domingo, 23 de octubre de 2016

Pinball


Siglos atrás, cuando mi mentor me transformó en un pálido inmortal, tuve el arrojo de adentrarme en un recinto llamado Pryca —hoy Carrefour— con la intención de echar unas monedas al magnífico Samurai Shodown. Debes saber, si eres muy joven, que antaño era sencillo encontrar salones recreativos en distintas partes de la ciudad, supermercados incluidos. Y ese juego de lucha ocupaba un lugar de honor entre el resto de títulos que intentaban destacar por aquel entonces, como Metal Slug y compañía. 

Desgraciadamente, no estaba el Samurai porque lo habían sustituido por un extraño juego japonés que no recuerdo, uno táctil; así que me vi obligado a buscar una alternativa para darle un par de bofetadas al tedio. Al final, tras un eterno paseo, me percaté de que ya no quedaba allí ninguna de las recreativas a las que yo solía prestarle atención. Ni Toki, ni Ghosts'n Goblinsni siquiera un «yo contra todos» tipo Knights of the round. Los tiempos estaban cambiando y ya no quedaba espacio para esas reliquias; la moda consistía en tocar las pantallas, una fórmula que hoy se ha trasladado al condenado móvil. Supongo que asistí, en primera fila, al ocaso de las grandes sagas, a los últimos estertores de un negocio moribundo. 

Pero hubo algo que iluminó aquel día y lo hizo inolvidable: un grupo de Pinballs supervivientes que, colocados en un oscuro rincón, aún emitían sus luces y pitidos característicos. Los que se basaban en célebres películas de los años noventa tenían una pinta fenomenal, pero fue Attack from Mars el que logró deslumbrarme. Ojocuidao: aunque parece estar inspirado por Mars Attacks!, no es así. Se trata más bien de un cliché popular transformado en Pinball, o dicho de una manera más clara: un matamarcianos con Flippers. Los cuatro brazos de los alienígenas recuerdan a Burroughs, eso sí. Digamos que la mesa no destila originalidad; sin embargo, el enorme platillo volante del fondo y las figuritas de los marcianos me invitaron a probar. No tardé en descubrir que ambos elementos eran cruciales para conseguir altas puntuaciones: el platillo podía ser derribado..., y los cuatro alienígenas, que a veces temblaban simulando un ataque a la tierra, debían ser eliminados mediante disparos certeros.

Maravilloso.

Gasté unas cuantas monedas en aquella máquina, y regresé unos cuantos días más para superar mi récord... hasta que se la llevaron, a ella y a sus compañeras: en su lugar, sólo quedaba un hueco sombrío. Luego me di cuenta de que yo era el único que visitaba la diminuta «zona pinball», el último loco que se divertía con esas antiguallas. Ojalá las hubiese descubierto antes, porque dan muchísimas horas de entretenimiento y cada una es diferente, tiene sus propios objetivos. En Monster Bash, por ejemplo, un grupo de monstruos clásicos quiere formar una banda musical.

La buena noticia es que hoy podemos recordarlas gracias a un gran simulador: Pinball Arcade. Es caro, pero también es lo más cercano a tener enfrente una mesa real. Por supuesto, Attack from Mars figura entre las muchas opciones disponibles. 

jueves, 30 de junio de 2016

Por qué se escriben novelas


A veces, cuando tengo algo de tiempo, leo artículos que encuentro por ahí, en las profundidades abismales de la red. Suelo tropezar con análisis interesantes sobre la situación actual de la literatura, y he visto una inquietante concomitancia que se repite en muchos de ellos: «Todo aquel que escribe lo hace por una cuestión de ego; desea ser admirado y estar hasta las cejas de billetes». 

Pues bien, como diría Jack el destripador... dejad de tocarme las narices con ese chiste malo y poned otra cosa, carajo. 

Aunque es cierto que entre los humanos existen similitudes ineludibles, tanto física como moralmente hablando, eso no significa que siempre emprendan una acción por el mismo motivo: tú puedes rescatar al clásico gato del árbol porque te da lástima la pequeña dueña que siempre está al lado, y yo porque el gato lleva en el collar la bolsita de diamantes que robé anteayer. No me juzgues, se me da mal esconder los botines. El caso es que ambos hemos realizado lo mismo, pero ¿verdad que hay una leve diferencia? A Montaigne, ese gamberro que hacía pintadas en el techo, le encantaba tratar estos temas. Recomiendo su lectura. 

