lunes, 7 de marzo de 2016

La paja en el ojo de Dios


Empezaba a pensar que la ciencia ficción había dejado de interesarme, porque las dos últimas novelas que leí del género, Flores para Algernon y Picnic extraterrestre, no me entretuvieron nada, ni un ápice. Entendámonos: comprendo los mecanismos que las hacen funcionar, por qué están donde están; pero mis gustos van en otra dirección. Me pasa lo mismo con El padrino, película que a todo el mundo agrada menos a mí y Peter Griffin. Podríamos dejarlo en el clásico «Para gustos los colores» y punto final, a otra cosa; sin embargo, voy a profundizar un poco en eso. 

¿Conoces a algún crítico especializado que se limite al «No me gusta»? Yo tampoco. Son conscientes de que necesitan explayarse, dar argumentos si quieren tener comida, caprichos y esas nimiedades. Aunque... ¡un momento, paren las rotativas!, ¿no es el arte un mundo libre y subjetivo? Pues hasta cierto punto. Locke lo dejó claro con las características primarias y secundarias de los sentidos: ambos estaremos de acuerdo en que un plátano es amarillo y alargado, pero tal vez a ti te encante su sabor y a mí me repugne. Del mismo modo, ambos coincidiremos en que la descripción de un personaje no debe recordar a un informe policial, y quizá yo odie su personalidad y a ti te entusiasme. Tenemos, por lo tanto, un conjunto de elementos objetivos y subjetivos; es necesario conocerse bien a uno mismo para sobreponerse a los últimos. Por eso, a pesar de que no me gustaron, soy consciente de que los títulos antes mencionados son obras notables, incluso les daré otra oportunidad en el futuro. 

Podría sumergirme un poco más en el asunto trayendo aquí las numerosas influencias que pueden alterar el raciocinio del crítico..., y así extender el prolegómeno hasta el infinito. Mejor que empiece la reseña de una vez. 

En la cubierta de La paja en el ojo de Dios que he puesto arriba puede verse una inquietante afirmación de Heinlein, el típico ditirambo que aparece en tantas y tantas obras destinadas a venderse como churros. Tal vez parezca que el autor de Starship Troopers recibió un regalo por ello, o fue colega de Niven, o le poseyó un afable espíritu navideño; sin embargo, la novela es buena, condenadamente buena. Su lectura hizo que me reconciliase con el género de las distopías y los cerebros positrónicos. Además, no se nota que haya sido escrita por dos autores —o no lo noté yo, que también es posible—; el estilo sencillo y el tono neutro está presente en cada página.

La fuerza de la novela recae, pues, en la trama. Y menos mal, porque la trama es impresionante, consigue que no despegues los ojos del libro hasta que se haya desintegrado o seas abducido, lo que ocurra antes. Pongámonos en situación: aunque el segundo imperio del hombre se extiende a través de varios sistemas, aún no ha visto otras especies inteligentes, y los humanos, como no podía ser de otra forma, pasan el tiempo jugando a la guerra y discutiendo sobre territorios hasta el año 3017, fecha donde hallan una extraña nave espacial con alien muerto incluido. ¡Un alien! Pronto, el imperio enviará un par de naves a la Paja, una estrella inmersa en polvo estelar. Allí establecerán el primer contacto con una raza alienígena e intentarán determinar si es una amenaza. ¿Y cómo hacer eso? ¿Cómo descubrir la verdadera esencia de una especie? Fácil: analizando su sociedad, su manera de hacerle frente a la existencia. 

Por supuesto, ellos hacen lo propio con nosotros. ¿Qué pensarán?

Al final, el conflicto de intereses que surge entre los dos pueblos es impresionante, pues ambos quieren su trozo de pastel galáctico. O mejor dicho: los pajeños quieren aumentarlo y los humanos, conservarlo. La tensión puede palparse, sembrarse, cosecharse y dar infartos como fruto.

