domingo, 10 de noviembre de 2024

Otra vuelta de tuerca

 


Durante el pasado Halloween, tras ver algunos filmes de terror, pensé que era un buen momento para leer algo de fantasmas, y escogí una de las obras que tengo pendientes desde hace un montón de años: Otra vuelta de tuerca. También se traduce, a veces, como La vuelta del torno o La vuelta de tuerca. Yo prefiero la primera opción. 

No sé si se debió a la malísima traducción o al ritmo extremadamente lento, pero la experiencia fue aburrida. En ciento cincuenta páginas, entre numerosas, reiterativas y dilatadas reflexiones en primera persona, sólo hay unas pocas apariciones. Yo considero que la novela no envejeció bien, porque lo que antaño daba miedo ya no lo hace hoy; es muy difícil transmitir una sensación de miedo en el lector o espectador contemporáneo. Antes bastaba con el inquietante sonido de unos pasos en un pasillo, verbigracia. Por eso muchas películas de terror optan por el sobresalto, por incluir un movimiento repentino al tiempo que se eleva el sonido. Aunque eso funciona, sin duda, tiene poco que ver con lo que sentimos durante unos instantes cuando se va la luz. 

Lo que aún hace que esta novela sea interesante es su atmósfera y la ambigüedad. La protagonista es una institutriz que viaja a un casoplón para encargarse de dos niños, en apariencia, muy educados. Todo es usual hasta que sucede lo impensable: ¡hay fantasmas! Éstos no hablan; se limitan a mirar con mucha torvedad. Lo extraño es que no parece que nadie los vea, excepto ella. En consecuencia, los lectores suelen confundirse: no saben si son reales o alucinaciones. Por mi parte, pienso que sí son reales porque en la trama hay detalles sutiles que lo dan a entender así. Te recomiendo que no sigas leyendo si todavía no conoces la historia, ya que voy a dar mi interpretación y, por ende, destriparla. 

Puedo equivocarme, por supuesto; pero mi impresión es que ambos niños están poseídos, uno por cada espíritu. No totalmente, sino en parte, y el objetivo de los espectros es poseerlos del todo. Eso explicaría por qué el niño —son un niño y una niña— es expulsado del colegio: al parecer, fue porque dijo cosas malas, y justo el fantasma que quiere controlarlo era conocido por sus malos modos. La niña es alejada para evitar que la posesión progrese, ya que también dice cosas horribles. La muerte del niño en brazos de la institutriz sucede por un motivo: su conexión con el espectro termina, así que ese fallecimiento es en realidad una salvación. Todo esto es una cábala, porque Henry James no se molestó en explicarlo con detalle. 

Si has leído esta historia y tienes una interpretación distinta, dímelo. Me interesa conocer otras opiniones. Dejando a un lado el significado original, podría afirmarse que la novela se titula así por la de vueltas que vas a darle en cuanto la termines. Como dije al principio, su lectura me aburrió; pero he de admitir que pensar en varias interpretaciones me entretuvo durante un rato. Pienso que la mía es plausible, aunque he leído otras igual de convincentes. 

Como he dicho que mi edición está mal traducida, me parece conveniente señalar que no es la de arriba, la de Siruela, sino otra que se editó en el ochenta y cuatro. Y el traductor no es el mismo. Además, añado que la obra no es mala, porque después de leer esta entrada podría dar esa impresión. Lo que ocurre es que yo buscaba otra cosa en ese momento.  

viernes, 1 de noviembre de 2024

La utilidad del arte

 


Como ya sabrás, Oscar Wilde dijo que todo arte es inútil. La frase es célebre y aparece en muchos lugares. El problema es que está sacada de contexto porque falta lo anterior: «Podemos perdonar a un hombre el haber hecho una cosa útil en tanto que no la admire. La única disculpa de haber hecho una cosa inútil es admirarla intensamente». Esto no invalida al fragmento más conocido, pero le da un matiz diferente: lo que merece admiración, lo elevado, es el arte. Yo no estoy de acuerdo, pues lo que Wilde considera útil también es digno y además facilita la existencia. Me parece bien que alguien esté orgulloso, verbigracia, de construir una casa o arreglar el circuito eléctrico. 

Por otro lado, está Nuccio Ordine, el autor de La utilidad de lo inútil. Hace tiempo que leí este texto y no lo recuerdo bien, así que no sé si coincidiré en algo. 

