miércoles, 11 de noviembre de 2020

Cobra Kai

 


No esperaba mucho de este renacimiento; pensaba que sería otra de esas explotaciones nefandas que se hacen de la nostalgia. No son pocos los que recuerdan con cariño aquella peli donde la patada de la grulla hizo vencedor al bueno, y sería fácil producir una serie que obtuviese beneficios a pesar de su mediocridad. Sin embargo, no es el caso. A veces lo que se pretende es construir algo que merezca la pena, como ocurrió con Dredd, film que supera al de Stallone. Y también ocurre con Cobra Kai

Las intenciones son claras: profundizar en el trasfondo de los dos antagonistas, Daniel y Johnny, y mostrar cómo les han tratado los años. El primero, que tuvo la suerte de tener un buen sensei, se convirtió en un exitoso vendedor de coches; el segundo, aún marcado por el fracaso y la humillación de aquel torneo, perdió el rumbo de su vida e intentó ahogar las penas en alcohol. El espectador empatiza con Johnny rápidamente, porque el contraste entre ambos personajes acentúa su desgracia e inspira lástima. Además, Daniel no es alguien perfecto: rezuma presuntuosidad y condescendencia. 

Johnny, ex alumno aventajado del temible sensei Kreese, debe soportar ver el rostro sonriente de su antiguo rival en la tele y en pancartas. Cuando las circunstancias lo llevan al límite, decide volver a fundar Cobra Kai para darle un sentido a su vida. La filosofía que enseña es la misma: golpea primero, fuerte y sin piedad. Pero intenta no ser tan extremo como Kreese, lo cual sirve para teñir de ambigüedad a lo que antes era una sencilla pieza de la infamia. 

El inevitable conflicto entre los dos personajes está muy bien llevado y despierta el suficiente interés. Quizá el problema está en lo predecible que puede ser el guión, porque sabes por dónde va a ir desde muy temprano; con todo, hay varias sorpresas para atenuar eso, algunas de ellas ocurrentes y memorables. Personalmente, me interesa más lo que rodea a los veteranos que a los jóvenes; pero puede tratarse de una cuestión de gustos. Y uno de los objetivos más importantes de la serie es enseñar la influencia que puede tener un adulto en alguien de temprana edad. Un maestro puede ser alguien positivo que te lleve al conocimiento, a descubrir aquello que te apasione, que se te dé mejor... o todo lo contrario. 

Por tanto, ¿no es Johnny una víctima? ¿No lo es al menos en parte? Él cayó en la telaraña de Kreese desde muy pequeño y fue fagocitado por ese concepto vehemente del combate. Se me ocurre una ucronía: intercambiar los maestros de los protagonistas y ver hasta dónde calan sus enseñanzas. 

La serie va por su segunda temporada y aún mantiene su frescura, funciona. Me parece muy recomendable. Es, junto a El Mandaloriano y Gambito de dama, de lo mejor que he visto este año. Lo único que se echa en falta en ella es la ausencia del fallecido Pat Morita; habría sido fenomenal que apareciese en algunos capítulos para «dar cera y pulir cera». Esas palabras están grabadas a fuego en el imaginario colectivo y forman parte de una de las escenas más entrañables. Por no hablar de la deliciosa banda sonora que acompaña al entrenamiento en Karate Kid III.


martes, 6 de octubre de 2020

El trono de huesos de dragón

 


«Los chicos que trabajan en las cocinas no han sido engendrados por un pescado o empollados como huevos de gallina. Pueden pensar como los más sabios entre la gente sabia sólo si no luchan contra la llegada del conocimiento: si no empiezan a decir "no puedo" o "no quiero"». Tad Williams dándole una patada al clasismo. 

Si tuviese que hacer una lista con las mejores novelas que he leído de fantasía, la tetralogía traducida como Añoranzas y pesares se encontraría entre las diez primeras posiciones. Para mí es una obra cumbre del género. La leí por primera vez durante mi adolescencia y nunca olvidé unos cuantos fragmentos de ella. Ahora la estoy releyendo con interés, porque ya no soy el mismo y supongo que la experiencia será diferente. 