Desmontada la concomitancia del principio, analicemos ahora por qué un pobre diablo se pone a teclear. Empezaré siendo polémico: hacerlo por dinero es lícito. Hammett escribía por dinero, y no creo que nadie quiera defenestrarlo por ello. Fijaos en quiénes son los que, curiosamente, condenan más ese interés monetario, porque la hipocresía es tan intensa, tan intensa, que va a acabar materializándose en la realidad para forrarse escribiendo basura comercial e insultar después a esos autores advenedizos que desean lo mismo. Las monedas pueden ser un gran incentivo, no el mejor, por supuesto, no el más noble; pero hay a quien le sirve y no tiene ningún problema en decirlo. Claro, podemos hablar de que el arte no debería ensuciarse con el vil metal —escribí hace años sobre ello, y dije que el dinero puede ser la zanahoria que mueve al asno. Saca conclusiones—; sin embargo, lo extraliterario no siempre influye de manera superlativa en el resultado final. El demonio, si se lo propone, podría escribir la obra más hermosa de la historia. Y te lo digo yo, que lo conozco en persona porque trabaja en Vodafone y no deja de llamarme

Piensa esto con detenimiento: ¿quién en su sano juicio escribe hoy por dinero sin ser conocido? Incluso la mayoría de los que publican no ganan casi nada con sus novelas. Así que vayamos pues a la parte más candente: el ego, exceso de autoestima, ansia de ser admirado, aclamado, de caminar sobre alfombras rojas mientras caen pétalos de narciso alrededor. 

Es posible que ese deseo te parezca abyecto, igual que me pasa a mí; no obstante, ¿qué ocurriría si alguien pudiese adentrarse en tu mente y espiar lo que allí se esconde? ¿Podrías atreverte a decirle que nunca has imaginado nada parecido? ¿O peor? Antes de recurrir a las crucifixiones, que es lo que suele hacerse, conviene saber que los santos no existen. Si dentro de dos días llegase el milenarismo —¡el milenarismo va a llegar!—, a muchos se les pondrían los pelos como púas de acero. De todos modos, el autor ha de darse cuenta, antes o después, de que esos sueños son tonterías. A Foster Wallace le gustaba la idea de ser un ídolo, y mira cómo acabó. En mi opinión, no hay nada mejor que tener una vida tranquila y anónima, así que comulgo con las actitudes de Salinger o Pynchon. Las obras son lo interesante, no los autores. Dicho esto, las ansias de ser una estatua dorada también pueden ser otro estímulo válido..., aunque sea un poco estúpido. Lo que ha de quedar claro es que hay más conceptos que espolean a las plumas. No todo es un cúmulo de escritores arribistas con afán de firmar autógrafos hasta quedarse con muñones. 

Que los humanos escriben por enseñarle al mundo lo fabulosos que son es, por lo tanto, una verdad a medias. Se pueden tener motivos diferentes, o hasta ésos mezclados con otros.

Conozco a varias personas que lo hacen sólo por entretenimiento. Supongo que será difícil de creer para algunos, pero es cierto: trabajan en historias que luego guardan en un rincón y se olvidan de ellas. Su meta es la escritura en sí misma, la cual les proporciona un placer inmediato. Esto es raro porque, en general, a los autores veteranos les gusta haber escrito, no el acto en sí. Observa que he puesto el adjetivo «veterano» porque con este arte se da una curiosa paradoja: cuanta más experiencia tiene uno, más difícil se vuelve eso de juntar palabras. Sabrás que alguien es nuevo cuando afirme que escribió su libro en un par de semanas.

Luego están los que quieren hacer denuncia social, introducir sus ideas en interesantes argumentos que enganchen al lector. Esto lo veo como algo positivo —qué voy a decir, si yo mismo lo hago—, aunque debe tenerse cuidado con ciertos pensamientos; estarás de acuerdo conmigo en que sobran las apologías del nazismo, por ejemplo. No se trata de censura, sino de sentido común; esos planteamientos pueden desarrollarse si se hace con cuidado. Lolita, de Nabokov, trata el tema de la pedofilia correctamente, y en ningún momento te imaginas al autor como un depravado. Creo que hacer denuncia social es una de las metas más dignas, pues quien está detrás de esas obras suele enfocar su atención a lo que importa de verdad. Generalizando, dudo que se limiten a pensar en monedas y reputaciones, en caer bien a su público, conseguir aliados y sacar toda la tajada posible.