Empezaré por los videojuegos de zombis —sí, has leído bien—. El mero hecho de que haya escrito «videojuegos» hará que algunas personas salgan huyendo, porque son incapaces de tomárselos en serio; sin embargo, son algo que forma parte de la realidad y tienen una relevancia indiscutible. Hay humanos detrás de cada uno; humanos que están influidos por el imaginario colectivo y lo transmiten de alguna manera en sus juegos. Menciono el género de los zombis por un motivo: muchos programadores parecen darse cuenta de lo necesario que es para el superviviente mantener el ánimo alto, lo cual consigue a través de leer cómics, revistas, novelas, etc. Esa acción le traslada a otro mundo y hace que olvide, al menos durante un rato, la tragedia de que ahora los demás quieran su cerebro para cenar. 

Pasa lo mismo en nuestro día a día: los problemas se atenúan con un buen libro cerca. Imagina que estás en el aeropuerto, esperando para tomar un vuelo, ¿no se haría más soportable esa espera si lees un texto? Sé que hoy muchos responderán que prefieren mirar el móvil, pero ¿qué miran? Si se trata de videos musicales, es un consumo de arte. Lo mismo puede decirse de un gameplay, pues ven la experiencia directa de alguien con otra forma artística. Pienso que se puede afirmar que el arte, a su manera, también facilita la existencia, igual que una mesa o un coche. Es útil en ese sentido. Además, puede incluso enriquecernos culturalmente, ayudarnos a comprender mejor el entorno que hemos construido. 

Evidentemente, no es como otros elementos: ropa, techo, comida. Ese tipo de cosas, más que útiles, son necesarias, pues pereceríamos sin ellas. Una vez cubiertas esas necesidades básicas, entra en juego lo que contribuye a hacer que la vida sea más llevadera. Supón que sólo nos dedicásemos al trabajo en una urbe cenicienta en la que no hubiese pelis, libros, series, baloncesto, debates. Seguro que más de uno se haría el sepukku. Hay personas más sensibles que no podrían lidiar con un entorno desprovisto de distracciones; en consecuencia, son muy importantes. Son útiles. Incuso en la antigüedad había juegos para divertirse, como el de Ur. 

No creo que la palabra «útil» rebaje al arte en ningún sentido, más bien todo lo contrario. De todos modos, es comprensible que se le tenga un poco de tirria a ese término: el utilitarismo impersonal se encargó de ello. Es un axioma terrible que los gobernantes, en algunas ocasiones, deben enfrentarse al dilema del tranvía, a un zugzwang. Si se quedan de brazos cruzados, la consecuencia será mucho peor. Por supuesto, la decisión que tomen será injusta y azarosa; pero así es la naturaleza: yo aprendí eso temprano, cuando una profesora me abofeteó por algo que había hecho otro. Esa lección me sirvió para soportar las desventuras a las que todo humano debe hacer frente en algún momento. 

A lo hora de juzgar lo «inútil», los más pragmáticos deberían tener en cuenta estas cuestiones. Una vez más, aclaro que mis palabras no están escritas en piedra: los humanos somos falibles y la sombra de la duda es alargada. 

jueves, 12 de septiembre de 2024

Compre Ubik hoy y recíbalo mañana en su casa

 


La novela más conocida de Philip K. Dick es, con diferencia, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Esto se debe a su exitosa y sobresaliente adaptación, una obra maestra del cine que incluso superó al libro. Debido a ello, Ubik se quedó un poco desplazada, opacada por la fama de esa inmensa película. Prueba a preguntar a la gente por ambos títulos y descubrirás que Ubik es sólo conocido por los aficionados al género de ciencia ficción. Generalizando, claro. 

Empero, Ubik es superior. De hecho, leí varias veces que se trata de su mejor obra. Yo no puedo afirmar lo mismo porque aún no caté todas sus novelas, pero sí puedo decir que es una de las mejores que conozco del género. Y me extraña que no se haya adaptado al cine. Quizá sea difícil hacerlo o hubo problemas que desconozco. Imagino que, simplemente, es una historia poco comercial y nadie quiere arriesgarse. 

¿Y de qué va este libro con una cubierta tan extraña? ¿Qué es eso de Ubik? Calma, no habrá destripamientos. No aquí, al menos; te recomiendo que no busques mucha información antes de leer el libro o te comerás un destripe monumental. 