Gran novela, grande en varios sentidos porque es igual que una superproducción hollywoodiense; hay decenas de personajes, escenarios, momentos memorables. Ahora bien, lo faraónico trae consigo una consecuencia negativa: algunos elementos se quedan cojos, ya que no hay tiempo para profundizar en ellos. Piensa, verbigracia, en todos esas especies de Star Wars que no tendrían trasfondo si no fuese por obras que las respaldan fuera del filme. En La paja —merezco un premio por no haber hecho el chiste obvio— se profundiza mucho en los alienígenas; pero algunos personajes tienen personalidades muy simples, manidas. Un pequeño defecto que no molesta demasiado.

lunes, 15 de febrero de 2016

Duskers, un juego diferente


Hubo una época, cuando los dinosaurios usaban consolas de ocho y dieciséis bits, en que las grandes compañías publicaban... —¿estás sentado?, porque lo que viene es difícil de creer y puede ser causa de graves conmociones— juegos originales, frescos, con ideas interesantes que proporcionaban una barbaridad de entretenimiento. Aún recuerdo la enorme cantidad de tiempo que le dediqué a Starflight, la fabulosa versión que se dejó ver por las Mega Drive

Es fácil posicionarse a favor del clásico «Todo tiempo pasado fue mejor», pero esa máxima no es cierta si hablamos de videojuegos: los diseñadores independientes han tomado el relevo y producen maravillas como el ya legendario Undertale o el título del que voy a hablar ahora. 

Duskers nos pone en la piel de un humano solitario que investiga pecios espaciales, lo cual sería especialmente peligroso si no emplease drones para el trabajo; no sólo es posible tener encuentros hostiles, también hay riesgos aleatorios que pueden echar a perder un buen día de exploración. En mi última partida, sin ir más lejos, tuve que abandonar una nave porque se aproximaban varios asteroides; aunque es más divertido perder una cámara de seguimiento justo en el peor instante. Ley de Murphy, ya sabes. Y la guinda del pastel, la fatídica gota que colma el vaso y hace que éste explote derramando el líquido sobre el preciado teclado, es cuando algo rápido y misterioso te deja sin drones por no haber obrado con la debida circunspección. Ser irreflexivo se paga muy caro en este juego.

Las señales rojas indican que hay algo desagradable en esas estancias,
probablemente sean Bárcenas y Francisco Granados

Los drones poseen habilidades que se activan cuando introducimos el comando adecuado. Si Murphy, nuestro dron más glamuroso, tiene una modificación que se llama «Motion», podemos escribir esa palabra para que escanee los compartimentos. Y sí, he dicho escribir, porque en Duskers se usa el teclado para casi todo. ¿Que tenemos un dron con «Tow»?, pues podemos ordenarle que arrastre cualquier objeto valioso que veamos por ahí y llevarlo a nuestra nave. Por supuesto, también hay armas; pero son difíciles de encontrar. Es mejor hacerse a la idea de que el ingenio será nuestra mejor herramienta. Supongamos que un indeseable nos espera en un pasillo con dos accesos, y uno de ellos da al espacio exterior... 

Nuestras visitas a los pecios tendrán un objetivo prioritario: hallar combustible y nuevas modificaciones. Lo primero hará que podamos viajar a otras naves y sistemas; lo segundo, que los drones mejoren su eficiencia. Ambas cosas son necesarias para sobrevivir, ya que esos ataúdes de metal serán cada vez más grandes y peligrosos. Es interesante cómo Duskers mezcla varios géneros —gestión, puzle, roguelike...— con aplastante acierto. Dicen que en ciertos aspectos se asemeja a Faster Than Light; no obstante, yo no he jugado a nada parecido en mi vida, y estoy convencido de que, teniendo en cuenta su éxito, las imitaciones aparecerán tarde o temprano.

El precio de Duskers es de veinte euros en Steam. Me parece adecuado porque el juego tiene una gran duración. Además, aún quedan elementos por añadir. Yo he jugado sólo unas cinco horas; pero aún me quedan ganas de continuar y en Steam hay de media veinte horas de juego, aproximadamente. Eso dejando a un lado al loco que le echó quinientas.

Orson arrastra un nuevo dron que se podrá reparar y usar en el
futuro. Un buen golpe de suerte; es infrecuente tener hallazgos así
Tengo la sensación de que Duskers va a estar en mi disco duro durante siglos, haciéndole compañía a Wazhack y Tales of Maj'Eyal. 

domingo, 24 de enero de 2016

Un mensaje editorial... ¿Un mensaje editorial?