¿Y qué pasa con los homenajes? Hay escritores que continúan el trabajo de un fallecido, ya que éste poseía un imaginario memorable. ¡Usan el mundo de otro! ¡De otro! Qué horrible debe de ser tragarse así el ego, eh.

¿Y los Fanfics? Los foros de internet están llenos de relatos donde sólo se busca la diversión, nada más. No se obtiene nada con ellos, salvo pasar un buen rato con tus personajes favoritos. Antes escribía fanfics de Warhammer y Star Trek, entre otras frikerías. Eran malísimos, pero yo me lo pasaba en grande y sé que los lectores también. Y bastaba con eso, en serio. Este mismo blog tiene relatos que no aspiran a ganar uno de tantos concursos de popularidad premios literarios que se celebran cada año, listos para dar a conocer autores inéditos...

También es posible que un sentimiento extremo, un paroxismo, se convierta en el brote de una gran historia. Depende de cada individuo. Recordemos que los humanos son, aunque se intente lo contrario mediante la disciplina, heterogéneos; por ende, es un error meternos a todos en el mismo saco. Casi puedo ver a Foucault asintiendo con la cabeza por lo que acabo de decir..., y señalándome la hora porque se me ha hecho tarde.

Nos vemos en la siguiente demencia. 

miércoles, 8 de junio de 2016

Coediciones a montones


Supongo que a estas alturas todo lo que rodea a las sospechosas coediciones es una perogrullada, un asunto archiconocido; pero la enorme cantidad que recibí de ellas me dejó tan asombrado que debo quejarme un poco; no mucho, sólo lo suficiente para no caer en la tentación de subirme a un Sherman y buscar pseudoeditores. 

Unos meses atrás, cuando aún buscaba editoriales pequeñas que se atreviesen conmigo, recibí un mensaje que me dejó el pelo completamente blanco, como el científico de Regreso al futuro. Comenzaba más o menos así: «Querido autor, gracias por confiar en nosotros. Enviaré su texto al comité de lectura y en dos semanas recibirá su respuesta». ¡Dos semanas! Seguro que ese comité está compuesto por androides... o no existe. Aunque yo ya me veía venir el timo y pensé en mandarles cariñosamente al cuerno, opté por esperar. Quién sabe, lo mismo sí que es verdad eso de los androides. 

Dos semanas después, tenía una oferta en la que debía vender ciento cincuenta ejemplares en la presentación. Incluso se tomaron la molestia de enviarme el contrato y todo, es decir, de metérmelo por las narices. Tuve ganas, otra vez, de enviarles una respuesta llena de amabilidad y cariño; sin embargo, preferí ignorarles con la esperanza de que se olvidasen de mí, porque yo para ellos debía de ser otro mindundi al que timar, un tipo sin importancia alguna. Y acerté: no volvieron a contactar conmigo. Desgraciadamente, será difícil olvidar lo que me dijeron sobre esos libros que debía vender: «Así los autores se toman en serio la promoción de sus obras. De otro modo se van de picos pardos y se desentienden». 


Ojalá lo anterior fuese una rareza, la excepción que confirma la norma; pero la realidad es que ese tipo de editoriales ha aumentado durante los últimos años, y es increíble hasta dónde son capaces de llegar para meterse a los incautos en el bolsillo. Aún recuerdo una entrevista que le hicieron al editor de Ediciones Oblicuas, donde el tipo afirma ser un defensor del desgraciado juntaletras bisoño. Pobre juntaletras, cómo abusan de él esas editoriales que no le publican... menos mal que ese editor —por un módico precio, claro— llevará su historia a la inmortalidad del papel. Qué justiciero, qué maravilla, casi se me caen las lágrimas. Necesitamos más superhéroes como él. 

El caso es que estos negocios funcionan, pues se aprovechan de la ingenuidad que domina a muchos autores primerizos. Yo mismo habría caído en la trampa si no fuese extremadamente desconfiado. Tuve suerte porque alguien me enseñó una valiosa lección cuando era muy joven; otros la reciben más tarde y con devastadoras consecuencias. Además de la ingenuidad, tenemos otro factor importante: los lectores. La mayoría ignora lo que se cuece dentro del mundillo, y una gran parte hace gala de un axioma devastador: si no está publicado en papel, no merece la pena. Aún más: si un autor no publica en papel, no es un autor de verdad. Podríamos decir que, para muchos, las páginas impresas son la prueba de fuego, el ritual de iniciación; en consecuencia, hay quien se deja llevar y paga lo que sea para que le editen. Así, lleno de orgullo, podrá elevar la nariz hasta el techo y afirmar que es escritor. Y pocos se lo negarán.