El inicio presenta un escenario distópico: el capitalismo ha llegado a un punto en el que hasta las puertas piden monedas, y dos grupos, telépatas y antitelépatas, combaten entre sí. ¿Sospecha usted de que alguien espía sus pensamientos? ¡Contrate nuestros servicios! La trama empieza centrándose en la empresa que se enfrenta los telépatas. Para ello, el jefe le pide consejo a su esposa muerta, pues algunos humanos son mantenidos en una especie de semivida y despertados cada cierto tiempo. Este servicio debe ser pagado, por supuesto, y no es ilimitado: las personas no pueden regresar eternamente. 

Todos los capítulos comienzan con un anuncio de Ubik —«La mejor forma de pedir cerveza es pedir Ubik»—, y en cada uno es un producto diferente. Por lo tanto, no queda claro de qué se trata. Es un misterio que el autor deja en el aire, una efectiva herramienta de enganche. 

También se presentará otro misterio que afectará a la realidad de los personajes, los cuales no sabrán qué está sucediendo a su alrededor. Es un recurso muy sugestivo que produce un montón de cábalas. ¿Conseguirás averiguar lo que sucede antes de que sea revelado? ¿Le ganarás el pulso a Philip? Te adelanto que no será fácil; el autor sabe jugar bien sus cartas e introducir los giros en el momento justo. Y el desenlace, además de sorprender, está bien desarrollado: no hay una trampa deshonesta detrás, no se miente al lector. Todo estaba ahí desde el comienzo. Ahora bien: el último capítulo puede resultar algo críptico, aunque yo lo interpreto de la manera más simple. 

Sólo veo una tara en este título: la presentación de un gran número de personajes en un corto espacio de tiempo. Eso puede generar confusión en algunas personas porque es difícil acordarse de todos. Por suerte, no es necesario para seguir la trama. Un truco, en estos casos, es construir individuos que sean extremadamente diferentes y reducir el número todo lo posible. Así el lector tendrá una imagen vívida de cada uno. Evidentemente, hay géneros donde hacer esto es muchísimo más sencillo, como la fantasía o la space opera. Si uno de los personajes es un duende azul y contrasta con el resto, será difícil de olvidar. 

Ubik es, en definitiva, una obra muy recomendable. No entraría en mi top de novelas favoritas, pero se quedaría muy cerca. Dale una oportunidad si la ves por ahí. Si no me equivoco, estaba en La factoría de ideas y podía conseguirse a muy buen precio antes de que la editorial se desintegrase. Ahora se halla en Minotauro con la cubierta que ves arriba. Ronda los diecisiete euros. 

lunes, 26 de agosto de 2024

La censura

 


La palabra «censura» tiene, como es natural, diferentes acepciones y connotaciones; pero siempre está cubierta por una pátina de negatividad. Eso es lógico, porque eliminar determinados conceptos o materias es una de las clásicas herramientas dictatoriales. A algunos humanos les encantaría borrar cualquier pensamiento ajeno que no sirva a sus propósitos. 

Empero, no todo lo que rodea a ese término es negativo; todos aceptamos ciertas censuras que nos protegen de conceptos perniciosos. Esto suele ser habitual en los dibujos infantiles: imagina un guión donde un niño adquiere superpoderes tras beber una botella de lejía. Evidentemente, algo así jamás debería llegar a ver la luz. Un caso parecido y real se dio en Australia, donde censuraron unas arañas que se mostraban amigables en Peppa Pig, si no recuerdo mal. Impedir que saliesen en televisión fue necesario en un país con arañas muy peligrosas. 

No sólo hay censura aceptada por todos en el terreno de los más pequeños: por razones obvias, un adulto no puede ir públicamente desnudo, o agredir a otros. Para que se cumplan esas normas tenemos a un grupo de humanos entrenados para ello, aunque no son ubicuos e infalibles. 

Estos días, donde cualquiera puede tener un altavoz en internet, se habla de una nueva censura; pero yo la veo más bien como un rechazo: la gente suele olvidarse de que aquí se halla en un púlpito muy visible y eso tiene unas consecuencias inevitables. Si dices algo que provoque un rechazo general, aparecerá un grupo que te hará saber lo mucho que está en contra de tus palabras. Solemos sobrevalorar las opiniones ajenas y dejarnos llevar por las emociones. Importante: no señalo quién posee la razón, sino una situación predecible; una en la que, además, no hay una censura acendrada mientras no se elimine lo dicho por el individuo que se enfrente al grupo. No nos engañemos: cuando hablamos de censura, lo hacemos pensando en la cuarta acepción; es decir, en la supresión.  

