interior de un edificio le aterraba menos que el exterior.

El portal era más sórdido que el suyo: colillas en el suelo, luces fundidas, paredes agrietadas. Lo bueno es que el ascensor funcionaba, aunque no se atrevió a cogerlo.

Subió las escaleras hasta el piso donde había visto a la chica. Cuando tuvo ante sí la puerta, se le presentó un problema: ¿qué iba a decirle? De repente, se percató de lo absurda que resultaba aquella situación. Apoyó la espalda contra una pared y cruzó los brazos, cabizbajo. Acababa de superar uno de los mayores retos de su vida al salir fuera, y ahora una barrera de vergüenza le obliteraba el camino.

Escuchó pasos. Era una anciana que se aproximaba con lentitud. Caminaba encorvada y con la bolsa de la compra en una mano temblorosa. Kenji se ofreció a ayudarla y ella aceptó con un gesto de agradecimiento. Vivía en uno de los pequeños apartamentos de ese piso.

—Muchas gracias, chico —dijo introduciendo las llaves en la cerradura.

—Disculpe, ¿sabe si vive alguien ahí? —Señaló la puerta de la chica.

—¿Ahí? Verás, este edificio se cae a pedazos y deberían demolerlo. No quedan muchos viviendo en él.

—Pero ¿sabe si ahí hay un vecino?

—No, que yo sepa. Hace tiempo sí: una chica muy rara, una de esas personas que no salen de casa. Pobrecilla.

—¿Y ahora no está?

—Imposible: lleva muerta unos cuantos años. Ese apartamento sigue vacío desde entonces. ¿Qué ocurre? ¿La conocías?

Kenji retrocedió y frunció el ceño.

—No, no —dijo—. Disculpe.

—Es una pena, ¿sabes? A veces llegan jóvenes problemáticos a esta zona y nadie los ayuda —dijo entrando en su casa—, ¿quieres un té?

—En otro momento, quizá.

La anciana inclinó la cabeza a modo de despedida y entró en su pequeña vivienda.

Afligido, Kenji se dispuso a marcharse; pero se detuvo ante la puerta de la chica y la observó con una mezcla de fascinación y temor. ¿Y si llamaba?, pensó, ¿qué podía perder?

Pulsó el timbre y esperó. Nada. Ni una señal de que hubiese alguien dentro.

Se preguntó si se habría equivocado de apartamento, pues era lo más lógico, o quizá alguien lo había ocupado sin que la anciana se enterase. Al final decidió olvidarse de aquello y regresar, porque empezaba a sentirse mal de verdad. La cabeza le daba vueltas y le dolía el estómago.

De nuevo en su casa, volvió a echar un vistazo por la ventana. Todo normal.

Resolvió contarles esas visiones a sus familiares si persistían, aunque no quería molestar. Pero era mejor que volverse loco y causarles más problemas.

Comió con desgana y después intentó distraerse un rato en un juego online. Cuando perdió cuatro partidas seguidas, abandonó. La hora de dormir se acercaba, inexorable, y no quería hacerlo. Anhelaba encontrarse bien, despertarse sin que nada extraño sucediese.

Las manecillas del reloj avanzaron. Llegó de nuevo la noche, acompañada por una llovizna. Kenji hizo lo posible por mantenerse en vela, pero no estaba acostumbrado. A la una de la mañana el sueño demostró ser un adversario temible. Necesitaba dormir. Subió a la cama y suplicó que no pasase nada. Los nervios lo mantuvieron despierto durante una hora más, dando vueltas. Luego fue engullido por un sueño profundo.

Al despertar, notó una presencia cercana. Abrió los ojos y descubrió que no estaba solo: había alguien sentado frente a él, observándole con quietud. Estaba en el pie de la cama, casi encima de sus piernas.

Kenji sacudió la cabeza, convencido de que era otra alucinación; sin embargo, aquella sombra continuó donde estaba. Comenzó a tener un miedo cerval y buscó a tientas el interruptor de la luz. Cuando logró pulsarlo, la iluminación mostró algo que no se esperaba ni por asomo: era la chica, la misma que había visto en la ventana. Pelo verde y cazadora de cuero. Lo miraba con la cabeza torcida y una amplia sonrisa.