Entretanto, yo he tenido la oportunidad de leer varias novelas inéditas que deberían estar publicadas desde hace años. Lo merecen por su calidad, por el empeño y la experiencia que destilan. Es la necesidad de ventas lo único que las deja en la sombra. O vendes, o mueres. ¡Viva el mal, viva el capital!

martes, 3 de mayo de 2016

La luna se teñirá de sangre...


Ninguneado por la crítica y carcomido por la piratería, Blade vivió poco tiempo, sumiéndose en el silencio de una mala promoción. Sólo unos pocos tuvieron la suerte de ver sus virtudes y disfrutarlo en su momento. Hoy, después de muchos años, es una obra de culto que aún puede hallarse en los discos duros más modernos, instalada por curiosos que quieren descubrir cómo es el padre de Dark Souls.

Lo cierto es que si dejamos a un lado las gigantescas diferencias gráficas, ambos títulos poseen muchas similitudes; pero yo prefiero el clásico por dos motivos: la atmósfera de fantasía pulp y los combates, sobre todo los combates; éstos son pausados, tensos, irradian emoción incluso cuando el jugador se vuelve experimentado. Además, la magnífica banda sonora de Óscar Araujo acompaña perfectamente a las diferentes situaciones, y tiene fragmentos que recuerdan a la insuperable banda sonora de Conan. Supongo que se inspiró en ella para componer.

Este juego español no se merecía acabar tan mal. Es una lástima que la compañía no pudiese seguir con la saga y darnos una segunda parte. Para mí, el motivo de su fracaso está claro: fue un producto que apareció a destiempo, cuando el público no estaba preparado para algo así. Tanta profundidad en la lucha y el ambiente, en detrimento de la historia, confundió a la mayoría. Resulta fácil imaginarse al jugador primerizo estampándose una y otra vez contra el mismo orco —los primeros que encuentras son problemáticos porque tienes poca experiencia—, sufriendo con las clásicas muertes en las trampas o cayéndose por algún acantilado. Esos detalles molestan poco en estos días, incluso se agradecen entre tanta molicie videojueguil; sin embargo, durante aquellos años sirvieron para que se vertiesen multitud de quejas en los foros. «El bárbaro no corre», afirmaba uno que, con toda seguridad, ni siquiera se había tomado la molestia de abrir el manual. Te animo a leer el interesante análisis de Aurelio Saiz para más detalles:

http://www.meristation.com/pc/blade-the-edge-of-darkness/analisis-juego/1513176

Lo más común ante la frustración es el abandono: desinstalando, que es gerundio. Afortunadamente, algunos títulos que se han puesto de moda, como Dark Souls, enseñan que la derrota puede ser una oportunidad de aprendizaje. Lo mismo ocurre con Blade, porque exige que uno mismo descubra cómo disminuir la dificultad; de ti depende el ser un combatiente calculador, oportunista, o alguien que aporrea los botones hasta que la barra de energía se vacíe y el personaje acabe exhausto e indefenso. De todos modos, es posible que el problema estuviese en la edad media de los jugadores por aquel entonces; sólo hace falta echarle un vistazo a la publicidad de antes y pensar a quién estaba dirigida: explosiones, rapidez, estruendos. El público ha ido evolucionando con el tiempo, haciéndose diverso, y los videojuegos con él. Todo se resume en demanda y oferta, creación supeditada al entorno capitalista. Echad un vistazo, verbigracia, a War in the East, ¿por qué ese complejo wargame hace gala de un precio tan prohibitivo? ¿Será porque tiene un público adulto que se lo puede permitir? Lo importante es que esos compradores han hecho posible su existencia y la de futuras entregas similares.

Ojalá Blade hubiese aparecido unos años más tarde, porque podría haber jugado en la misma liga que su hijo. De hecho, ya lo hace en algunos aspectos. Diría que ha envejecido bien y aún puede ofrecer mucha diversión. Sólo le faltó aumentar un poco la variedad de enemigos para ser una obra maestra. Tampoco le habría ido mal, creo, permitirle al jugador tomar rutas diferentes en cada partida y paliar así la sensación de linealidad. No basta con que éste decida en qué orden hacer los escenarios.