Ahora bien, nunca me verás en uno de esos grupos; independientemente de lo que haya dicho un sujeto, no me gusta encontrarme en una turba. Y si se trata de algo realmente perjudicial, será o debería ser eliminado. Es decir, censurado. Aquí es donde mayores discrepancias habrá, porque ¿qué es algo censurable? En cuestiones éticas, como quedó claro en el Eutifrón, de Platón, ni siquiera los dioses se ponen de acuerdo. También debe tenerse en cuenta que la censura es altamente peligrosa, porque puede crecer y desmadrarse hasta llegar a un punto donde será muy difícil de frenar. Se empieza podando una rama y se termina talando todo el bosque. 

En consecuencia, hay que tener mucho cuidado a la hora de poner muros a la libertad de expresión. Si piensas que es mejor que tu oponente ideológico se quede mudo, recuerda que las sociedades cambian y lo que hoy es hegemónico puede no serlo mañana. Soy partidario de mantener una libertad casi absoluta en el terreno de las palabras —el «casi» es porque hay cosas que son intolerables, como las amenazas de muerte—. Ni siquiera condenaría las defensas de ideologías problemáticas, porque la mayoría son anacrónicas, erradas, y tienen un impacto social mínimo. Esto implica un riesgo: la posibilidad de que una de ellas crezca y llegue a calar profundamente. A veces los humanos deben aprender por las malas antes de volver a la realidad. No me gusta Ayn Rand, pero dijo algo con lo que estoy de acuerdo, parafraseo: «Puedes ignorar a la realidad, pero ella no te ignorará a ti». 

¿Estaba la sociedad preparada para la llegada de internet, para verse expuesta a innumerables pensamientos de toda índole? Yo pienso que no, aunque no le ha venido mal del todo. A pesar de que aún prima la inmadurez, sirvió para acercarnos un poco. Se habla de que ahora cada cual construye un palacio lleno de espejos, de gente que es igual a él; sin embargo, por mucho que ignores a los que están fuera de ese palacio, no van a desaparecer. Recordemos la cita del párrafo anterior. 

He tocado este tema sólo superficialmente; pero, como comprenderás, no voy a ponerme a escribir un ensayo con miles de palabras. Debe quedar claro que nada de lo que pongo aquí está escrito en piedra: son mis reflexiones, las cuales pueden estar equivocadas total o parcialmente. Siempre dejo la puerta abierta a la duda y al posible error. 

sábado, 27 de julio de 2024

El amuleto de Yendor

 


Un relato del protagonista de «Ladrón y asesino». Esta pequeña historia sucede meses antes de los hechos narrados en la novela.


La noche era fría, cerrada y neblinosa. En el linde de un espeso bosque de ramas retorcidas, ignoto e impenetrable, alguien encapuchado encendió un fuego mediante un hechizo. Luego se calentó las manos. Si el búho que lo observaba fuese consciente de lo peligroso que era, saldría volando hasta perderse en la oscuridad.

      —¿Entonces eres un mago? —preguntó el único acompañante del hombre encapuchado, un joven de larga melena y mirada traviesa.

      —No. Sólo puedo hacer esto una vez al día, durante un instante, y ya has visto que la llama es ridícula. Es un truco de supervivencia que me enseñaron mis maestros.

      —¿Podrías enseñármelo?

      —No.

      El joven chasqueó la lengua y arrojó una piedrecilla en el interior del fuego.

      —Tampoco iba a servirme de mucho —dijo con un deje de enfado—. Ya es de noche desde hace un rato. ¿No es el momento de ir a la torre?

      —La torre no se va a ir a ningún sitio y este lugar está abandonado desde hace siglos. Dudo que encontremos nada en ella, sinceramente. Quizá un nido de asquerosos trasgos.

      —¿Dices que me han engañado? ¿Que todo lo que pagué por la información no sirvió para nada? Aquel anciano parecía convincente.

      El hombre se quitó la capucha y dejó ver un rostro lleno de cicatrices, donde apareció una amplia sonrisa.