No son unas novelas fáciles de digerir en la actualidad; el vocabulario es rico y el ritmo, lento. Tad Williams no tiene ninguna prisa en sacar a Simón, el protagonista, del escenario inicial, un castillo donde empieza como pinche de cocina y acaba convirtiéndose en el aprendiz del doctor. El objetivo es lograr que comience en lo más bajo y vaya evolucionando poco a poco, que su transición a héroe no sea de la noche a la mañana. Al lector de fantasía medio suele gustarle que el personaje se vaya haciendo más poderoso: ora consigo un artefacto mágico, ora aprendo a manejar el arco, ora... 

El universo construido tiene muchas semejanzas con el nuestro: «Juro por el martillo de Dror», «Como Jesuris en el famoso espino»... No destaca por su originalidad, pero funciona. Lo malo es que el autor se explaya demasiado explicando el trasfondo: a veces los personajes acompañantes solo cumplen la función de narrarle hechos históricos a Simón; es decir, al lector, durante bastantes páginas. Esto queda impostado y me recuerda a El mundo de Sofía, donde la protagonista aprende filosofía haciéndole un montón de preguntas a su mentor. 

Las partes de acción son escasas, lo cual no debería suponer ningún problema; pero hay un error grave: mal uso del cliffhanger. En una obra más ágil no lo vería tan mal. Aquí, en cambio, teniendo en cuenta que uno de los pocos momentos emocionantes —el que aparece en la cubierta— no llega hasta que han pasado unas cuatrocientas páginas, ese error puede lograr que el lector defenestre el libro. Imagina que has leído cientos de descripciones detalladas hasta llegar a la primera escena larga de riesgo, una en la que la vida de los personajes pende de un hilo, y el autor la corta a la mitad para darte en las narices con una subtrama tediosa de poca relevancia. Pienso que debería cortarse un poco después, no en el instante álgido. 

También hay fragmentos que podrían quitarse y la trama se seguiría entendiendo a perfección. O sea, paja. Sin embargo, cualquier lector que sepa perdonar eso se verá recompensado con creces. La mencionada evolución de Simón es una de las mejores que se han escrito. Podría afirmarse que estas historias son el paradigma perfecto del monomito, el viaje del héroe. Es muy satisfactorio ir descubriendo cómo crece ese chico travieso que vaga libremente por el castillo; cómo sale de su zona de confort para enfrentarse a una nueva realidad desconocida y peligrosa. Además, los personajes están muy bien construidos y tienen un carisma especial. 

Al fin y al cabo, ¿qué obra de estas características no tiene taras? ¿Y no hay cierta belleza en ellas? Dan personalidad, son un reflejo de quien las ha escrito y de su humanidad imperfecta. Todo va bien mientras lo negativo no sea lo predominante, y en Añoranzas y pesares no lo es ni de lejos. 

sábado, 22 de agosto de 2020

Tormentum - Dark Sorrow


Espoleado por la nostalgia de aquellos años donde las aventuras gráficas brillaban, me hice con este título que destaca, sobre todo, gracias a una estética imponente que recuerda al arte de Giger, el culpable de que la teniente Ripley tuviese que enfrentarse a una de las criaturas más aterradoras del cine. Las imágenes son tan buenas que es fácil olvidarse de la historia y quedarse pasmado, admirando esos diseños escabrosos e intrincados. También las criaturas que pueblan este universo van por el mismo camino, pues son inquietantes y ambiguas, lo cual, como se verá, es acertadamente premeditado. 

Tormentum comienza enseñándonos el imperativo categórico de Kant: actúa como creas que debería actuar todo el mundo, no por conseguir una satisfacción personal. Y, por supuesto, trata a los demás como un fin, nunca como un medio. Cuando vi esa máxima en la introducción, me pregunté si la pusieron ahí sólo porque queda bonita; pero luego descubrí que entronca de manera absoluta con la columna vertebral del título: en no pocas ocasiones se le ofrece al jugador la posibilidad de tomar una u otra decisión moral, y las consecuencias de esas elecciones no van a ser pequeñas. Esto invita a pasarse la aventura de nuevo, aunque he de advertir que la recompensa será siempre exigua. El final es una de las pocas taras —quizá la única— del juego.