Si no me equivoco, ahora mismo Blade no está a la venta... Habrá que ponerse un loro en el hombro y saquear un poquito, lo justo.


lunes, 7 de marzo de 2016

La paja en el ojo de Dios


Empezaba a pensar que la ciencia ficción había dejado de interesarme, porque las dos últimas novelas que leí del género, Flores para Algernon y Picnic extraterrestre, no me entretuvieron nada, ni un ápice. Entendámonos: comprendo los mecanismos que las hacen funcionar, por qué están donde están; pero mis gustos van en otra dirección. Me pasa lo mismo con El padrino, película que a todo el mundo agrada menos a mí y Peter Griffin. Podríamos dejarlo en el clásico «Para gustos los colores» y punto final, a otra cosa; sin embargo, voy a profundizar un poco en eso. 

¿Conoces a algún crítico especializado que se limite al «No me gusta»? Yo tampoco. Son conscientes de que necesitan explayarse, dar argumentos si quieren tener comida, caprichos y esas nimiedades. Aunque... ¡un momento, paren las rotativas!, ¿no es el arte un mundo libre y subjetivo? Pues hasta cierto punto. Locke lo dejó claro con las características primarias y secundarias de los sentidos: ambos estaremos de acuerdo en que un plátano es amarillo y alargado, pero tal vez a ti te encante su sabor y a mí me repugne. Del mismo modo, ambos coincidiremos en que la descripción de un personaje no debe recordar a un informe policial, y quizá yo odie su personalidad y a ti te entusiasme. Tenemos, por lo tanto, un conjunto de elementos objetivos y subjetivos; es necesario conocerse bien a uno mismo para sobreponerse a los últimos. Por eso, a pesar de que no me gustaron, soy consciente de que los títulos antes mencionados son obras notables, incluso les daré otra oportunidad en el futuro. 

Podría sumergirme un poco más en el asunto trayendo aquí las numerosas influencias que pueden alterar el raciocinio del crítico..., y así extender el prolegómeno hasta el infinito. Mejor que empiece la reseña de una vez. 

En la cubierta de La paja en el ojo de Dios que he puesto arriba puede verse una inquietante afirmación de Heinlein, el típico ditirambo que aparece en tantas y tantas obras destinadas a venderse como churros. Tal vez parezca que el autor de Starship Troopers recibió un regalo por ello, o fue colega de Niven, o le poseyó un afable espíritu navideño; sin embargo, la novela es buena, condenadamente buena. Su lectura hizo que me reconciliase con el género de las distopías y los cerebros positrónicos. Además, no se nota que haya sido escrita por dos autores —o no lo noté yo, que también es posible—; el estilo sencillo y el tono neutro está presente en cada página.

La fuerza de la novela recae, pues, en la trama. Y menos mal, porque la trama es impresionante, consigue que no despegues los ojos del libro hasta que se haya desintegrado o seas abducido, lo que ocurra antes. Pongámonos en situación: aunque el segundo imperio del hombre se extiende a través de varios sistemas, aún no ha visto otras especies inteligentes, y los humanos, como no podía ser de otra forma, pasan el tiempo jugando a la guerra y discutiendo sobre territorios hasta el año 3017, fecha donde hallan una extraña nave espacial con alien muerto incluido. ¡Un alien! Pronto, el imperio enviará un par de naves a la Paja, una estrella inmersa en polvo estelar. Allí establecerán el primer contacto con una raza alienígena e intentarán determinar si es una amenaza. ¿Y cómo hacer eso? ¿Cómo descubrir la verdadera esencia de una especie? Fácil: analizando su sociedad, su manera de hacerle frente a la existencia. 

Por supuesto, ellos hacen lo propio con nosotros. ¿Qué pensarán?

Al final, el conflicto de intereses que surge entre los dos pueblos es impresionante, pues ambos quieren su trozo de pastel galáctico. O mejor dicho: los pajeños quieren aumentarlo y los humanos, conservarlo. La tensión puede palparse, sembrarse, cosecharse y dar infartos como fruto.