      —Aquel anciano era un borracho y no tienes ni idea de quién soy yo. Pero me has contratado y te acompañaré.

      —Sé quién eres: Skali. Me lo dijiste en la taberna.

      —Un nombre no significa nada.

      El joven, cansado de la conversación, se levantó y se quitó el polvo de sus pantalones. Después asió la empuñadura de su espada recién comprada mientras miró, ceñudo, a Skali.

      —Yo te contraté y debes obedecerme —dijo—. Vamos ahora. Ya descansaremos al volver.

      Skali se irguió con parsimonia y observó al joven con sus ojos de hielo.

      —Sí, me has contratado —dijo—; pero nada me impediría rebanarte el cuello. Yo no veo aquí a nadie que pueda ayudarte. ¿Tú sí, Farnis?

      Farnis estuvo a punto de decir que no necesitaba ayuda, pero algo en aquella mirada gélida le hizo cambiar de opinión.

      —Está bien, está bien —dijo al tiempo que alzaba las palmas de sus manos—. Calma. ¿Podemos ir ya y acabar con esto?

      —Vamos.

      Los dos hombres retomaron el camino. Columbraron la pequeña torre al cabo de unas horas, perdida en medio de un monte sombrío y cubierta por la vegetación, justo donde había indicado el anciano. Quizá fuese el hogar de un brujo, en otro tiempo, o un puesto de guardia; pero ahora pertenecía a las alimañas.

      Skali llevaba una pequeña esfera luminosa, una herramienta de ladrón, para poder guiarse en la oscuridad. Su atuendo oscuro parecía fundirse con las sombras mientras daba pasos silenciosos. De vez en cuando lanzaba miradas desaprobatorias a Farnis porque era demasiado ruidoso. Además, su blanca camisa con volantes le recordaba a una odiosa duelista que mató algunas semanas atrás.

      —¿Por qué no encendemos una antorcha? No veo nada —rezongó Farnis.

      —Nunca se sabe quién puede esperar en la oscuridad. Y habla más bajo.

      —Pero si esto está abandonado, según tú —dijo con voz queda.

      —Sí, pero es mejor tomar precauciones por si las moscas. Ahora calla.

      Se aproximaron a uno de los muros de la torre, cuyas piedras estaban bajo un manto musgoso, y caminaron hasta llegar a la entrada. Ésta se hallaba abierta, pues su puerta de madera era ahora un montón de restos podridos.

      Skali le indicó silencio a Farnis y se quedó a la escucha. Como no oyó nada que proviniese del interior, comenzó a entrar con cuidado, procurando no pisar nada que hiciese ruido. Sirvió de poco, porque Farnis tropezó con un viejo tablón y emitió un gritito de sorpresa.

      —Uf, casi me parto los dientes —dijo.

      —Yo sí que te los partiré como sigas haciendo el bufón, niñato —contestó con una mirada torva —tienes suerte de que no haya nadie en la torre. O eso parece.

      —¿Por qué crees que lleva abandonada tanto tiempo?

      —Superstición, supongo. ¿Qué importa? Venga, acabemos con esta pérdida de tiempo.

      Skali se introdujo en la torre. Era angosta, y en sus esquinas penumbrosas había varios ojillos rojos que indicaban presencias maliciosas.

      —¿Qué es eso? ¿Qué nos mira? —inquirió Farnis con una voz trémula.

      —Da igual lo que sea mientras no nos ataque. Parecen grandes arañas. Creo que esto debió de pertenecer a un conocedor de las artes místicas; hay un bastón de mago en ese rincón. Me lo llevaré luego para venderlo.

      —Buena idea: podemos repartirnos las ganancias.

      Farnis supo de inmediato, por la expresión de Skali, que no habría ningún reparto.

      Ambos subieron por unas escaleras estrechas y llenas de telarañas. A través de las ventanas sólo se veía oscuridad. Ese ambiente inquietaba a Farnis, que no dejaba de apretar la empuñadura de su espada.

      Cuando llegaron al último escalón, a la planta superior, encontraron un pequeño habitáculo. Los muebles, ennegrecidos y desvencijados, parecían estar a punto de desplomarse en cualquier momento.

      —Una vez me dieron una habitación igual en una posada —dijo Farnis.

