jueves, 14 de septiembre de 2017

El extraño caso de «Puente a las estrellas»


Es común, por desgracia, que una escritora de ciencia ficción esconda su sexo bajo unas siglas; se trata de un embuste para vender más ejemplares. En general, la mentira se acaba ahí; pero en la cubierta recalcan que es un autor, no vaya ser que alguien piense mal. Además, en esta edición afirman que ha escrito V, la serie que cosechó un éxito tremendo en los ochenta. Yo tenía algunas chapas cuando era un halfling. V, nada menos... lástima que se trate de otra falacia, porque el creador de esa serie es Kenneth Johnson. Lo que sí hizo Ann C. Crispin fue escribir una novela basada en ella. También se atrevió con Star Wars y Star Trek. 

La sinopsis tampoco se salva de la codicia, porque casi la mitad está dedicada a encumbrar al excelso autor de V. 


Hasta yo empiezo a creer que Crispin la ideó

Aunque estoy acostumbrado a ver estas estrategias de venta, debo admitir que nunca había encontrado nada tan sangrante. Es como si los editores no tuviesen ni la más mínima esperanza en la novela, en su capacidad de valerse por sí sola. Quizá no dispusiesen de suficientes medios promocionales, lo cual dudo que excuse tanto cinismo.

Y antes de reseñar Puente a las estrellas, te invito a que busques las diferencias entre la edición española de V y la americana. Hay una que te sorprenderá. 



Los negocios son los negocios. 

Ojalá Puente a las estrellas, después de todo lo anterior, no contuviese más peculiaridades, porque falta una más.

A medida que iba adentrándome en la trama, crecían mis sospechas de que algo fallaba en la protagonista; pero no estaba dispuesto a aceptarlo hasta leer una buena parte. Y se confirmó lo que temía: el personaje principal me recordaba muchísimo a una Mary Sue. Como no estaba seguro del todo, consulté en la Wikipedia y al final del artículo leí, sobre el uso de esa clasificación, una queja que me dejó ojiplático, porque quien la hace es la mismísima Ann C. Crispin. Eso corroboró mi mala opinión de la brillante Mahree, una adolescente desenvuelta, lista, audaz, sabia, bondadosa, comprensiva, tenaz, atractiva aunque no lo sepa, políglota. Pocas situaciones se resuelven sin su ayuda crucial; pocos seres escapan a sus sutiles encantos. Pensemos por un momento en Whil Wheaton y su detestado personaje de La nueva generación

Su compañero de aventuras, un apuesto y joven médico que ama a los gatos, representa uno de los conceptos que más odio en la literatura: el príncipe azul. Sólo está ahí para completar el sueño húmedo de Crispin.

Es una pena que dos de los tres personajes principales —del tercero, que es magnífico y tiene carisma, prefiero no hablar; el lector debe descubrir quién y cómo es— sean mediocres, porque el resto de la novela funciona muy bien: el ritmo es fluido; el tono, perfecto; los diálogos, amenos; las escenas, excelentes. Creo que con la debida difusión sería una gran obra juvenil, una de ésas que podrían introducir en el género a unos cuantos lectores potenciales. Y a pesar de ser autoconclusiva, es la primera de una colección que, si no me equivoco, no ha sido traducida; así que hay una interesante veta sin explotar.

Puente a las estrellas satisfará a los que, como yo, se lo pasan genial imaginándose a los humanos teniendo su primer contacto con una especie alienígena o explorando la galaxia, porque todo se resume en eso: una nave, una tripulación y un inconmensurable e ignoto cosmos.

Y ahora, como estoy loco y todo esto me ha recordado a los ochenta, pongo una canción sin venir a cuento. El tipo de las gafas extravagantes es el mejor:

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