—Hola —se limitó a decirle.

Él se quedó sin habla, paralizado por el convencimiento de haber perdido el juicio.

—Viniste a verme —añadió—. Ahora yo vengo a verte a ti. Pero deberías haber entrado en mi casa; tengo videojuegos.

Kenji salió de las sábanas, adelantó un brazo y tocó una rodilla de la chica repetidas veces.

—Eres real —sentenció.

—Pues qué iba a ser si no, ¿un fantasma? —dijo sonriendo.

—Me dijeron que estabas…

—¿Qué?

Kenji tuvo un mal presentimiento: ¿qué ocurriría si le decía la verdad? Pero era real, o eso parecía. Dirigió la mirada a la puerta, esperando que estuviese forzada y abierta; sin embargo, se encontraba cerrada, tal y como la dejó el día anterior.

—¿Acaso sabes escalar? —preguntó Kenji con la mirada perdida.

—Pues no, nunca lo he hecho.

—¿Puedo saber qué haces aquí?

—Ya te lo dije: visitarte. Me marcharé si quieres, aunque no te conviene. ¿De verdad vas a seguir solo en esta prisión? ¿Cuánto tiempo aguantarás si no te acompaño?

—Estaba muy bien hasta hace poco, porque veo cosas al despertar.

—¿Te estás convirtiendo en un demente? Eso es por la soledad. ¿Cómo te llamas? Yo soy Tsuki.

—Kenji.

—No tienes por qué continuar con esta vida, Kenji. Lo que te haya pasado ya no importa.

—¿Cómo sabes que me pasó algo? A mí me gusta vivir así, sin más.

—Por eso te pasó algo: los que acaban en este lugar están heridos por sus recuerdos. ¿Y si te dijese que hay un sitio mejor, uno en el que nadie podrá hacerte daño jamás?

Los ojos de Kenji mostraron un destello de interés.

—Yo estoy muy a gusto en mi casa, pero ¿qué sitio es ése?

—Es muy difícil de describir… Tendría que enseñártelo —dijo tendiendo una mano.

—Lo siento, prefiero quedarme; la última vez que salí fue una mala experiencia.

—No tendrías que salir. Mira, está aquí mismo.

Apareció un agujero negro y ovalado detrás de Tsuki, una especie de entrada a otra dimensión. A Kenji no le gustó, porque le pareció que irradiaba un aura siniestra.

—Es complicado que vaya a meterme ahí sin saber qué hay detrás, ¿no crees? Será mejor que regreses a tu casa. Yo volveré a visitarte, te lo prometo.

La sonrisa de Tsuki se apagó, al fin.

—Sé lo difícil que es abandonar una rutina, pero tendrás que tener fe en mí. Ven conmigo, por favor. Estoy cansada de estar sola. Siempre sola.

Kenji comenzó a pensar en la posibilidad de que todo aquello fuese un sueño, y eso le dio fuerzas. Sabía que la mejor manera de que acabase era afrontar el riesgo, lo ignoto; así que se irguió y cogió la mano de la chica, una mano suave y cálida.

—Terminemos con esto —dijo—. Enséñame eso que dices.

Ella volvió a sonreír y lo llevó al agujero, donde ambos fueron envueltos por la oscuridad antes de desvanecerse.

 

Unas horas más tarde, el empleado fue a llevarle la comida al raro hijo de su jefe. Como siempre, llamó con los nudillos sin esperar a ser respondido a pesar de lo que sucedió el día anterior. Después se fue. Le pareció curioso no escuchar la puerta abrirse mientras bajaba por las escaleras.

A la mañana siguiente, se encontró con la bolsa justo donde la había dejado, aplastada y medio vacía. Eso era algo nuevo. Extrañado, llamó con energía, colocó la comida junto a la otra, dio unos pasos atrás y esperó. No salió nadie a recogerla. Supo entonces que debía realizar una llamada.