      Skali lo ignoró y usó su esfera luminosa para inspeccionar. Se sorprendió al ver un pequeño cofre sobre una cómoda llena de cristales rotos, tal y como había detallado el anciano. Eso era la prueba definitiva de que había estado allí. Por ende, sus advertencias sobre un posible peligro cobraron una importancia repentina para él. Empuñó su espada y miró en derredor.

      Farnis cogió el cofre y lo abrió. En su interior, brillando con una luz rojiza y mortecina, halló un amuleto. Lo sostuvo ante sus ojos para examinarlo.

      —¡Vaya! Pues mira por dónde salió bien hacerle caso al vejestorio, ¿eh? Esto me va a hacer ganar el cuádruple de lo que gasté —dijo con alborozo—. Si es que huelo la riqueza, la huelo.

      Inopinadamente, apareció una alta silueta en el umbral, bloqueándoles la salida. Era una mujer, o eso parecía, porque tenía cuatro brazos, pelaje negro y colmillos. Sus tres ojos rojos en forma de triángulo se clavaron en Farnis, que aún sostenía el amuleto.

      —Os observé desde que entrasteis en la casa de mi amo —dijo con una voz rasposa que denotaba enfado—. Permitiré que os llevéis lo que queráis, menos eso; eso debe quedarse donde está. Así lo ordenó mi amo.

      —¿Dónde está ese amo tuyo? —inquirió Skali.

      —Se fue, pero volverá.

      Farnis negó con la cabeza.

      —Tu amo hace tiempo que debe estar muerto, ¿no crees? —dijo antes de ponerse el amuleto en el cuello y desaparecer.

      Skali, al verlo, hizo un gesto de rabia y se preparó para defenderse con la espada y un puñal. No entendía qué acababa de suceder, dónde estaba Farnis o si se había hecho invisible. Lo único que le importaba es que estaba solo ante la criatura. Supuso que aquel niñato acababa de engañarlo y abandonarlo a su suerte. Quizá sabía más de lo que aparentaba saber.

      La extraña mujer saltó hacia Skali rugiendo y con los brazos extendidos, dispuesta a hacerlo pedazos con sus garras duras y afiladas.

      Skali detuvo a duras penas esas garras con sus armas, pues se movían a una velocidad vertiginosa, y fue incapaz de impedir que una lo hiriese en un muslo. Aun así, soportó el dolor y mantuvo su defensa con firmeza, esperando tener alguna oportunidad de contraatacar.

      Por desgracia, la esperada oportunidad nunca llegó: jamás se había enfrentado a un oponente tan rápido. Estaba convencido de que se trataba de algún experimento nefario, un guardián creado por el brujo que vivió en aquella torre. Él, un humano corriente, no tendría ninguna oportunidad. En cuanto su defensa flaquease, seguro que aquella cosa lograría morderle y envenenarle con alguna clase de veneno.

      Estaba perdido.

      Así que sonrió. Sabía que ese momento llegaría antes o después, igual que a todos los que seguían la senda de las sombras.

      La mujer monstruosa se detuvo, confusa.

      —¿Por qué te ríes? —preguntó—. Es evidente que ya estás muerto. Y también tu amigo cuando lo encuentre.

      Skali, agotado, señaló la enorme laceración del muslo.

      —Me río porque sé lo que acabas de decir. Dale recuerdos al niñato de mi parte, antes de matarlo.

      Sucedió entonces algo totalmente inesperado: Farnis se materializó sobre la mujer y le clavó su espada en la espalda.

      En cuanto la mujer gimió de dolor y se giró, dispuesta a hacer trizas al joven, Skali apretó los dientes, se lanzó hacia adelante e hizo una gran cantidad de ataques, los cuales provocaron un montón de heridas de las que salió una sangre esmeralda, humeante.

      —Embusteros, ladrones, cerdos —gruñó la mujer al tiempo que agonizaba—. Mi amo os castigará por esto…

      Su inmenso cuerpo se quedó tendido en el suelo de la habitación, exánime.

      Los hombres se quedaron observándolo un buen rato, asimilando lo que acababa de suceder.

      —¿Dónde te habías metido, embustero? —inquirió Skali.

      —Aparecí en el bosque. Al parecer, este amuleto puede llevarte a otros lugares de inmediato cuando piensas en ellos. Yo deseaba estar lejos de aquí, entre la seguridad de los árboles, y eso pasó.

      —¿Y por qué decidiste regresar? No lo entiendo.