Como estoy acostumbrado a que las editoriales me ignoren, aluciné cuando vi un mensaje de PezSapo en el correo electrónico; lo normal es que éste sea un desierto lleno de plantas rodadoras. Tengo que felicitarles por tomarse un tiempo para contestar debidamente a los autores... Incluso mantienen conversaciones con ellos. Menuda herejía.  

Vale, sí, lo del informe me hizo arrugar el ceño; pero cualquier cosa es mejor que el silencio o el clásico mensaje impersonal. ¿No crees?

Sobre el rechazo, pues no me quejo: barruntaba, antes de mover la novela por varias editoriales, que iba a ser difícil de publicar. Ese vaticinio fue uno de los motivos que me llevaron a caer en el desánimo; aunque de momento sigo pasándomelo en grande con las letras, construyendo historias. Y supongo que ser bien respondido es un avance...

Aún espero un mensaje más. A ver si hay agallas, que soy un autor muy corrosivo. O eso me dicen. 

martes, 12 de enero de 2016

Las constantes tribulaciones de Harry Dresden


Acaba de irse el año, otro más, y me he dado cuenta del poco tiempo y ánimo que he tenido para escribir. El resultado es media novela en ocho meses, 35.000 míseras palabras. Por suerte, hay un lado positivo: tras mucha reflexión, tengo en la cabeza la segunda mitad; así que no debería tardar más de dos o tres meses en llevarla al papel. Consiste en una mezcla de dos géneros: policíaco y fantástico. Es algo similar a lo que hizo Jim Butcher con las historias de su mago-detective; pero yo opté por darle un mayor peso al fantástico, no limitarme a introducir hadas y duendes en una obra policíaca.

Dichas esas naderías, vamos a lo importante, lo que me ha traído de vuelta al blog: las novelas de Harry Dresden. Quizá ha parecido que las menospreciaba... y tengo razones de sobra porque están llenas de defectos. Butcher no es Faulkner, ni mucho menos —aunque si todos fuesen Faulkner, el propio Faulkner dejaría de serlo—. Personalmente, lo que me fastidia sobremanera no son los clásicos fallos, sino que el protagonista es un pupas: agota leer infinitas descripciones de cómo lo vapulean o lo mal que se siente. Me parece razonable que el héroe sufra daños durante los combates para evitar una posible sensación de invulnerabilidad. Lo malo viene cuando éste se pasa casi todo el tiempo sufriendo por graves magulladuras, como si al autor le hiciese gracia torturar a su protagonista. «Bueno, ahora Dresden saldrá a la calle y caminará hasta... Hmmm, esto es aburrido; haré que un grupo de pandilleros le golpee en la mandíbula con sendos puños americanos, y luego, cuando llegue a casa, una caterva de diablillos le golpeará de nuevo en la mandíbula con sendos bates de béisbol».

Si Butcher es un autor mediocre, al menos en un sentido técnico, ¿para qué molestarse en leerlo? Pues porque sus historias son muy amenas y tienen buen ritmo, heredado de la novela negra. A veces, durante ciertos fragmentos, podría pasar por ser un Pratchett del género detectivesco. Ya en la primera novela se aprecia un adecuado barniz de humor en varias escenas, incluso si hay truculencia de por medio; y los personajes tienen mucho carisma. Esos detalles hacen que las numerosas deficiencias pasen desapercibidas para la mayoría de los lectores, o no les den demasiada importancia. Ahora bien, supongo que a los más tiquismiquis les molestará que Dresden se ponga a describir una vestimenta en medio de un momento peligroso, por ejemplo. Son cosas que pasan...

Lo cierto es que el éxito de Butcher está justificado, pues no comete el mayor crimen que puede cometer un escritor: aburrir. Sus obras saben entretener y generar adicción. Tuve la suerte de descubrirlas hace poco, buscando historias análogas a la que escribo estos días, y me amedrentó enfrentarme a la idea de que se pareciesen más de la cuenta; es complicado ser original en esta época, donde miles de conceptos se han usado una y otra vez hasta convertirse en topicazos. La primera historia, Tormenta, me tranquilizó: aunque partimos de la misma base, un investigador con poderes mágicos, ni el protagonista, ni el estilo, ni el universo se asemejan al mío. Menos mal. Habría sido terrible tener que empezar de nuevo.