Gran novela, grande en varios sentidos porque es igual que una superproducción hollywoodiense; hay decenas de personajes, escenarios, momentos memorables. Ahora bien, lo faraónico trae consigo una consecuencia negativa: algunos elementos se quedan cojos, ya que no hay tiempo para profundizar en ellos. Piensa, verbigracia, en todos esas especies de Star Wars que no tendrían trasfondo si no fuese por obras que las respaldan fuera del filme. En La paja —merezco un premio por no haber hecho el chiste obvio— se profundiza mucho en los alienígenas; pero algunos personajes tienen personalidades muy simples, manidas. Un pequeño defecto que no molesta demasiado.

lunes, 15 de febrero de 2016

Duskers, un juego diferente


Hubo una época, cuando los dinosaurios usaban consolas de ocho y dieciséis bits, en que las grandes compañías publicaban... —¿estás sentado?, porque lo que viene es difícil de creer y puede ser causa de graves conmociones— juegos originales, frescos, con ideas interesantes que proporcionaban una barbaridad de entretenimiento. Aún recuerdo la enorme cantidad de tiempo que le dediqué a Starflight, la fabulosa versión que se dejó ver por las Mega Drive

Es fácil posicionarse a favor del clásico «Todo tiempo pasado fue mejor», pero esa máxima no es cierta si hablamos de videojuegos: los diseñadores independientes han tomado el relevo y producen maravillas como el ya legendario Undertale o el título del que voy a hablar ahora. 

Duskers nos pone en la piel de un humano solitario que investiga pecios espaciales, lo cual sería especialmente peligroso si no emplease drones para el trabajo; no sólo es posible tener encuentros hostiles, también hay riesgos aleatorios que pueden echar a perder un buen día de exploración. En mi última partida, sin ir más lejos, tuve que abandonar una nave porque se aproximaban varios asteroides; aunque es más divertido perder una cámara de seguimiento justo en el peor instante. Ley de Murphy, ya sabes. Y la guinda del pastel, la fatídica gota que colma el vaso y hace que éste explote derramando el líquido sobre el preciado teclado, es cuando algo rápido y misterioso te deja sin drones por no haber obrado con la debida circunspección. Ser irreflexivo se paga muy caro en este juego.

Las señales rojas indican que hay algo desagradable en esas estancias,
probablemente sean Bárcenas y Francisco Granados

Los drones poseen habilidades que se activan cuando introducimos el comando adecuado. Si Murphy, nuestro dron más glamuroso, tiene una modificación que se llama «Motion», podemos escribir esa palabra para que escanee los compartimentos. Y sí, he dicho escribir, porque en Duskers se usa el teclado para casi todo. ¿Que tenemos un dron con «Tow»?, pues podemos ordenarle que arrastre cualquier objeto valioso que veamos por ahí y llevarlo a nuestra nave. Por supuesto, también hay armas; pero son difíciles de encontrar. Es mejor hacerse a la idea de que el ingenio será nuestra mejor herramienta. Supongamos que un indeseable nos espera en un pasillo con dos accesos, y uno de ellos da al espacio exterior... 

Nuestras visitas a los pecios tendrán un objetivo prioritario: hallar combustible y nuevas modificaciones. Lo primero hará que podamos viajar a otras naves y sistemas; lo segundo, que los drones mejoren su eficiencia. Ambas cosas son necesarias para sobrevivir, ya que esos ataúdes de metal serán cada vez más grandes y peligrosos. Es interesante cómo Duskers mezcla varios géneros —gestión, puzle, roguelike...— con aplastante acierto. Dicen que en ciertos aspectos se asemeja a Faster Than Light; no obstante, yo no he jugado a nada parecido en mi vida, y estoy convencido de que, teniendo en cuenta su éxito, las imitaciones aparecerán tarde o temprano.

El precio de Duskers es de veinte euros en Steam. Me parece adecuado porque el juego tiene una gran duración. Además, aún quedan elementos por añadir. Yo he jugado sólo unas cinco horas; pero aún me quedan ganas de continuar y en Steam hay de media veinte horas de juego, aproximadamente. Eso dejando a un lado al loco que le echó quinientas.

Orson arrastra un nuevo dron que se podrá reparar y usar en el
futuro. Un buen golpe de suerte; es infrecuente tener hallazgos así
Tengo la sensación de que Duskers va a estar en mi disco duro durante siglos, haciéndole compañía a Wazhack y Tales of Maj'Eyal. 

domingo, 24 de enero de 2016

Un mensaje editorial... ¿Un mensaje editorial?