      —No soy un santo, pero jamás se me ocurriría abandonar a alguien en una situación así. Por lo tanto, volví para echarte una mano. Me debes una, ¿eh? —dijo chasqueando los dedos.

      —Eres más estúpido de lo que pensaba —respondió Skali—. El amuleto es muy interesante, ¿me dejas verlo de cerca?

      —Me subestimas, Skali. Quizá volvamos a vernos algún día.

      Farnis guiñó un ojo y desapareció.

      Skali examinó la herida y se quedó allí sentado, pensativo. Luego bajó al piso inferior y cogió el valioso bastón. Lo cierto es que aquello no le había salido tan mal, después de todo: el niñato pagó el doble de lo habitual, y también sacaría un buen pellizco por el bastón. Sin embargo, le habría encantado quedarse con el amuleto. Nunca antes había visto de cerca uno de esos objetos mágicos tan poco comunes.  

sábado, 20 de julio de 2024

La aceptación

 


Cuando era joven, pensaba que la sociedad podía cambiar; era un idealista. Luego mi ideología se hizo trizas y me distancié. Volví a echar un vistazo estos días, a ver qué sucede, y confirmé mis sospechas: todo sigue igual de anquilosado. La sociedad del espectáculo está a pleno rendimiento, potenciada por internet. 

Encontré una entrevista de Lemmy, el vocalista de Motörhead, donde se queja precisamente de eso cuando le hablan de un político: «¿Te das cuenta de que todo sigue igual?». Luego dice algo que me parece muy inteligente: «Crean en el Rock; es la única religión que no les va a decepcionar». La palabra «religión» es la clave. Muchas personas tienen una fe ciega en su ideología, pero la verdad es que ninguna de ellas va a solucionar los problemas de la sociedad contemporánea. Por supuesto, unas son mejores que otras desde un punto de vista objetivo, yo prefiero una socialdemocracia al fascismo; pero en todas se presentarán dificultades. 

Por muy impolutas que sean las teorías, los humanos no son así: la picaresca acabará abriéndose camino y todo se irá abajo. ¿Monarquía? ¿Acracia? No importa. Nada conducirá a la esperada utopía que tantos desean. Quizá, con suerte, la humanidad pueda perdonarse a sí misma y llegar a algo cercano en el distante futuro; aunque será un proceso lento. 

Considero que estoy en un sistema fallido. Sólo la existencia de la pobreza me basta para verlo así. Me disgusta profundamente encontrar a personas pidiendo en una esquina, no lo soporto. Alguna vez, ante la mirada atónita de los transeúntes, me acerqué a ellas para preguntarles qué les llevó a esa situación. Te puedo asegurar que tú, lector, o yo mismo, podemos acabar igual en cualquier momento. Aquí recalco la palabra personas, no pobres; las etiquetas a veces fagocitan y deshumanizan. Esas personas también fueron niños, tuvieron ilusiones, y todo eso se resquebrajó en algún instante de sus vidas. 

Al final, tuve que aceptar lo evidente: nací en el capitalismo y moriré en el capitalismo. No está en mi mano cambiar la situación. El leviatán va nadando lentamente, y es tan enorme que ni siquiera se percata de mi presencia o la de otros. Puedes ponerte delante si quieres, algunos lo hicieron en su época, como Giordano Bruno; pero corres el peligro de que te aplaste. 

Conocí a algunas personas que han encontrado la paz al aceptar esto. Yo no puedo decir lo mismo, no puedo estar cómodo en una sociedad disciplinaria que construye robots para insertarlos en trabajos cuyas condiciones son, como mínimo, cuestionables. Una sociedad que está encerrada en su propio imaginario. Si tuviese la oportunidad, haría lo mismo que Bill Watterson: buscaría un lugar apartado para vivir y me quedaría allí. Quizá incluso me aficionaría a la pintura; siempre quise pintar cuadros. 

Por desgracia, me temo que eso va a ser imposible; así que lo mejor, en mi caso, es que me aleje un tiempo de las noticias. Tengo el show muy visto y me aburre. Corrupción por allí, mentiras por allá, terraplanismos, conspiraciones... 

Me compadezco de los que están intentando mejorar las cosas ahora. Tienen mi admiración y comprensión, pero me compadezco. Ahora bien, sé que sin ellos muchos cambios jamás llegarían o se desarrollarían durante más tiempo. Es difícil que haya evolución sin lucha.