El padre de Kenji no tardó en presentarse, un señor robusto y trajeado que usaba gafas redondas de metal. Le ordenó al empleado que se fuese y se encaró con la puerta.

—Kenji, hijo, ¿estás ahí? —exclamó.

Después de esperar una respuesta en vano, se alejó unos pasos y abrió la endeble puerta con una patada.

—Hijo, lo siento. Nunca debí alejarte de nosotros, ahora lo sé. Te ayudaré con tus problemas, cualesquiera que sean. Sólo háblame.

Le bastó un vistazo para percatarse de que Kenji no estaba, lo cual era sumamente raro. Se quedó en medio del cuarto, pensando en qué podría haber ocurrido. Tuvo entonces una creciente sensación de angustia. Dirigió la mirada al aseo, donde aún no había mirado, y lo abrió mostrando un gesto de inquietud.

Su hijo estaba dentro, ahorcado en la ducha con un cinturón.

Lo observó durante unos segundos sin llegar a creerse lo que veía. Luego dejó caer las gafas en el suelo y se apoyó en una caja, el rostro humedecido por las lágrimas.

Consiguió erguirse al cabo de una hora, limpiándose con la manga de su americana. Caminó lentamente hasta la ventana y se apoyó en el alféizar. Intentaba contener el llanto, pero fue incapaz. Durante un instante, un parpadeo, entrevió algo en el apartamento de enfrente: una joven pareja que parecía sonreír.

domingo, 12 de febrero de 2023

El país de las pesadillas

 

No suelo soñar nada. Para mí dormir es el equivalente a desaparecer durante un rato, lo cual me resulta agradable. Supongo que habrá a quien no le guste esa perspectiva, pero yo lo prefiero así: cuando era pequeño, debía lidiar con un pasmoso número de pesadillas. Eran tantas que odiaba la idea de irme a la cama. 

Una de las primeras que me vienen a la memoria comienza en el patio del colegio. Caminaba tranquilamente hasta que un depredador —el de la peli protagonizada por Arnold— surgía del suelo y empezaba a cargarse todo lo que pillase. Es un concepto que ahora me resulta un tanto ridículo. Quizá fue el resultado de ver una peli inadecuada para una edad tan temprana, porque algunas escenas son duras. Lo bueno es que fue un sueño breve. 

La mayoría de las pesadillas sucedían en mi casa: despierto en mi cuarto y todo está en una asfixiante penumbra. Al salir, veo que el pasillo principal tiene una débil iluminación; pero hay una oscuridad impenetrable en las habitaciones. Como los interruptores no funcionan, decido quedarme en el pasillo y esperar, ya que soy consciente de que estoy soñando. No pasa mucho tiempo hasta que una fuerza invisible me empuja lentamente hacia la habitación más cercana, y una vez dentro algo me agarra las extremidades con fuerza hasta que me hace despertar. Aquí se cumple aquello de que se teme más lo que no puede verse, lo ignoto. 

En otras ocasiones, había una tenue iluminación en toda la casa; pero percibía una entidad maligna que me buscaba. Cuando lograba cazarme, descubría que se trataba de una criatura oscura y lovecraftiana. Luego despertaba de inmediato. Me di cuenta, con el tiempo, de que siempre despertaba cuando sufría daño dentro del sueño, y eso me llevó a usar una estrategia infalible que me libró de muchísimas pesadillas: la autodefenestración, es decir, tirarme por la primera ventana que encontrase. No fallaba, sólo tenía que abrir la ventana y arrojarme al vacío. Conseguía despertarme incluso antes de tocar el suelo. De repente, poseía un gran método para no temer a la noche. 

Sin embargo, mi subconsciente no me lo iba a poner fácil; así que las ventanas pasaron a estar tapiadas. Un muro de ladrillo impedía mi intento de escapatoria. Y la criatura volvió a darme caza de nuevo. 