Abreviemos, que se hace tarde: ¿te van las espadas y las pistolas? Si la respuesta es afirmativa, te conviene visitar el despacho de Dresden.

domingo, 8 de noviembre de 2015

El emperador albino


«No —murmuró el capitán—. La libertad no existe. Todavía no. Para nosotros, no. Nosotros debemos pasar muchos más sufrimientos antes de poder empezar siquiera a adivinar qué es la libertad. Sólo el precio de este conocimiento es superior, probablemente, al que estarías dispuesto a pagar en este estadio de tu vida. De hecho, a menudo el precio es la propia vida». 

La crítica ha sido dura con Moorcock porque, según ella, trató mal a Elric; sin embargo, me temo que se trata de un personaje sempiterno que seguirá siendo leído durante muchos, muchos lustros. A veces un nombre basta para que una novela descuelle, como pasa con Nemo —¿sacamos a relucir las numerosas taras de Veinte mil leguas de viaje submarino?— o Holmes, o tantos otros. La fascinación irradiada por esos personajes palia los defectos de la trama. 

Elric no es un santo paladín que se rige únicamente por el bien en su estado más puro, sino un desidioso emperador cansado de una sociedad decadente y estática, anquilosada entre tradiciones que se remontan a un lejano pasado de glorias olvidadas. Pienso que resulta más fácil comprender la obra, su leitmotiv, si se conocen los pensamientos del autor, que ha defendido el anarquismo: en sus páginas pueden verse numerosos desprecios al poder en cualquiera de sus formas, y una incesante búsqueda de aventuras, de libertad. Elric quiere, ante todo, romper las cadenas que lo atan a esas costumbres anacrónicas, lo cual explica su asombroso comportamiento ante determinadas circunstancias.

Además, es un agente del Caos, y su espada, Stormbringer, bebe las almas de aquellos a los que hiere, transfiriendo de paso energías al portador. Esto puede dar la impresión de que nos hallamos ante un villano, pero no es así: se trata de un personaje ambiguo, contradictorio, con una laxa inclinación hacia la virtud, pues anhela eliminar las costumbres depravadas de sus compatriotas. La complejidad de Elric viene de una constante lucha interior: aunque posee algo de humanidad, ésta se ve alterada por las experiencias del trágico pasado que le atormenta. De manera que debe buscarse a sí mismo, descubrir quién se esconde entre tanta reminiscencia funesta.


Probablemente, la novela más infravalorada de las ocho que componen los viajes de Elric sea La fortaleza de la perla, ya que abusa del ambiente onírico, recurso que otros escritores suelen ofrecer en pequeñas dosis; aun así, en ella se contemplan con mayor claridad las ideas antes mencionadas: un grupo de patricios, embebecidos con el poder, corroen su ciudad mediante un absurdo gobierno aislacionista porque sólo les importa mantenerse sobre los demás, acumulando y acumulando riquezas. El argumento no es el más original que puede concebirse; pero cumple de sobra y le da a la historia una cohesión que no tiene Marinero de los mares del destino, obra muy deslavazada.

Lo cierto es que la crítica no anda desencaminada cuando habla mal de estas novelas. En El misterio del lobo blanco, por ejemplo, se ata un cabo suelto cuya resolución era esperada por el lector desde el principio... y se hace demasiado rápido. Da la impresión de que a Moorcock le dejó de interesar ese hilo, ya que prefirió quitárselo de encima para desarrollar breves aventuras en la línea de Robert E. Howard. Después, en La venganza de la Rosa, trueca el ritmo veloz que ha usado en todas las historias anteriores por algo más pausado, más tolkeniano; las frecuentes luchas y diálogos se sustituyen por longas descripciones. No hay un estilo mejor que otro, ambos son aceptables y tienen su público; empero, me consta que ese cambio tan radical fastidió a algunos lectores acostumbrados a la velocidad. A mí me pareció áspero, aunque me habitué enseguida.