Como estoy acostumbrado a que las editoriales me ignoren, aluciné cuando vi un mensaje de PezSapo en el correo electrónico; lo normal es que éste sea un desierto lleno de plantas rodaderas. Tengo que felicitarles por tomarse un tiempo para contestar debidamente a los autores... Incluso mantienen conversaciones con ellos. Menuda herejía.  

Vale, sí, lo del informe me hizo arrugar el ceño; pero cualquier cosa es mejor que el silencio o el clásico mensaje impersonal. ¿No crees?

Sobre el rechazo, pues no me quejo: barruntaba, antes de mover la novela por varias editoriales, que iba a ser difícil de publicar. Ese vaticinio fue uno de los motivos que me llevaron a caer en el desánimo; aunque de momento sigo pasándomelo en grande con las letras, construyendo historias. Y supongo que ser bien respondido es un avance...

Aún espero un mensaje más. A ver si hay agallas, que soy un autor muy corrosivo. O eso me dicen. 

martes, 12 de enero de 2016

Las constantes tribulaciones de Harry Dresden


Acaba de irse el año, otro más, y me he dado cuenta del poco tiempo y ánimo que he tenido para escribir. El resultado es media novela en ocho meses, 35.000 míseras palabras. Por suerte, hay un lado positivo: tras mucha reflexión, tengo en la cabeza la segunda mitad; así que no debería tardar más de dos o tres meses en llevarla al papel. Consiste en una mezcla de dos géneros: policíaco y fantástico. Es algo similar a lo que hizo Jim Butcher con las historias de su mago-detective; pero yo opté por darle un mayor peso al fantástico, no limitarme a introducir hadas y duendes en una obra policíaca.

Dichas esas naderías, vamos a lo importante, lo que me ha traído de vuelta al blog: las novelas de Harry Dresden. Quizá ha parecido que las menospreciaba... y tengo razones de sobra porque están llenas de defectos. Butcher no es Faulkner, ni mucho menos —aunque si todos fuesen Faulkner, el propio Faulkner dejaría de serlo—. Personalmente, lo que me fastidia sobremanera no son los clásicos fallos, sino que el protagonista es un pupas: agota leer infinitas descripciones de cómo lo vapulean o lo mal que se siente. Me parece razonable que el héroe sufra daños durante los combates para evitar una posible sensación de invulnerabilidad. Lo malo viene cuando éste se pasa casi todo el tiempo sufriendo por graves magulladuras, como si al autor le hiciese gracia torturar a su protagonista. «Bueno, ahora Dresden saldrá a la calle y caminará hasta... Hmmm, esto es aburrido; haré que un grupo de pandilleros le golpee en la mandíbula con sendos puños americanos, y luego, cuando llegue a casa, una caterva de diablillos le golpeará de nuevo en la mandíbula con sendos bates de béisbol».

Si Butcher es un autor mediocre, al menos en un sentido técnico, ¿para qué molestarse en leerlo? Pues porque sus historias son muy amenas y tienen buen ritmo, heredado de la novela negra. A veces, durante ciertos fragmentos, podría pasar por ser un Pratchett del género detectivesco. Ya en la primera novela se aprecia un adecuado barniz de humor en varias escenas, incluso si hay truculencia de por medio; y los personajes tienen mucho carisma. Esos detalles hacen que las numerosas deficiencias pasen desapercibidas para la mayoría de los lectores, o no les den demasiada importancia. Ahora bien, supongo que a los más tiquismiquis les molestará que Dresden se ponga a describir una vestimenta en medio de un momento peligroso, por ejemplo. Son cosas que pasan...

Lo cierto es que el éxito de Butcher está justificado, pues no comete el mayor crimen que puede cometer un escritor: aburrir. Sus obras saben entretener y generar adicción. Tuve la suerte de descubrirlas hace poco, buscando historias análogas a la que escribo estos días, y me amedrentó enfrentarme a la idea de que se pareciesen más de la cuenta; es complicado ser original en esta época, donde miles de conceptos se han usado una y otra vez hasta convertirse en topicazos. La primera historia, Tormenta, me tranquilizó: aunque partimos de la misma base, un investigador con poderes mágicos, ni el protagonista, ni el estilo, ni el universo se asemejan al mío. Menos mal. Habría sido terrible tener que empezar de nuevo.

Abreviemos, que se hace tarde: ¿te van las espadas y las pistolas? Si la respuesta es afirmativa, te conviene visitar el despacho de Dresden.