Los puzles tienen la dificultad justa para que puedan ser resueltos sin perder mucho tiempo; no son complicados y a veces hasta puede encontrarse la solución en el propio juego. Además, las secciones donde ya no quede nada por hacer se bloquearán, reduciendo así el espacio y, por ende, la dificultad; el jugador nunca se ve abrumado por un mundo demasiado grande y lleno de posibles interacciones, como sucede en algunas aventuras clásicas. Me viene a la memoria la época en la que jugaba a Myst —era un crío—, y me quedé atascado en la isla un buen rato hasta que se me ocurrió lo de la torre y la rotación...

Lo que no me gustó tanto fue la historia, aunque tiene algunos giros interesantes y sorpresas ocultas. Se pone más empeño en el impacto visual de los personajes que en su trasfondo; así que, salvo el protagonista y alguna que otra excepción, no llegamos a saber casi nada de ellos. Esto tiene su lado positivo: el misterio que les envuelve proporciona cierto atractivo y da lugar a la especulación. Pasa algo parecido con los decorados a pesar de que se da más información sobre ellos, la justa para mantener el interés hasta el final.

La apagada banda sonora complementa con acierto a ese universo gigeriano, refuerza su tono descarnado y lóbrego. Es perfecta para no distraer en esos momentos donde deben resolverse puzles. Algo como el Ratamahatta de Sepultura lo mismo podría romper concentraciones.

Es verdad que Tormentum no es Monkey Island o Day of the Tentacle, pero tiene un arte que lo hace único y le da un atractivo especial. No debería decepcionar a nadie que le gusten las aventuras gráficas. Asimismo, es una excelente entrada al género porque su dificultad nunca llega a ahogar al jugador.

jueves, 6 de agosto de 2020

El Incal


Lo primero que me atrajo de El Incal fue su cubierta, porque me dio la impresión de que estaba ante un cómic insólito. ¿Quiénes son esos personajes? ¿En qué situación se hallan? ¿Qué es el Incal? Asimismo, que el guión fuese de Jodorowsky logró que mi curiosidad se incrementase; así que busqué información en la red y, tras pensarlo con detenimiento, decidí comprarlo a pesar de que algunas personas afirmaban que la historia era algo abtrusa. Como en su momento me lo pasé bien viendo Eraserhead, de Lynch, no le tenía miedo a lo críptico. Al contrario: una obra que se atreve a romper las estructuras clásicas o introducir elementos sorpresivos es interesante cuando uno se hastía de lo convencional.

Sin embargo, me encontré con una narración fácil de seguir. Además, las ilustraciones de Moebius me parecieron soberbias, sobre todo cuando los fondos están bien trabajados. La maestría de Moebius unida a la imaginación de Jodorowsky dieron como resultado una obra única e imperecedera. Al principio tuve la impresión de estar ante un topicazo, una idea muy explotada en novelas y películas; pero poco a poco comienzan a introducirse fragmentos cargados de originalidad y llega un momento en el que la trama no deja de fascinar al lector, que verá desfilar unas cuantas escenas cargadas de ingenio. Me encantaría analizar aquí mis favoritas; pero, aparte de que no deseo destripar nada, son demasiadas y me faltaría tiempo.

Una viñeta emblemática e impresionante

El diseño de los personajes cumple a la perfección, tanto el de los principales como el de los secundarios. Sabes de qué palo van en cuanto los ves por primera vez. El que tiene cabeza de perro, por ejemplo, se deja llevar por sus emociones, no aprobaría el carné de vulcaniano. También debe tenerse en cuenta el contexto en el que aparecen, porque refuerza la personalidad que se nos quiere transmitir.