Las pesadillas fueron cesando con el tiempo, pero aún tengo alguna muy de vez en cuando. Dos o tres al año, más o menos. Y son, por supuesto, mucho más temibles que aquellas fantasías de la infancia. Ojalá se me diese bien la pintura para inmortalizar tamaño horror. 

Pondré un par de ejemplos: en el primero, avanzo por un desfiladero para llegar a un enorme templo blanco. Dentro, gigantescos bebés antropófagos gatean alrededor de una fuente de la que mana sangre. Y en el segundo, floto sobre un océano lleno de megalodones. El paraíso para cualquiera que tenga talasofobia. Imagino que ahora comprendes por qué me resulta agradable la idea de no soñar nada. 

jueves, 5 de enero de 2023

Lágrimas de luz

 


La primera impresión fue mala: el inicio me pareció ampuloso y, tras echar un vistazo a algunos capítulos, hallé diálogos donde los personajes dedicaban demasiado tiempo a explicar sus ideas. Hay, por tanto, un problema de ritmo, al menos desde mi subjetividad como lector. Pienso que podrían recortarse unas cuantas partes sin que la historia se resienta. 

Sin embargo, el objetivo principal de una novela no es sino el entretenimiento. Y eso lo cumple de sobra. Es interesante seguir los pasos de Hamlet, el protagonista, porque sirve de escaparate para echar un vistazo en esa tercera edad media, esa distopía donde los humanos son piezas de una conquista sempiterna. Hamlet, poeta mujeriego y melancólico, será usado como instrumento: sus trabajos deben maquillar las guerras, darles un toque épico y romántico. Para eso existen los poetas. Quien se atreva a salirse de esa línea, no será útil. Esto entronca con la realidad de hoy, donde muchos escritores son herramientas del mercado ideológico. 

Además de esa idea, Rafael se atreve a viajar por otros caminos peligrosos. Ejemplo: ¿habría racismo si todos los humanos fuesen blancos? La respuesta es que sí, por supuesto; aunque el autor podría haber ido más lejos: ¿si las condiciones materiales hubiesen sido distintas, serían otros los sometidos? Conozco a personas que no se atreven a responder esa pregunta. El martillo que se usa para romper el imaginario colectivo es muy pesado, me temo; no cualquiera puede con él. Lo que está claro es que Lágrimas de luz incita a la reflexión. 

Así que tenemos un libro entretenido que además mueve los engranajes del cerebro. No está mal. Personalmente, lo que no me ha gustado es la prolepsis del inicio, porque es una promesa que se retrasa mucho en una historia poco ágil. Pasadas las doscientas páginas, empiezas a pensar cuándo vas a encontrarte con ese Hamlet más veterano e interesante. Las recurrentes escenas de sexo empiezan a hacerse muy extensas, y los diálogos, interminables. Tampoco ayuda que haya un duelo entre dos personajes cuya muerte no signifique nada para el lector, salvo un encogimiento de hombros. 

Dejando eso a un lado, el libro está escrito de manera exquisita, lo cual ya es un buen aliciente para mí, y las situaciones por las que pasa el protagonista son atrayentes. Es fascinante recorrer su período de aprendizaje, donde aprende la manera «correcta» de escribir, o su paso por el ejército, donde vive experiencias terribles. Lo que viene después, no lo detallo para evitar destripes, también merece la pena. La novela es redonda y funciona hasta el final. Esto tiene mérito porque el autor era joven cuando la escribió. 

El único problema, como ya mencioné, es el ritmo. Por eso algunos lectores se quejan de que hay poca acción. Yo mismo a veces tenía la impresión de que la historia se quedaba atascada, así que aumentaba la velocidad de lectura hasta que se ponía en marcha de nuevo. Si eres de los que tiene problemas con la prosa de El señor de los anillos, que no es para tanto, será mejor que ni te acerques a Lágrimas de luz

No creo que sea lo mejor que se ha escrito en la ciencia ficción española, como he leído en un foro; pero sí es una obra excelente con un nivel altísimo. Muy recomendable.