sábado, 27 de junio de 2020

Aporofobia, el rechazo al pobre


La palabra, acuñada por la filósofa Adela Cortina, sirve para darle visibilidad a un problema que suele quedar opacado por otros de menor relevancia. A mí me aflige vivir en un sistema que no cubra las necesidades básicas de todos los ciudadanos. Sé que no soy el único al que le ocurre; pero tengo la impresión de que a muchos les molesta el indigente en sí, no su causa. Si es así, el término aporofobia es perfecto para usarse junto a otros como xenofobia, homofobia y demás. 

Los cazadores-recolectores formaban pequeños grupos colaborativos y recelaban del extraño, el otro. Hoy, en la época de los colectivos que se odian entre sí, esa costumbre sigue viva: la sinceridad se premia menos que la afinidad. Quien se atreve a salirse un poco de los márgenes es castigado con el ostracismo o con una mala reputación, que también equivale a una salida del grupo. Pero ¿cuántos se mantienen dentro gracias a la hipocresía? Lo dijo Maquiavelo: «Todos ven lo que aparentas, pocos ven lo que eres».

Al otro se le suele observar desde la superioridad, pues está equivocado, es distinto, raro, no hace o piensa lo se supone que debe hacerse o pensarse; es, en suma, inferior. Rara vez se usa la empatía para llegar a un conato de comprensión. Eso explica, al menos en parte, las frecuentes agresiones que sufren los indigentes, por no hablar de las vejaciones. Pensemos, verbigracia, en aquellos aficionados al fútbol que arrojaron monedas a un grupo de rumanas para que hiciesen flexiones y bailasen. Ese acto fue, sin duda, realizado desde la ilusoria posición de quien cree estar por encima del pobre.

Creo que la aporofobia también puede manifestarse por miedo: el indigente representa un destino al que nadie quiere llegar. Y no son pocos los que pueden quedarse sin nada en un momento dado.

Esto puede paliarse gracias, una vez más, a la educación; pero eso no bastará mientras no haya un cambio significativo del sistema, lo cual no tiene visos de que vaya a ocurrir pronto. Por lo tanto, se habla de una biomejora moral y hasta de transhumanismo. Lo primero podría llevar a una sociedad reprimida; lo segundo, a una dicotomía entre clases como nunca jamás se ha visto. No son pocos los escritores de ciencia ficción que basaron sus distopías en ambos conceptos. De momento, creo que lo mejor es trabajar en el terreno educativo y adoptar políticas que disminuyan la pobreza lo máximo posible. Sin caer, claro, en extremos perjudiciales.

Es una lástima que en este siglo las etiquetas sigan teniendo tanto poder, pues transforman a individuos heterogéneos en un único ente que puede ser odiado o amado sin tener en cuenta circunstancias particulares. La fábula del lobo y el cordero, que se menciona en el libro Aporofobia, explica esto de forma clara:

—...Y sé que de mí hablaste mal el año pasado
—¿Cómo pude hacerlo si no había nacido? —dijo el cordero—. Aún mamo de mi madre.
—Si no fuiste tú, sería tu hermano.
—No tengo.
—Pues fue uno de los tuyos, porque no me dejáis tranquilo, vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Me lo han dicho: tengo que vengarme.
Allá arriba, al fondo de los bosques se lo lleva el lobo, y luego se lo come. Sin más juicio que ése.

Seguro que más de una vez has escuchado a alguien juzgar a un individuo por su pertenencia a un determinado grupo, o al revés, porque todo el grupo también puede ser juzgado por las acciones de un único miembro. En el caso de los pobres, son pulverizados por la imagen que el imaginario colectivo ofrece de ellos: ésta parece no dejar espacio para ir más allá, para que una parte de la población se dé cuenta de que son humanos con sus historias, miedos, anhelos. El rechazo a alguien que no participa en el sistema de intercambio limita el pensamiento de la mayoría. 

domingo, 14 de junio de 2020

La resurrección de Warhammer online


Como tuve algo de tiempo durante la cuarentena, aproveché para jugar unas cuantas partidas a Warhammer Return of Reckoning, título al que no me acercaba desde que salió en el lejano dos mil ocho. Fue más por nostalgia que otra cosa, porque no es lo mejor que conozco del género; pero ahora que está en un servidor privado ya no hay que pagar cuotas mensuales, y a caballo regalado... 

Además, tenía curiosidad por ver cuánto había mejorado, si es que lo hizo; así que lo instalé e hice un personaje de la destrucción. Hay dos facciones para escoger: orden y destrucción. Supongo que no es necesario aclarar quiénes son los malos, o los más malos, en este caso. 

Todo marchó como la seda al principio, cuando aún no recordaba las taras que me hicieron dejarlo en su día; pero éstas fueron apareciendo poco a poco. Adelanto que el juego es divertido, merece la pena aunque copie la fórmula del Dark Age of Camelot; sin embargo, tiene detalles que lo ensombrecen. De ti depende el darles mayor o menor importancia. Yo creo que no está mal para echar un rato alguna que otra vez.

Empecemos por lo positivo: hay un montonazo de personajes para escoger, desde un pequeño goblin burlón hasta un matador enano; es decir, un enano con cresta muy enfadado que quiere morir en combate. En total son veinticuatro clases diferentes, doce para cada facción. Y son asimétricas; cada una tiene sus peculiaridades. El arquero goblin, por ejemplo, tiene mascota y el elfo no. Esto logra que haya un personaje ideal para los distintos tipos de jugadores. ¿Te gusta ser un asesino solitario? Cazador de brujas. ¿Prefieres ir al centro de la batalla y proteger a tus compañeros? Caballero del sol llameante.

Los mapas tienen un tamaño considerable y en ellos ocurren batallas de grandes dimensiones. No es raro encontrarse con un asedio en el que toman parte doscientos jugadores, o ir tranquilamente por un camino y darse de bruces con una marea de enemigos al doblar la esquina. Sobra decir que esto es muy entretenido porque siempre hay un riesgo presente, una sensación de peligro. Incluso en el interior de un castillo puede atacarte un personaje basado en el sigilo y la infiltración. Cuando entras en la zona PvP de los mapas, debes aceptar que puedes morir en cualquier momento.

También hay escenarios a los que se puede acceder pulsando un icono. Son pequeños mapas con objetivos, como tomar banderas, donde luchan grupos reducidos. Escaramuzas, vaya. Están bien diseñados y entretienen bastante.

¿Dónde está, pues, lo malo? En los pequeños detalles. A priori, pueden parecer anodinos; pero son muchos y con el paso de los días van siendo cada vez más molestos. Por ejemplo, en las capitales de cada facción, lugares que vas a recorrer innumerables veces para conseguir equipo, hay unas puertas levadizas que debes abrir con un clic. Al principio hacen gracia. Luego llegará un momento en el que te preguntarás a quién se le ocurrió esa tontería que sólo sirve para molestar, igual que los enemigos situados en el medio de los senderos. No te van a matar; sólo quieren hacerte perder tu irrelevante tiempo. Pobrecillos.

Y eso no es todo, evidentemente: flechas y mascotas que atraviesan muros, rincones de apariencia inofensiva en los que te quedarás atrapado, obstáculos insignificantes que detendrán tu paso. Aun así, como dije arriba, es gratis y divertido. Si tuviese que ponerle una nota, sería un cinco. No es una obra maestra; pero tiene sus momentos. Si al menos estuviese mejor optimizado...