sábado, 15 de noviembre de 2025

Warlords 3: Darklords Rising

 


Es sorprendente que títulos tan antiguos se sigan jugando hoy, pero la realidad es que aún no han sido superados. Quizá la estrategia es un género poco rentable y eso lleva a propuestas más humildes o a repetir fórmulas de éxito, como la del Civilization. Por lo tanto, no es de extrañar que estos juegos de Steve Fawkner hayan acabado desintegrándose. Los seguidores que conservan son escasos. Yo leí a uno en un foro y sus mensajes, que estaban llenos de entusiasmo, me convencieron para probar la parte más madura de la saga, la tercera. Curiosamente, en eso coincide con Heroes 3: ambos juegos son el pináculo de sus respectivos estilos. 

Al principio, me pareció confuso y no entendía nada; pero pronto me di cuenta de que es muy sencillo y las pocas partidas que jugué fueron muy disfrutables gracias a una inteligencia artificial temeraria, dispuesta a sacrificar tropas con tal de debilitarte y derrotarte después. 

¿Y de qué va eso de Warlords 3? ¿Merece la pena? Pues sí, y mucho. Tiene simulitudes con Héroes, aunque se diferencia lo bastante para que sea divertido a su manera. Hay turnos y héroes, los cuales potencian a tus ejércitos. También objetos mágicos y hechizos. Los primeros se obtienen explorando los lugares designados para ello; y los segundos, subiendo de nivel. Es muy importante que el héroe crezca todo lo posible, porque los combates —aquí es donde más se diferencia con Heroes— son automáticos. Es decir, se abrirá una ventana donde saldrán los ejércitos y las unidades irán enfrentándose de una en una. La contienda finaliza cuando un ejército es eliminado por completo. 

Aquí los neutrales están perdidos

No tengo muy claro cómo son las reglas de esas batallas. Cada unidad tiene un número que representa su fuerza, y, evidentemente, es más poderosa cuanto mayor sea, porque las probabilidades de herir al contrincante son mayores. Es muy complicado que un soldado de fuerza tres pierda contra un monstruo de fuerza diez. Intuyo que hay tiradas de dado sumándose a ese número, pero lo desconozco. De todos modos, basta con saber que debe ser lo más elevado posible, y ahí es donde entra en juego el héroe que acompaña a las tropas, pues tiene la capacidad de aumentarlo con habilidades y objetos. Además, algunas unidades también cuentan con habilidades que, con suerte, pueden activarse en combate. Un dragón de ácido tiene probabilidades de reducir la fuerza del oponente, por ejemplo. 

Pero cuidado: perder unidades duele porque no se compran como en Heroes. Aquí se producen en las ciudades cada cierto número de turnos. Y tardarán más en adquirirse cuanto más fuertes sean. Cada facción tiene unidades diferentes y es necesario pensar bien cuáles conviene producir y dónde. Quizá no sea una buena idea usar una ciudad sin defensa para generar las unidades más fuertes. La inteligencia artificial es despiadada y atacará esa ciudad, no lo dudes. 

Una característica que me gusta mucho son las quest: cuando un héroe está en cualquier ciudad, puede aceptar una aventura aleatoria que dará cuantiosas recompensas si se cumple. Eso añade una capa de azar que incrementa la diversión y la rejugabilidad. 

Warlords 3 me parece un juego excelente que tiene la complejidad justa y un gran número de facciones y tropas, las suficientes para darle una vida muy extensa. Es una lástima que nadie se anime a rehacerlo con mejores gráficos. Personalmente, me gusta incluso más que el Heroes, que ya es decir. Lo único que necesita es un lavado de cara, porque ya se lo notan los años en la interfaz, el sonido, los controles... Aun así, las numerosas campañas y escenarios, amén de los mapas aleatorios, logran que siga mereciendo la pena. 

viernes, 3 de octubre de 2025

La voz de Drácula

 


El título original es The Dracula Tape —La cinta de Drácula—, ya que Drácula va a narrar los hechos en una grabadora; pero «voz» queda mejor, creo. A mí me gusta más. El traductor hizo una buena elección. 

