viernes, 5 de mayo de 2023

La princesa prometida

 


He visto fragmentos de la película varias veces en la televisión, escenas que me parecieron cargadas de ingenio y humor; pero no había leído la novela. En consecuencia, me puse a ello. Bastaba con que fuese la mitad de divertida. Al poco rato, descubrí que el argumento era manido e hijo de su época, y también que me lo estaba pasando en grande. Comprendí por qué este libro sigue siendo leído aún hoy. 

Es evidente que William Goldman se propuso darle al lector una explosión de entretenimiento puro, lo cual consiguió de sobra. En La princesa prometida no hay una detallada descripción del mundo o los personajes; todo se enfoca en los diálogos, la acción y una espesa pátina de comedia. Cada momento tiene el noble objetivo de provocar una sonrisa. 

No cualquier autor es capaz de crear personajes extremadamente carismáticos con sólo unas pinceladas, como sucede aquí. «En la esquina más alejada de la gran plaza... en el edificio más alto del reino... en la oscuridad de la sombra más oscura... esperaba el hombre de negro. Sus botas eran negras y de cuero. Sus pantalones eran negros, y negra su camisa. Su máscara era negra, más negra que el plumaje del cuervo. Pero más negro que todo eso eran sus ojos brillantes. Brillantes, crueles y letales». Y ya, listo, con esto te ganas al lector e introduces una promesa subyacente: este tipo le dará muchos quebraderos de cabeza a más de uno. 

Hay un personaje español, Iñigo Montoya, al que se la ha dado una de las frases más célebres de la ficción, ni más ni menos. Aparece en varias series y películas. Puede escucharse, por ejemplo, en un episodio de The Big Bang Theory cuando practican esgrima. 

¿Cuántas veces habrá sido declamada por los fans? 

Qué bien funciona la venganza en el contexto de esta historia, por cierto: engrandece al personaje y potencia a la trama, genera otra promesa con su aparición. Se trata de una excelsa y valiente empresa que se suma al misterio del hombre de negro. No sólo eso: Goldman hace que esos conceptos choquen entre sí como dos trenes, consiguiendo una de las escenas más memorables de la novela: el combate entre Iñigo y el enmascarado, un combate lleno de honor y con sorpresa final. 

Con todo, hay ciertos aspectos que pueden molestar a algunos lectores. No todo el humor ha envejecido igual de bien y algunas ideas se han estirado demasiado. Por muy ingenioso que sea el autor, no es posible hacerle gracia a todo el mundo; así que antes o después te encontrarás con partes que te parecerán sosas, algunas de ellas largas. A mí esto no me parece grave: si algo te aburre un poco, nadie te va a reconvenir si lo lees por encima. Además, La princesa prometida tiene una prosa ágil por la que se puede viajar con velocidad. 

Esto es, sin temor a equivocarme, un clásico que resistirá el paso de los siglos. Me imagino a un viajero del espacio en la holocubierta de la nave, vestido como Iñigo y encarándose a su rival mientras exclama la famosa frase. 

Gran obra. Aunque yo la haría de otra manera, pues soy hijo de mi época, ésta es una de las novelas que me hubiese gustado escribir. No se me ocurre mejor halago. 

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