miércoles, 18 de junio de 2025

Harry Potter y la piedra filosofal

 


Reseñar toda la saga sería una tarea ardua y me llevaría demasiado tiempo, así que me centraré en el primer libro. Voy a destacar las partes que lo hacen tan especial, o al menos a intentarlo. Es indiscutible que cobró una relevancia superlativa. Además, puede provocar tanta adicción como las pipas: no vas a poder conformarte sólo con uno; si lees el primero, querrás seguir con los siguientes.

El argumento es aparentemente sencillo: niño desafortunado recibe una invitación para ir a un colegio de magos. Su llegada al mismo no tarda en producirse y en él irá ampliándose el mundo poco a poco. Harry, ajeno a esas maravillas, irá descubriéndolas junto al lector. No me extiendo más porque creo que no hace falta con una obra tan conocida. 

Antes escribí «aparentemente» porque hay mucho más trasfondo del que parece, pues se muestra de manera somera y gradual. Así los jóvenes lectores, los más exigentes, no se aburren. La maestría con la que Rowling construye su universo no es poca. Para empezar, Harry aparece en un entorno vivo con un pasado: los personajes que lo entregan a esos muggles han vivido una historia luctuosa y están aliviados de que se acabase. El causante de ese cambio es el protagonista, y eso hace que sea alguien especial, célebre, incluso antes de aprender a caminar. El motivo de apartarlo de su mundo es evidente: nadie lo dejaría en paz, amén de que ese reconocimiento temprano podría moldear una personalidad complicada. El Harry que va a Hogwarts es humilde y sabe quién merece la pena desde un punto de vista ético. 

Es muy satisfactorio ver cómo Rowling hace pequeñas promesas en este primer libro que irán cumpliéndose en el futuro, lo cual estimula la curiosidad, o cómo introduce ciertos elementos que darán pie a giros sorprendentes. Las piezas del puzle encajan en el momento preciso. Ejemplos: ¿por qué Hagrid fue expulsado del colegio? ¿Qué pasa con ese extraño profesor que parece malvado? 

Algunas partes incluso tienen profundidad. El sombrero seleccionador, sin ir más lejos: podría pensarse que es un proceso sencillo, pero se trata de una interesante simbiosis entre alumno y sombrero. Aunque el primero puede influir en la decisión, la última palabra es siempre del segundo. Y menos mal, porque de otro modo habría casas que se quedarían casi vacías. Esto hace que el lector, sea joven o adulto, le dé unas cuantas vueltas a lo importantes que pueden ser las decisiones en nuestra vida. Harry podría haber acabado en Slytherin, pero se concentra en no ir ahí con un pensamiento en bucle; en consecuencia, el sombrero lo coloca en la misma casa a la que fueron sus padres. La opción más lógica. Hay una revelación en el último libro que cambia la perspectiva de ese momento, pero se trata de algo subjetivo proveniente de un diálogo y con la motivación de calmar a otro personaje. 

Por cierto, hay que añadir que la propia autora despejó las dudas al respecto: afirmó que Neville quiso ir a Hufflepuff, pero el sombrero lo colocó en Gryffindor. Por ende, queda claro quién decide al final. Si fuese sólo el alumno, la existencia del sombrero carecería de sentido. El caso es que los debates en torno a esto son muy divertidos. 

La prosa, además, es sencilla y cargada de elipsis, perfecta para comprimir muchas escenas en un espacio pequeño y darle un ritmo vertiginoso a la trama. Combinada con el inmenso ingenio de Rowling —cada capítulo es brillante, lleno de revelaciones y acción—, logra coger de la solapa al lector y llevarlo desde el principio hasta el desenlace. Una tara menor es que a veces tiene algunas redundancias; pero eso puede pasar desapercibido por la mayoría y muchos no le dan importancia. Es algo anodino, vaya. Con estos elementos es lógico que la novela llegase tan lejos. Y no es raro que fuese rechazada varias veces: algunos editores son reacios a publicar autores inéditos, incluso cuando envían obras notables. Lo cómodo es editar a alguien conocido que dé unas ventas seguras. 