No es la primera vez que reseño algo de Saberhagen por aquí, pues hace años escribí sobre su saga de máquinas asesinas, la serie Berserker. En aquel momento, me pareció un autor excelente y estaba seguro de que esta novela no me decepcionaría; así que la compré cuando alguien me avisó de que estaba a la venta en una librería de viejo. No creo que vuelvan a reeditarla y prefiero leer en papel siempre que sea posible. 

La idea es muy interesante: permitirle a Drácula dar su versión de lo que ocurrió en el clásico de Stoker. Eso implica, por supuesto, que intente lavar su imagen. Saberhagen lo hace tan bien que a veces llegas a creer en la bondad del vampiro; parece que sea la víctima de unos vándalos que quieren hacerle la «vida» imposible, y que las circunstancias jugaron en su contra. Poco a poco, el conde va revelando lo que sucedió realmente durante las conocidas escenas. Pondré un ejemplo: no fue su culpa que toda la tripulación del barco muriese durante el viaje a Inglaterra, porque el auténtico asesino era alguien muy supersticioso que no soportaba una presencia extraña. Por lo tanto, resulta que Drácula no era tan malo, después de todo... o eso dice él. Realmente, el lector no sabe si miente o no, lo cual es parte del atractivo que tiene el libro: planta una semilla de duda y enriquece el trasfondo del vampiro más célebre. 

El ritmo es ágil y la traducción, aun siendo algo mejorable, cumple. En consecuencia, la lectura me pareció satisfactoria, incluso notable en algunos momentos. Y el desenlace tiene una buena sorpresa, amén de que no decepciona: se siente que termina como debe. Diría que esta obra está entre las mejores que leí este año, y me gustaría cazar El encuentro, otro título del mismo autor donde Drácula se topa con Sherlock Holmes. Eso tiene pinta de ser un choque de trenes espectacular. 

Ahora bien, es posible, y comprensible, que a algunas personas no les guste esta versión edulcorada del conde. Pasa algo similar en la película de Coppola, que tampoco es para todo el mundo. A mí me parece legítimo que se hagan estas revisitaciones, aunque los nuevos enfoques suelan estar por debajo de la obra originaria. Siempre existe la posibilidad de que aparezca un concepto fresco y divertido. Asimismo, de esa forma podrán mantenerse con vida algunos monstruos que quizá se marchitarían con los años. 

Confieso que la obra de Stoker no me apasiona porque, a pesar de que el mito de Drácula es cautivador, el estilo epistolar me echa para atrás; por ende, disfruté mucho más con este título. Sé que sin Stoker ni siquiera habría existido y que la clásica es muy superior; sin embargo, los gustos son subjetivos, como ya sabes. Yo recomiendo leer La voz de Drácula después de Drácula. 

domingo, 21 de septiembre de 2025

El pathos devoró al logos

 


Días atrás, en redes sociales, escribí un breve texto sobre la tauromaquia; pero había algo en él que no terminaba de agradarme y acabé borrándolo. Lo que más me convenció para eliminarlo fue encontrarme con una opinión diferente que me hizo reflexionar, una opinión analítica que no se dejó llevar por las emociones. La mía, desgraciadamente, estaba influenciada por una mala experiencia que tuve de niño mientras veía los toros en la segunda cadena. Sólo había dos canales en aquella época, y a veces debías escoger entre los toros y las aburridas noticias. —Tenía unos cinco años; mi interés en los sucesos internacionales era inexistente—. En consecuencia, ponía aquel «juego» e intentaba averiguar las reglas, lo cual me generaba frustración. Estaba acostumbrado a entender las cosas y, de repente, había algo misterioso e incomprensible para mí. 

