jueves, 30 de enero de 2025

Alastor. Trilogía del cúmulo estelar

 


Jack Vance escribió tres novelas cuyas historias transcurren en una zona concreta del universo, el cúmulo de Alastor, treinta mil estrellas y tres mil planetas habitados por culturas variopintas. Por encima de ellas se alza el Conáptico, un tipo que, desde un distante palacio, impone leyes que todos deben seguir. Para ello usa a su inmenso ejército, la maza. Podría verse como un estado y su uso legítimo de la violencia, la cual es empleada, por ejemplo, contra los piratas, aquí llamados astromenteros. De vez en cuando, el Conáptico viaja y echa un vistazo en aquellos planetas que le interesen por algún motivo; pero lo hace de incógnito porque alguien de esa importancia, evidentemente, temerá ser asesinado o raptado durante toda su vida. Es la espada de Damocles. 

Cada novela enseña una cultura diferente. En la primera, Trullion, el protagonista se alista en la maza y vuelve después de unos cuantos años. Ver de nuevo su planeta natal lo llena de nostalgia, pero pronto descubre que su familia le va a causar numerosos problemas: se dejan seducir por ideas peregrinas y venden importantes propiedades. En consecuencia, no le quedará más remedio que jugar al hussade, el deporte más célebre del cúmulo, porque pueden ganarse grandes sumas de dinero en él. Aquí Jack Vance hace una crítica a las sectas y demás grupos que pueden fagocitar a los incautos. Asimismo, enseña el rostro más feo que puede tener la soberbia. La trama es entretenida y se narran emocionantes partidos de hussade. Es un buen inicio de trilogía, aunque los partidos pueden resultar redundantes a pesar de estar bien resueltos. 

En la segunda, Marune, se desarrolla la trama más compleja de las tres, una urdimbre de intrigas y personajes que conspiran entre sí. En contra de lo que pueda parecer, es fácil de seguir y mantiene la emoción en todo momento. No puedo entrar mucho en detalles porque no quiero destripar nada importante. El protagonista sufre de amnesia y no recuerda ni el planeta en el que vive. ¿Por qué le sucede eso? ¿Reprime un recuerdo doloroso? ¿Tiene un enemigo que lo quiso enviar lejos? La novela es notable, en mi opinión; sólo pueden ser molestas algunas descripciones superfluas y un final que, aun siendo satisfactorio, es un poco repentino. Con todo, fue mi historia favorita. Y la cultura que se enseña en ella es la más sugerente, distinta. 

Por último, Wyst es un dardo contra el igualitarismo extremista; es decir, una ideología que propugna la igualdad absoluta: los ciudadanos deben tener lo mismo, comer lo mismo, carecer de cualquier tipo de formación que los eleve sobre los demás, etc. Todo ápice de individualidad es devorado por el colectivo. Se trabaja el mínimo de horas posible y sólo interesa el placer, un ocio continuado desde que se nace hasta que se muere. No hay especialistas consumados en alguna tarea, por ende, un problema que en otro mundo sería insignificante, como reparar un monitor, en Wyst se convierte en algo difícil de resolver. El robo no está mal visto y los inmigrantes no dejan de llegar, pues son atraídos por esa forma de vida, y eso provoca que haya superpoblación. Vance mantiene el nivel y construye una novela perfecta para cerrar una trilogía excelente. 

Nunca había leído a Jack Vance hasta ahora. Mi impresión es que destaca, sobre todo, en construir mundos muy bien detallados. También es un narrador muy bueno; sabe mantener el interés del lector en cada capítulo. Tengo ganas de seguir con su obra en el futuro. Por supuesto, lo recomiendo; aunque es importante tener en cuenta que su prosa es demasiado descriptiva a veces. Si eso no te molesta, adelante. 

martes, 14 de enero de 2025

El asombroso mundo del cómic

 


Cuando era niño, la música no me atraía demasiado: escuchaba la banda sonora de Dentro del laberinto y poco más. Eso cambió a los catorce años, porque cayó en mis manos un disco que cambió mi visión de la música para siempre: Innuendo. No miento si digo que lo escuché más de un centenar de veces. Luego adquirí más discos del grupo y me aficioné al rock. Podría decirse, por lo tanto, que Queen fue la entrada a un universo espectacular. Con los cómics me pasó algo parecido, aunque más recientemente. 

Estuve un par de lustros sin prestarles demasiada atención; sólo leía al Doctor Extraño de vez en cuando porque me entusiasmaban esas dimensiones raras e ignotas. Recuerdo que conocí al personaje mientras veía los dibujos de Spiderman y me cautivó. Aun así, veía a los cómics como un entretenimiento banal y pueril... hasta que me topé con Maus. Me percaté entonces de que podían hacerse obras impresionantes en ese medio, y me apresuré a reseñar Maus en mi blog anterior, allá por el dos mil once. Mi perspectiva de los cómics dio un giro, igual que me ocurrió con la música. Por desgracia, esto sucedió más tarde; así que me perdí ese mundo durante años. 

Maus me enseñó a respetar las viñetas, y Alan Moore, a considerarlas tan importantes como las novelas. Seguro que estarás de acuerdo si afirmo que Watchmen es mejor que muchas obras literarias: la precisión con la que está narrado quita el hipo, y hay sensaciones que sólo pueden transmitirse a través del dibujo. Tanto el cómic como la novela son medios diferentes de narrar y cada uno es valioso a su manera. También el cine, por supuesto; aunque debo confesar que no me atrae tanto, nunca fui muy cinéfilo y preferí las series. Eso ya es una cuestión de gusto personal. 

Ahora, de vez en cuando, visito las tiendas de cómics en busca de obras interesantes y pueden encontrarse algunas en mi biblioteca, desperdigadas entre los libros. Habría más si los precios no fuesen tan prohibitivos. De todos modos, no me convertí en un lector voraz de cómics; aunque sí vienen bien para cambiar de aires. Hay un autor en mi editorial, Israel, que está dibujando uno magnífico con un estilo muy chulo. Lo recomiendo. 

Tengo ya unos cuantos cómics importantes dentro de su historia: además del mencionado Watchmen, From Hell, All-Star Superman, La broma asesina, Berlín... Pero hay uno que leo más que el resto, que me traslada a su universo de inmediato y hace que olvide los problemas durante unos cuantos minutos: Calvin y Hobbes. Estoy seguro de que muchos pensarán que es infantil, superficial, y lo cierto es que varias de sus tiras sí que pueden considerarse así; sin embargo, no hay que olvidar que Watterson estudió ciencias políticas y la superficialidad es, en muchas ocasiones, aparente. Pienso que ese autor conoce lo realmente importante de la vida, que es efímera, y tomó la decisión adecuada al retirarse tras dedicar un tiempo más que suficiente a su obra. Por supuesto, continuarla o cambiar de personajes también habría sido igual de respetable si eso es lo que le llena. 

Yo pensé en dejar la escritura, pero me resulta imposible: acompañar a mis personajes en sus aventuras es una sensación inigualable. No me importa si llegan o no al papel. Lo más probable es que seguiré escribiendo hasta la muerte, aunque no seré muy prolífico. Me gusta tomarme el tiempo necesario para que madure la trama y corregir durante meses. Hace poco me enviaron la galerada de mi última novela, que ya había corregido un montón de veces, y realicé más de cincuenta cambios. Este perfeccionismo me atormenta; nunca estoy satisfecho con nada. Por suerte, los cómics son un remedio para los momentos más duros. 

Es una lástima que algunas personas los menosprecien y se los pierdan.