Acaba de irse el año, otro más, y me he dado cuenta del poco tiempo y ánimo que he tenido para escribir. El resultado es media novela en ocho meses, 35.000 míseras palabras. Por suerte, hay un lado positivo: tras mucha reflexión, tengo en la cabeza la segunda mitad; así que no debería tardar más de dos o tres meses en llevarla al papel. Consiste en una mezcla de dos géneros: policíaco y fantástico. Es algo similar a lo que hizo Jim Butcher con las historias de su mago-detective; pero yo opté por darle un mayor peso al fantástico, no limitarme a introducir hadas y duendes en una obra policíaca.
Dichas esas naderías, vamos a lo importante, lo que me ha traído de vuelta al blog: las novelas de Harry Dresden. Quizá ha parecido que las menospreciaba... y tengo razones de sobra porque están llenas de defectos. Butcher no es Faulkner, ni mucho menos —aunque si todos fuesen Faulkner, el propio Faulkner dejaría de serlo—. Personalmente, lo que me fastidia sobremanera no son los clásicos fallos, sino que el protagonista es un pupas: agota leer infinitas descripciones de cómo lo vapulean o lo mal que se siente. Me parece razonable que el héroe sufra daños durante los combates para evitar una posible sensación de invulnerabilidad. Lo malo viene cuando éste se pasa casi todo el tiempo sufriendo por graves magulladuras, como si al autor le hiciese gracia torturar a su protagonista. «Bueno, ahora Dresden saldrá a la calle y caminará hasta... Hmmm, esto es aburrido; haré que un grupo de pandilleros le golpee en la mandíbula con sendos puños americanos, y luego, cuando llegue a casa, una caterva de diablillos le golpeará de nuevo en la mandíbula con sendos bates de béisbol».
Si Butcher es un autor mediocre, al menos en un sentido técnico, ¿para qué molestarse en leerlo? Pues porque sus historias son muy amenas y tienen buen ritmo, heredado de la novela negra. A veces, durante ciertos fragmentos, podría pasar por ser un Pratchett del género detectivesco. Ya en la primera novela se aprecia un adecuado barniz de humor en varias escenas, incluso si hay truculencia de por medio; y los personajes tienen mucho carisma. Esos detalles hacen que las numerosas deficiencias pasen desapercibidas para la mayoría de los lectores, o no les den demasiada importancia. Ahora bien, supongo que a los más tiquismiquis les molestará que Dresden se ponga a describir una vestimenta en medio de un momento peligroso, por ejemplo. Son cosas que pasan...
Lo cierto es que el éxito de Butcher está justificado, pues no comete el mayor crimen que puede cometer un escritor: aburrir. Sus obras saben entretener y generar adicción. Tuve la suerte de descubrirlas hace poco, buscando historias análogas a la que escribo estos días, y me amedrentó enfrentarme a la idea de que se pareciesen más de la cuenta; es complicado ser original en esta época, donde miles de conceptos se han usado una y otra vez hasta convertirse en topicazos. La primera historia, Tormenta, me tranquilizó: aunque partimos de la misma base, un investigador con poderes mágicos, ni el protagonista, ni el estilo, ni el universo se asemejan al mío. Menos mal. Habría sido terrible tener que empezar de nuevo.
Abreviemos, que se hace tarde: ¿te van las espadas y las pistolas? Si la respuesta es afirmativa, te conviene visitar el despacho de Dresden.