Para el que no lo sepa, en este caso el pathos es la parte del discurso que se dirige a la a emoción; es decir, la herramienta más usada por políticos y charlatanes. Y el logos va directo a la razón. Esto puede ser intencional o no: algunas personas tienden más a emplear uno u otro sin percatarse de ello. Yo me dejé llevar y dije algo con lo que ahora discrepo: «La tauromaquia es una ejecución disfrazada de arte». El texto era bastante más largo, pero me quedo aquí con la parte problemática. Me costaba mucho entender por qué alguien puede afirmar que la destrucción de una vida puede ser arte. Yo entiendo el arte como creación: una novela, un cuadro, una estatua. Además, no quería tener nada en común con un espectáculo que me genera tanto rechazo. Pero lo cierto es que hay mucha subjetividad sobre qué se considera arte, así que tuve una duda razonable. Y esa duda fue suficiente para borrar una afirmación de la que ya no estaba seguro. 

Es innegable que en la tauromaquia hay una serie de movimientos, una danza, y una estética. —Una estética chabacana, para mí—. Por ende, sí que puede afirmarse que se trata de un arte. También es una tradición que forma parte del imaginario de una sociedad, y atacarla con exabruptos no hará que esas personas recapaciten, sino todo lo contrario. Si hago un ejercicio de empatía, puedo llegar a comprender por qué existe la tauromaquia. Y algunos aficionados a ella, por increíble que pueda parecer, saben que los antitaurinos tienen razón; así que evitan discutir con ellos. Un ejemplo célebre de esto es Joaquín Sabina. 

«Yo soy yo y mi circunstancia»: ¿nos gustarían los toros si hubiésemos crecido en un ambiente distinto? ¿Cuánto peso tienen esas circunstancias que tanto nos condicionan? Pienso es esto antes de condenar a alguien que sólo sigue una pasión inculcada desde que era pequeño. Yo no dejaría de leer novelas si, por algún motivo, pasasen a estar mal vistas. Y me da lo mismo que algunas personas me miren mal cuando compro un cómic o hablo de algún anime que me impactó. 

De todos modos, mi rechazo hacia el toreo sigue estando ahí; aunque no es algo que me moleste especialmente, ya que está condenado a extinguirse. Es un anacronismo que no tendrá espacio en el futuro. Quizá resista unas cuantas décadas, pero dudo que las generaciones futuras sigan manteniéndolo con vida. Me puedo equivocar, claro. 

sábado, 6 de septiembre de 2025

El regreso de Dexter

 


Cuando apareció la segunda serie de Dexter, New Blood, me emocioné: lo pasé en grande con la primera y la eché de menos durante un tiempo. Sin embargo, tardé poco en decepcionarme, en tener la sensación de que estaban aprovechándose de una vieja gloria para conseguir mucha audiencia sin esfuerzo. El guion me pareció flojo, incluso aburrido, y el hijo del protagonista era insoportable. Por eso Dexter: Resurrección me dio mala espina. Que apareciesen actores conocidos podía ser un reclamo para volver a colar algo mediocre; así que me puse a verla sin entusiasmo, esperando lo peor. Es un mecanismo de defensa para evitar desilusiones. 

Al principio me pareció más de lo mismo, pero me llevé una sorpresa agradable tras ver unos capítulos: me estaba gustando. De hecho, me estaba gustando incluso más que la clásica. Increíble. Ahora Dexter se mueve en un entorno urbano más denso con todo lo que ello implica: más asesinos para cazar, más rincones donde ocultarse, más problemas. La policía es muy eficiente y pondrá en apuros al hijo, que trabaja en un hotel. Por lo tanto, Dexter se verá obligado a echarle una mano. Eso está bien y le da picante a la trama. 

Lo anterior ya bastaba para que la serie fuese aceptable, en mi opinión; pero no acaba ahí: lo jugoso, lo que hace especial a esta nueva etapa del personaje, es un club de asesinos. Puedes ver a los integrantes en la foto de arriba. Me hizo gracia, por cierto, que uno de ellos sea Neil Patrick Harris, el actor entrañable de Un médico precoz. Recuerdo que veía esa serie de pequeño y me gustaba cuando escribía en su diario. También hay otros actores célebres que hacen una interpretación genial. Todos ellos interactúan con Dexter y lo llevan al límite, porque se verá en una situación extremadamente peligrosa. El desenlace del noveno episodio es memorable. 