Supongo que la fama de complejidad arrastrada por este cómic viene del dualismo usado por Jodorowsky en muchas partes. No me refiero a la clásica partida de ajedrez, a un maniqueísmo, sino a algo que trae reminiscencias del Hesse que escribió Demian: la luz y oscuridad no son entes que existen por sí mismos, separados, pues ambos anidan en nuestro interior. El Incal podría interpretarse como una lucha constante por llegar hasta el equilibrio. Es más, pronto se revela que hay dos incales y éstos deben unirse para tener el máximo potencial. Yo interpreto a «la tiniebla», esa fuerza siniestra que busca corromper y destruir, como uno de los posibles extremos indeseables. Todo esto me recuerda a Cristal oscuro, film con un mensaje similar, y a Aristóteles, cuya idea de la virtud estaba en el término medio, en la armonía. Por no hablar de un capítulo de Star Trek del que hablé en este mismo blog: El propio enemigo.

Soluna revelando su ser esencial

Cuando ya pensaba que esta obra no iba a asombrarme de nuevo, porque estaba terminándola, las últimas viñetas me dieron una sonora bofetada. Qué final. Pienso que es magnífico..., aunque me dé la sensación de que no encaje del todo con lo anterior. Necesito darle una relectura para tener una opinión más firme. Aun así, repito: qué final. Y la edición de Reservoir Books añade un montón de artículos sobre El Incal y los cómics que amplían su universo, como Antes del Incal. Eso hace que no duela tanto soltar lo que cuesta, que no es poco. Y el peso de sus cuatrocientas treinta y dos páginas hace que pueda usarse como arma improvisada.

Estoy tentado de adquirir La casta de los metabarones porque me han hablado bien de ella. Si se da el caso, dejaré por aquí mis impresiones. 

sábado, 27 de junio de 2020

Aporofobia, el rechazo al pobre


La palabra, acuñada por la filósofa Adela Cortina, sirve para darle visibilidad a un problema que suele quedar opacado por otros de menor relevancia. A mí me aflige vivir en un sistema que no cubra las necesidades básicas de todos los ciudadanos. Sé que no soy el único al que le ocurre; pero tengo la impresión de que a muchos les molesta el indigente en sí, no su causa. Si es así, el término aporofobia es perfecto para usarse junto a otros como xenofobia, homofobia y demás. 

Los cazadores-recolectores formaban pequeños grupos colaborativos y recelaban del extraño, el otro. Hoy, en la época de los colectivos que se odian entre sí, esa costumbre sigue viva: la sinceridad se premia menos que la afinidad. Quien se atreve a salirse un poco de los márgenes es castigado con el ostracismo o con una mala reputación, que también equivale a una salida del grupo. Pero ¿cuántos se mantienen dentro gracias a la hipocresía? Lo dijo Maquiavelo: «Todos ven lo que aparentas, pocos ven lo que eres».

Al otro se le suele observar desde la superioridad, pues está equivocado, es distinto, raro, no hace o piensa lo se supone que debe hacerse o pensarse; es, en suma, inferior. Rara vez se usa la empatía para llegar a un conato de comprensión. Eso explica, al menos en parte, las frecuentes agresiones que sufren los indigentes, por no hablar de las vejaciones. Pensemos, verbigracia, en aquellos aficionados al fútbol que arrojaron monedas a un grupo de rumanas para que hiciesen flexiones y bailasen. Ese acto fue, sin duda, realizado desde la ilusoria posición de quien cree estar por encima del pobre.

Creo que la aporofobia también puede manifestarse por miedo: el indigente representa un destino al que nadie quiere llegar. Y no son pocos los que pueden quedarse sin nada en un momento dado.

Esto puede paliarse gracias, una vez más, a la educación; pero eso no bastará mientras no haya un cambio significativo del sistema, lo cual no tiene visos de que vaya a ocurrir pronto. Por lo tanto, se habla de una biomejora moral y hasta de transhumanismo. Lo primero podría llevar a una sociedad reprimida; lo segundo, a una dicotomía entre clases como nunca jamás se ha visto. No son pocos los escritores de ciencia ficción que basaron sus distopías en ambos conceptos. De momento, creo que lo mejor es trabajar en el terreno educativo y adoptar políticas que disminuyan la pobreza lo máximo posible. Sin caer, claro, en extremos perjudiciales.