Esta novela es, por lo tanto, sobresaliente. Incluso el desenlace tiene tanta fuerza como lo anterior; Rowling mantiene el buen nivel narrativo durante las últimas páginas. Teniendo esto en cuenta, era predecible que los lectores anhelasen saber cómo continuaban las aventuras de Harry en ese colegio mágico y cautivador. Todo transpira magia en él: lugares que cambian de sitio, fantasmas, cuadros vivos, entradas secretas... ¡El sueño de todo niño... y adulto! 

miércoles, 11 de junio de 2025

La educación del futuro

 


Como mi experiencia en el sistema educativo fue nefasta, suelo pensar en sus posibles evoluciones. Lo que está claro es que no va a permanecer igual para siempre: la sociedad aún tiene bastante margen de cambio y hay avances tecnológicos que trastocarán el tablero de juego. El más evidente es la llegada de los androides; su aparición llevará a nuevos paradigmas. 

De repente, los trabajos serán realizados por máquinas y los humanos se dedicarán a enriquecerse culturalmente. Pienso que podría ser la mayor edad dorada de toda la historia, una donde se deje atrás la inmadurez, la erística, y se abrace la heurística. Esto es una posibilidad optimista, claro; también puede retorcerse el asunto de alguna manera. 

Recuerdo que Asimov, en una entrevista, hablaba sobre cómo se hizo necesario educar a todo el mundo y el descenso de calidad educativa que eso conllevaba; es decir, de un tutor enseñando a un alumno se pasó a uno enseñando a treinta. Evidentemente, algo así hace que muchas personas se queden descolgadas por diferentes motivos. El sistema, entre otras cosas, intenta homogeneizar lo que en realidad es heterogéneo, y quien está fuera de la campana de Gauss es marginado. Yo mismo pensé que era un inútil durante años, hasta que una psicóloga me hizo ver lo contrario y tuve que aceptar una realidad diferente. 

Y eso por no hablar del acoso: una de las personas que más me hizo la vida imposible está ahora en prisión. No entraré en detalles porque es un asunto muy desagradable. Habría preferido que madurase e hiciese una vida virtuosa, pero supongo que ese camino era invisible para alguien así. Lo evidente es que el acoso es otro problema grave y está creciendo, al parecer. Me parece un error quedarse en valoraciones cuantitativas e ignorar las cualitativas; es decir, alguien que tortura a un compañero no debería triunfar académicamente. 

¿Se puede mejorar, pues, la educación? Sí, sin duda: basta con volver al modelo que elogiaba Asimov, lo cual podría conseguirse gracias a las máquinas. Imagina a un pequeño androide acompañando a un niño, mostrándole la naturaleza y enseñándole al tiempo que juega con él. Hablamos de un maestro perfecto, uno con paciencia infinita que explicará un concepto las veces que sean necesarias, y que además protegerá al niño de todo peligro o lo reprenderá en caso necesario. Por supuesto, el alumno se relacionará con otros y hará amigos humanos; aunque siempre bajo la supervisión pasiva de los androides. Eso cortaría de raíz cualquier tipo de abuso. 

Una educación así elevaría la ética y la cultura de la humanidad hasta unos límites que no podemos imaginar, nos llevaría a un posible mundo utópico, o al menos a uno muy superior al actual, porque ya ha quedado claro, espero, que las ideologías no son la salvación; la salvación está en nosotros mismos. Sólo hay un problema: quizá algunos niños establecerían un vínculo sentimental muy intenso con sus maestros y pasarían a depender de ellos incluso durante la vida adulta. Habría que buscar la manera de paliar esto. Se me ocurren varias ideas: deshumanizar un poco la personalidad del androide —que no se comporte igual que un niño—, darle una estética amigable pero inhumana y limitar el tiempo que el alumno pase con él. 

Hay que tener en cuenta, también, que el niño crece tanto física como emocionalmente y su amigo artificial no; en consecuencia, el vínculo se iría debilitando. 

Todo esto tiene buena pinta, ¿no? Me gustaría entrar en una máquina del tiempo y visitar el futuro distante, sonreír al ver que las cosas han cambiado para bien. Ahora mismo me cuesta no pensar en los marginados, los descolgados, los «Goonies» que se mueven en la periferia y sobreviven con unas herramientas oxidadas. Estoy seguro de que algún día nadie se quedará fuera. Las diferencias no serán incomprendidas, sino respetadas. Y la ética se situará por encima de todo lo demás.