Debo advertir que no vi esto con sentido analítico, sino emocional: me dejé llevar con el objetivo de pasarlo bien y no me preocupó encontrar algún fallo por el camino. La experiencia fue divertidísima y me apena que ya se terminase la primera temporada, porque el último capítulo se estrenó hace poco. Pensaba que no superaría al noveno, pero sí lo hizo: es perfecto y da pistas sobre lo que se verá en la segunda temporada. Me pregunto si serán capaces de mantener el nivel, porque no va ser fácil. El chicle, a menos que los guionistas sean buenos, se romperá al caer en la redundancia. Es necesario volver a alterar la fórmula de alguna manera, como han hecho aquí. Dexter debe seguir siendo quien es y, al mismo tiempo, transmitir una sensación de frescura. 

Si, como yo, tenías dudas sobre esta serie, te recomiendo que le des una oportunidad. Pienso que es de lo mejor que se ha hecho con el asesino que sigue un código. Y el mensaje final es muy interesante, una declaración de intenciones. Con suerte, habrá mucho más Dexter en el futuro. 

martes, 12 de agosto de 2025

El bosque del fin del mundo

 


Allá por el siglo diecinueve apareció El bosque del fin del mundo, una de las obras precursoras de la fantasía moderna. Con una prosa de sabor clásico, buen ritmo y atmósfera de cuento, William Morris escribió una historia sencilla que no envejeció nada mal, pues aún puede leerse y disfrutarse tanto como el día que vio la luz. Yo la terminé en poco tiempo y mantuvo mi interés alto en todo momento, desde la primera página hasta la última. Por ende, me atrevería a adelantar que es buena y recomendable; aunque sé que habrá a quien no le guste por diversos motivos. Me parece una lástima que sea difícil de encontrar. Si no me equivoco, en España la publicó Miraguano durante los noventa... y no parece que haya una nueva edición en el horizonte. (Sí me equivoqué: un par de pequeñas editoriales la editaron. Desconozco, eso sí, la calidad de esas ediciones). 

Pienso que funcionaría bien en el terreno juvenil gracias a su sencillez. Además, hay un misterio permanente sobre algunos personajes y el mundo que los rodea: la estructura recuerda, hasta cierto punto, al viaje del héroe; pero el «retorno» está imbuido de los mitos caballerescos. En consecuencia, la trama nunca deja de tener cierto halo de fantasía. Y es tan diáfana que se deja leer con velocidad, pues hay pocas situaciones y carece de subtramas. Haré una brevísima sinopsis: un hombre llamado Walter llega a una isla misteriosa donde un paso conduce al bosque del título. El «cruce del umbral» no tarda en producirse y se adentra así en un entorno fabuloso. En él conoce a la persona más importante del lugar: una dama poderosa que intenta someterlo, encandilarlo. Sin embargo, Walter no está interesado en ella, sino en una doncella que la sirve. Puedes verla en la ilustración de arriba. 

Se trata de una novela de situación; es decir, una donde los personajes se mueven en un lugar concreto durante gran parte del texto, igual que en Misery. No diré cómo, pero esa situación termina rompiéndose y desembocando en unos pocos nuevos escenarios absolutamente cautivadores. Tal vez sean percibidos hoy como clichés, sin embargo, debe tenerse en cuenta la fecha en que fue escrito el libro. A mí me gustaron. De hecho, me hallo sorprendido por lo mucho que disfruté. Estaba receloso porque el título me traía recuerdos nefandos de Bosque Mitago, pero ahora pondría a Morris entre los mejores autores del género. Por desgracia, la traducción en castellano no está a la altura; así que recomiendo leerlo en inglés si puedes hacerlo. 

Es posible pensar que este tipo de obras tienen menos mérito que algo muy elaborado, pero no cualquiera es capaz de cocinar una buena historia con escasos ingredientes. Hay bastantes casos donde las subtramas, comunes en obras más complejas, son rellenos irrelevantes o menos atractivos que la línea principal, y eso frustra al lector. En El bosque del fin del mundo, a pesar de que el viaje se detiene un rato, se va al grano y no transmite la sensación de que la trama se ha paralizado. 

