lunes, 26 de agosto de 2024

La censura

 


La palabra «censura» tiene, como es natural, diferentes acepciones y connotaciones; pero siempre está cubierta por una pátina de negatividad. Eso es lógico, porque eliminar determinados conceptos o materias es una de las clásicas herramientas dictatoriales. A algunos humanos les encantaría borrar cualquier pensamiento ajeno que no sirva a sus propósitos. 

Empero, no todo lo que rodea a ese término es negativo; todos aceptamos ciertas censuras que nos protegen de conceptos perniciosos. Esto suele ser habitual en los dibujos infantiles: imagina un guión donde un niño adquiere superpoderes tras beber una botella de lejía. Evidentemente, algo así jamás debería llegar a ver la luz. Un caso parecido y real se dio en Australia, donde censuraron unas arañas que se mostraban amigables en Peppa Pig, si no recuerdo mal. Impedir que saliesen en televisión fue necesario en un país con arañas muy peligrosas. 

No sólo hay censura aceptada por todos en el terreno de los más pequeños: por razones obvias, un adulto no puede ir públicamente desnudo, o agredir a otros. Para que se cumplan esas normas tenemos a un grupo de humanos entrenados para ello, aunque no son ubicuos e infalibles. 

Estos días, donde cualquiera puede tener un altavoz en internet, se habla de una nueva censura; pero yo la veo más bien como un rechazo: la gente suele olvidarse de que aquí se halla en un púlpito muy visible y eso tiene unas consecuencias inevitables. Si dices algo que provoque un rechazo general, aparecerá un grupo que te hará saber lo mucho que está en contra de tus palabras. Solemos sobrevalorar las opiniones ajenas y dejarnos llevar por las emociones. Importante: no señalo quién posee la razón, sino una situación predecible; una en la que, además, no hay una censura acendrada mientras no se elimine lo dicho por el individuo que se enfrente al grupo. No nos engañemos: cuando hablamos de censura, lo hacemos pensando en la cuarta acepción; es decir, en la supresión.  

Ahora bien, nunca me verás en uno de esos grupos; independientemente de lo que haya dicho un sujeto, no me gusta encontrarme en una turba. Y si se trata de algo realmente perjudicial, será o debería ser eliminado. Es decir, censurado. Aquí es donde mayores discrepancias habrá, porque ¿qué es algo censurable? En cuestiones éticas, como quedó claro en el Eutifrón, de Platón, ni siquiera los dioses se ponen de acuerdo. También debe tenerse en cuenta que la censura es altamente peligrosa, porque puede crecer y desmadrarse hasta llegar a un punto donde será muy difícil de frenar. Se empieza podando una rama y se termina talando todo el bosque. 

En consecuencia, hay que tener mucho cuidado a la hora de poner muros a la libertad de expresión. Si piensas que es mejor que tu oponente ideológico se quede mudo, recuerda que las sociedades cambian y lo que hoy es hegemónico puede no serlo mañana. Soy partidario de mantener una libertad casi absoluta en el terreno de las palabras —el «casi» es porque hay cosas que son intolerables, como las amenazas de muerte—. Ni siquiera condenaría las defensas de ideologías problemáticas, porque la mayoría son anacrónicas, erradas, y tienen un impacto social mínimo. Esto implica un riesgo: la posibilidad de que una de ellas crezca y llegue a calar profundamente. A veces los humanos deben aprender por las malas antes de volver a la realidad. No me gusta Ayn Rand, pero dijo algo con lo que estoy de acuerdo, parafraseo: «Puedes ignorar a la realidad, pero ella no te ignorará a ti». 

¿Estaba la sociedad preparada para la llegada de internet, para verse expuesta a innumerables pensamientos de toda índole? Yo pienso que no, aunque no le ha venido mal del todo. A pesar de que aún prima la inmadurez, sirvió para acercarnos un poco. Se habla de que ahora cada cual construye un palacio lleno de espejos, de gente que es igual a él; sin embargo, por mucho que ignores a los que están fuera de ese palacio, no van a desaparecer. Recordemos la cita del párrafo anterior. 

He tocado este tema sólo superficialmente; pero, como comprenderás, no voy a ponerme a escribir un ensayo con miles de palabras. Debe quedar claro que nada de lo que pongo aquí está escrito en piedra: son mis reflexiones, las cuales pueden estar equivocadas total o parcialmente. Siempre dejo la puerta abierta a la duda y al posible error.