Es una lástima que en este siglo las etiquetas sigan teniendo tanto poder, pues transforman a individuos heterogéneos en un único ente que puede ser odiado o amado sin tener en cuenta circunstancias particulares. La fábula del lobo y el cordero, que se menciona en el libro Aporofobia, explica esto de forma clara:

—...Y sé que de mí hablaste mal el año pasado
—¿Cómo pude hacerlo si no había nacido? —dijo el cordero—. Aún mamo de mi madre.
—Si no fuiste tú, sería tu hermano.
—No tengo.
—Pues fue uno de los tuyos, porque no me dejáis tranquilo, vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Me lo han dicho: tengo que vengarme.
Allá arriba, al fondo de los bosques se lo lleva el lobo, y luego se lo come. Sin más juicio que ése.

Seguro que más de una vez has escuchado a alguien juzgar a un individuo por su pertenencia a un determinado grupo, o al revés, porque todo el grupo también puede ser juzgado por las acciones de un único miembro. En el caso de los pobres, son pulverizados por la imagen que el imaginario colectivo ofrece de ellos: ésta parece no dejar espacio para ir más allá, para que una parte de la población se dé cuenta de que son humanos con sus historias, miedos, anhelos. El rechazo a alguien que no participa en el sistema de intercambio limita el pensamiento de la mayoría. 

domingo, 14 de junio de 2020

La resurrección de Warhammer online


Como tuve algo de tiempo durante la cuarentena, aproveché para jugar unas cuantas partidas a Warhammer Return of Reckoning, título al que no me acercaba desde que salió en el lejano dos mil ocho. Fue más por nostalgia que otra cosa, porque no es lo mejor que conozco del género; pero ahora que está en un servidor privado ya no hay que pagar cuotas mensuales, y a caballo regalado... 

Además, tenía curiosidad por ver cuánto había mejorado, si es que lo hizo; así que lo instalé e hice un personaje de la destrucción. Hay dos facciones para escoger: orden y destrucción. Supongo que no es necesario aclarar quiénes son los malos, o los más malos, en este caso. 

Todo marchó como la seda al principio, cuando aún no recordaba las taras que me hicieron dejarlo en su día; pero éstas fueron apareciendo poco a poco. Adelanto que el juego es divertido, merece la pena aunque copie la fórmula del Dark Age of Camelot; sin embargo, tiene detalles que lo ensombrecen. De ti depende el darles mayor o menor importancia. Yo creo que no está mal para echar un rato alguna que otra vez.

Empecemos por lo positivo: hay un montonazo de personajes para escoger, desde un pequeño goblin burlón hasta un matador enano; es decir, un enano con cresta muy enfadado que quiere morir en combate. En total son veinticuatro clases diferentes, doce para cada facción. Y son asimétricas; cada una tiene sus peculiaridades. El arquero goblin, por ejemplo, tiene mascota y el elfo no. Esto logra que haya un personaje ideal para los distintos tipos de jugadores. ¿Te gusta ser un asesino solitario? Cazador de brujas. ¿Prefieres ir al centro de la batalla y proteger a tus compañeros? Caballero del sol llameante.

Los mapas tienen un tamaño considerable y en ellos ocurren batallas de grandes dimensiones. No es raro encontrarse con un asedio en el que toman parte doscientos jugadores, o ir tranquilamente por un camino y darse de bruces con una marea de enemigos al doblar la esquina. Sobra decir que esto es muy entretenido porque siempre hay un riesgo presente, una sensación de peligro. Incluso en el interior de un castillo puede atacarte un personaje basado en el sigilo y la infiltración. Cuando entras en la zona PvP de los mapas, debes aceptar que puedes morir en cualquier momento.

También hay escenarios a los que se puede acceder pulsando un icono. Son pequeños mapas con objetivos, como tomar banderas, donde luchan grupos reducidos. Escaramuzas, vaya. Están bien diseñados y entretienen bastante.