Sí, hay defectos en estas obras, claro que los hay. Afortunadamente, como ya dije, Elric ejerce tanta fascinación que se olvidan. Está en medio de una lucha de la que no quiere formar parte: por un lado, los inicuos y viscerales dioses del Caos; por otro, las conservadoras divinidades de la Ley. Ambos bandos libran una lucha eterna, cada uno cree estar en posesión de la verdad y, en el fondo, ninguno la posee porque son esclavos de sí mismos y su odio hacia el contrario, su amor hacia el poder. Sólo se ponen de acuerdo en un punto: hacer pedazos la utopía, que en el mundo de Elric se llama Tanelorn, la ciudad eterna. En ella se abandonan los alineamientos y se sirve al equilibrio, los habitantes viven en paz.

¿Construiremos una Tanelorn algún día? Es posible, pero todavía no. Para nosotros, no. Entretanto, podemos leer a Moorcock, que es uno de esos autores con universo propio e inspirador.



jueves, 8 de octubre de 2015

Si tienes la piel fría, tal vez seas un profundo


Primero, antes de empezar la reseña, dejemos las cosas claras y el chocolate espeso: no existe ningún vínculo que me una al autor..., y tampoco importaría si lo hubiese, porque soy un huraño al que no le interesan ni lo más mínimo las alabanzas vacuas, o formar parte de clubes pretenciosos; en consecuencia, mis reflexiones serán sinceras, lo cual no me libera de cometer errores, claro. Errare humanum est. Todo esto viene porque las críticas interesadas están a la orden del día, los arribistas asolan Facebook y similares. No hablo de esta obra en concreto, por supuesto; aunque desconozco qué habrán dicho de ella y por qué. 

Tenía pensado escribir otro de mis dislates filosóficos, pero la lectura de La piel fría me apartó de esa idea: cuando una obra te sorprende tanto, cuesta callárselo. Además, se trata de una sorpresa grata, pues hacía innumerables evos que no me lo pasaba tan bien con el género terrorífico.

Albert coge prestado lo mejor de Lovecraft, su portentoso imaginario, y lo usa para crear un libro que atrapa desde la primera página, porque plantea una situación que resulta interesante por sí misma: dos hombres atrapados en una isla remota donde reciben visitas nocturnas de los carasapo, raza de anfibios antropomórficos que recuerda a los famosos profundos. El faro de la isla, refugio de esos desgraciados, recibe un ataque tras otro, casi sin pausa, como si los monstruos fuesen interminables. Ambos saben que el final es inminente, mas tienen armas y están dispuestos a agotar su munición antes de ser devorados. Las escenas de lucha que eso genera son épicas, evocan la resistencia de la compañía del anillo en Moria.

En mi opinión, el mayor mérito de la trama reside en que evoluciona sin perder un ápice de interés, no se vuelve redundante a pesar del escaso escenario. Entre asalto y asalto de los «profundos», aparecen novedades inesperadas. Yo, sinceramente, esperaba que el libro tuviese menos garra en los capítulos finales, porque el argumento pone unos límites muy estrechos. Por suerte, el autor sabe jugar bien sus pocas cartas disponibles y desvela los ases en el instante adecuado. Me recuerda un poco a Defoe.

Seguro que si hubiese sido escrito en el país de las barras y estrellas, alguien se habría animado a hacer una película. ¿Qué podría haber hecho el genial Sam Raimi con esos emocionantes momentos de resistencia?

Sólo es necesario un requisito para adentrarse en la trama: acostumbrarse a la fragmentada prosa del autor, que en ocasiones se asemeja a la de Hemingway; mucho punto y seguido. Eso, y un pequeño topicazo en el final que podría haberse evitado, son los únicos aspectos negativos que le echo en cara a La piel fría. Por cierto, el desenlace es muy ingenioso, tanto que lo he colocado entre mis preferidos. Hay una magnífica obra de fantasía épica que usa la misma fórmula para terminar su historia. ¿Se habrá inspirado en ella? Obviamente, me reservo el título porque si la conoces... esto sería un spoiler.  Lástima lo de ese topicazo tan manido.

Nota final: 11/10   Está, junto a La noche a través del espejo, entre lo mejor que he podido leer este año. ¿Te agrada Lovecraft? Entonces seguro que te gustará La piel fría. ¿Lovecraft te parece un coñazo? Entonces seguro que te gustará también.