Si buscas algo clásico y conocer a los padres del género fantástico, Morris es una buena opción para empezar. Y si acabas de leer una obra faraónica con un enredo descomunal, puede servir de descanso. 

jueves, 24 de julio de 2025

Sobre la bondad

 


El otro día, mientras buscaba una canción en YouTube, leí un mensaje interesante: «No hay nada más rebelde que ser bueno y amable en un mundo que premia el cinismo y la viveza». Es una de las conclusiones a las que puede llegar alguien tras ver la última película de Superman. En principio, suena bien; pero no tardó en aparecer una persona que discrepa, ya que ser bondadoso en todo momento equivale a ser un cordero en una piscina llena de tiburones. Nosotros no somos Superman y los demás no tardan en abusar del bueno, muchas veces percibido como débil o incluso tonto. 

Para empezar, el mundo no se divide en buenos y malos —Rousseau y Hobbes—. Los humanos son ambiguos y pueden estar más inclinados hacia un lado u otro, incluso variar según las circunstancias. Gracián decía que lo idóneo es ser una mezcla de serpiente y paloma, lo cual entronca con la idea de Aristóteles en Ética a Nicómaco: la virtud está en el equilibrio. Pero claro, ¿podemos decir entonces que la bondad absoluta es un error? Evidentemente, no como idea... y sí como práctica en las sociedades contemporáneas. No hay que darle la espalda a la realidad. 

¿Cómo actuar, pues? Yo sigo algo que se muestra en el Bhagavad-Gita: actúo con desapego, sin esperar nada a cambio. Voy por el camino de la rectitud todo lo posible y no presto atención a lo que hacen los demás. Esta actitud también recuerda al estoicismo de Marco Aurelio: «La mejor defensa es no parecerte a ellos». Por supuesto, cometo errores y no soy un santo. Solo intento hacerlo lo mejor posible durante mi breve estancia en la Tierra. Lo que hagan otros no es responsabilidad mía, así que me desentiendo. Eso no quiere decir que me mantenga al margen ante una injusticia evidente, aunque hay sucesos contra los que un individuo poco puede hacer: corrupción política, guerras distantes, etcétera. Las redes sociales son un revulsivo, pero no cambian los hechos. 

Hay contextos afortunados donde esa rectitud es bien recibida y valorada, pero no siempre sucede así. Aunque mi tarjeta de presentación es la cordialidad e intento mantenerla, la abandono cuando tengo enfrente a alguien que no se la merece, ya que se aprovechó de mí o tiene una evidente inclinación a la maldad. Si puedo establecer límites o, más extremo aún, construir un muro entre ambos, lo haré. La vida es muy corta para estar soportando determinadas situaciones. Ahora bien, doy otras oportunidades mientras no construya ese muro, lo cual sucede cuando mi impresión es que no hay posibilidad de cambio. Hay casos donde hasta se llega a involucionar con el tiempo. Depende de cada uno valorar si los vínculos deben mantenerse o no. Estos asuntos son, a veces, muy complicados. 

¿Hay que echar, por lo tanto, tierra sobre esa frase inicial? Pienso que no: es un ideal noble y una hermosa forma de rebeldía. Una vez, en el trabajo, alguien me insultó y yo le pregunté si se encontraba bien. Esa demostración empática fuera de lugar lo desconcertó y desarmó. Infiero que esperaba una respuesta violenta que jamás se produjo. 

Quizá los humanos lleguen a ese ideal de bondad en el futuro distante. Si es así, no será necesaria tanta precaución. Suele pensarse que el bueno es tonto, pero yo creo que la realidad es diferente: veo a la malicia más propia de la necedad, sobre todo si es innecesaria o irracional. La vida ya es lo bastante dura por sí misma. No es necesario añadir durezas adicionales. Un malvado suele ser alguien miope desde un punto de vista ético: muchos no han sido capaces de comprender la realidad como un todo porque se anteponen a los demás. Siguen una función primaria de supervivencia. El altruista, en cambio, ha ido más allá; es más humano.