¿Dónde está, pues, lo malo? En los pequeños detalles. A priori, pueden parecer anodinos; pero son muchos y con el paso de los días van siendo cada vez más molestos. Por ejemplo, en las capitales de cada facción, lugares que vas a recorrer innumerables veces para conseguir equipo, hay unas puertas levadizas que debes abrir con un clic. Al principio hacen gracia. Luego llegará un momento en el que te preguntarás a quién se le ocurrió esa tontería que sólo sirve para molestar, igual que los enemigos situados en el medio de los senderos. No te van a matar; sólo quieren hacerte perder tu irrelevante tiempo. Pobrecillos.

Y eso no es todo, evidentemente: flechas y mascotas que atraviesan muros, rincones de apariencia inofensiva en los que te quedarás atrapado, obstáculos insignificantes que detendrán tu paso. Aun así, como dije arriba, es gratis y divertido. Si tuviese que ponerle una nota, sería un cinco. No es una obra maestra; pero tiene sus momentos. Si al menos estuviese mejor optimizado... 

jueves, 20 de febrero de 2020

Anatomía del fascismo


«Los fascistas necesitan un enemigo demonizado contra el que movilizar seguidores, pero ese enemigo no tiene por qué ser, claro está, el judío. Cada cultura concreta su enemigo nacional. Aunque en Alemania el extranjero, el impuro, el contagioso y el subversivo se fundían a menudo en una sola imagen demonizada del judío, los gitanos y los eslavos fueron también objetivos. Los fascistas estadounidenses demonizaron a los negros y a veces a los católicos además de a los judíos; los fascistas italianos, a sus vecinos, los eslavos meridionales, y a los socialistas opuestos a la guerra de renovación nacional. Más tarde añadieron sin problema a los etíopes y a los libios».

«Los regímenes fascistas funcionaron como un epoxi: una amalgama de dos agentes muy distintos, el dinamismo fascista y el orden conservador, coaligados por su hostilidad compartida hacia el liberalismo y la izquierda, y por una voluntad compartida de no detenerse ante nada para destruir a sus enemigos comunes».

Este libro no se basa en lo que dijeron los fascistas, sino en lo que hicieron, lo cual le da un interés particular. Describe sus acciones más significativas, cómo se las arreglaron para llegar al poder. Eso es interesante porque su ascenso a la cima fue más complejo de lo que se suele pensar. Prueba de ello son los movimientos fascistas que fracasaron en determinados países, como Francia e Inglaterra.

El tema escogido no es precisamente baladí: podría decirse que el rostro de Hitler es un ícono de la maldad —curiosa manera de pasar a la historia. ¿Conseguirá arrebatarle alguien el puesto?—; la ley de Godwin se cumple un buen número de veces en las redes sociales; la esvástica, símbolo milenario, ha quedado mancillada para siempre; y los nazis siguen siendo algo recurrente en el cine, la narrativa, los juegos... ¿A quién no le gusta disparar a unos cuantos boches de vez en cuando, o repartirse Polonia con los soviéticos en Corazones de hierro?

Hoy es común, en cualquier ideología, tachar de fascismo a algunas situaciones. Lo primero que se me viene a la cabeza es un escrache, por ejemplo. Dejando a un lado si ese tipo de actos es conveniente o no, hay que aclarar que un fascista entiende los escraches de una manera diferente: éste no se limita a las increpaciones, le va más aquello de meter porrazos hasta que tú pienses como él. Y si mueres, no pasa nada: un enemigo menos. Los fascistas, en sus inicios, se disputaban con el estado el uso de la violencia, y algunos hasta pensaban que era hermoso regalar palizas. No veo conveniente, por lo tanto, que se use el término «fascista» con tanta ligereza. Si no fuese de forma literal, aún; pero se recurre a él con el objetivo de dar miedo y barrer para casa. Esperanza Aguirre, ínclita humorista española, hizo algo similar cuando hablaba de los amenazadores soviets.

Robert O. Paxton, historiador y politólogo estadounidense, narra con precisión en qué consistió eso del fascismo, contra quiénes luchó, y en qué condiciones cabe la posibilidad de que se produzca. Hay que poner énfasis en la palabra «posibilidad», porque de otra forma podría caerse en el determinismo: una situación histórica similar a lo que se vivió en el periodo de entreguerras no tiene por qué acabar de la misma manera. Además, tanto el ascenso de Hitler como el de Mussolini fueron evitables. Lo grave es que se trata de un acontecimiento histórico humano que podría volver en un distante futuro —esperemos que eso no suceda, aunque no lleguemos a verlo—. Decía Diderot que del fanatismo a la barbarie sólo media un paso, y parece que a los políticos actuales no les importa generar fanáticos y aprovecharse de ellos.

Recomiendo la lectura de este magnífico libro para despejar cualquier duda sobre el asunto, que en internet he notado bastante confusión sobre el mismo. Y el cómic Maus no está mal para conocer la tragedia desde dentro, aunque pueda llegar ser muy descarnado. Lo tengo desde hace años y se deja releer de vez en cuando. 

viernes, 3 de enero de 2020

Solaris, la destrucción del antropocentrismo


Compré esta novela hace siglos porque es un clásico y me interesaba conocerlo, pero luego la dejé olvidada en un estante inferior de acceso complicado. Cada vez que veía la cubierta, esa chica durmiente que aparece en la ilustración superior, me invadía el tedio; pensaba que iba a tratarse de una historia con un ritmo lentísimo, sin emoción, quizá un romance espacial lleno de lugares comunes. Afortunadamente, años atrás me decidí a tirar esos prejuicios y comencé a leer. 

Ahora Solaris está entre mis novelas favoritas. No de la ciencia ficción, sino de la literatura en general. Por eso la recomiendo. Es muy posible, por supuesto, que no te guste tanto como a mí; sin embargo, seguro que te sirve para entretenerte un rato. Su argumento se sale de lo usual y sólo por eso merece la pena darle un tiento. 

El protagonista se va a trabajar a una estación situada en Solaris, un planeta oceánico en cuyas aguas aparecen fenómenos extraños. Ese comienzo es ya de por sí muy sugestivo, pero hay más: los pocos tripulantes que encuentra tienen un comportamiento inexplicable, son sacos de recelo y nerviosismo, y uno de ellos acaba de espicharla. Tenemos, por lo tanto, varios enigmas que resolver de golpe. Cuando el prota avanza en uno de ellos, sucede algo pavoroso y asombroso. Spock diría «fascinante». Prefiero no explicar de qué se trata, ya que es mejor descubrirlo por uno mismo. Basta decir que rompe por completo la idea de que la humanidad es la medida de todas las cosas —le doy aquí a la frase una interpretación antropocéntrica—. De hecho, los humanos se muestran como algo simple, mejorable, quizá incluso un juguete.

Lem es un buen mecánico literario: la trama avanza a un ritmo preciso; ni hay escenas alargadas hasta el infinito, ni acción a trompicones. Las diferentes personalidades de los personajes están muy bien marcadas por sus decisiones, diálogos y aspectos. Y las descripciones de Solaris son deslumbrantes, sobre todo cuando muestran los fenómenos antes mencionados.

Una escena destacable es cuando el protagonista tiene un momento cartesiano en el que, abrumado por los acontecimientos, se lo cuestiona todo y decide comprobar si puede fiarse de sí mismo. En general, los personajes suelen aceptar lo que ven antes de quedarse anodadados, paralizados o atemorizados; chillan, golpean, huyen, rezan, se convierten en muñecos de cera... Sin embargo, Lem hace que el suyo contemple la posibilidad de haber caído en la locura, lo cual, en mi opinión, sí que da miedo. Recuerdo que yo pasé por lo mismo durante un sueño: el monstruo de turno me daba menos pavor que haber perdido la cordura.

Cuando se llega a la última parte, después de haber visto cómo el protagonista debe lidiar con un embrollo moral —¿lo resolverá?—, hay entre otras cosas una magnífica reflexión sobre lo acontecido. Debo añadir, por si las moscas, que la novela es precisamente eso: reflexiva. Si no te gusta que un personaje se ponga a leer y discurrir, será mejor que no te pases por Solaris. Hace calor y no hay tele por cable.