Como mi experiencia en el sistema educativo fue nefasta, suelo pensar en sus posibles evoluciones. Lo que está claro es que no va a permanecer igual para siempre: la sociedad aún tiene bastante margen de cambio y hay avances tecnológicos que trastocarán el tablero de juego. El más evidente es la llegada de los androides; su aparición llevará a nuevos paradigmas.
De repente, los trabajos serán realizados por máquinas y los humanos se dedicarán a enriquecerse culturalmente. Pienso que podría ser la mayor edad dorada de toda la historia, una donde se deje atrás la inmadurez, la erística, y se abrace la heurística. Esto es una posibilidad optimista, claro; también puede retorcerse el asunto de alguna manera.
Recuerdo que Asimov, en una entrevista, hablaba sobre cómo se hizo necesario educar a todo el mundo y el descenso de calidad educativa que eso conllevaba; es decir, de un tutor enseñando a un alumno se pasó a uno enseñando a treinta. Evidentemente, algo así hace que muchas personas se queden descolgadas por diferentes motivos. El sistema, entre otras cosas, intenta homogeneizar lo que en realidad es heterogéneo, y quien está fuera de la campana de Gauss es marginado. Yo mismo pensé que era un inútil durante años, hasta que una psicóloga me hizo ver lo contrario y tuve que aceptar una realidad diferente.
Y eso por no hablar del acoso: una de las personas que más me hizo la vida imposible está ahora en prisión. No entraré en detalles porque es un asunto muy desagradable. Habría preferido que madurase e hiciese una vida virtuosa, pero supongo que ese camino era invisible para alguien así. Lo evidente es que el acoso es otro problema grave y está creciendo, al parecer. Me parece un error quedarse en valoraciones cuantitativas e ignorar las cualitativas; es decir, alguien que tortura a un compañero no debería triunfar académicamente.
¿Se puede mejorar, pues, la educación? Sí, sin duda: basta con volver al modelo que elogiaba Asimov, lo cual podría conseguirse gracias a las máquinas. Imagina a un pequeño androide acompañando a un niño, mostrándole la naturaleza y enseñándole al tiempo que juega con él. Hablamos de un maestro perfecto, uno con paciencia infinita que explicará un concepto las veces que sean necesarias, y que además protegerá al niño de todo peligro o lo reprenderá en caso necesario. Por supuesto, el alumno se relacionará con otros y hará amigos humanos; aunque siempre bajo la supervisión pasiva de los androides. Eso cortaría de raíz cualquier tipo de abuso.
Una educación así elevaría la ética y la cultura de la humanidad hasta unos límites que no podemos imaginar, nos llevaría a un posible mundo utópico, o al menos a uno muy superior al actual, porque ya ha quedado claro, espero, que las ideologías no son la salvación; la salvación está en nosotros mismos. Sólo hay un problema: quizá algunos niños establecerían un vínculo sentimental muy intenso con sus maestros y pasarían a depender de ellos incluso durante la vida adulta. Habría que buscar la manera de paliar esto. Se me ocurren varias ideas: deshumanizar un poco la personalidad del androide —que no se comporte igual que un niño—, darle una estética amigable pero inhumana y limitar el tiempo que el alumno pase con él.
Hay que tener en cuenta, también, que el niño crece tanto física como emocionalmente y su amigo artificial no; en consecuencia, el vínculo se iría debilitando.
Todo esto tiene buena pinta, ¿no? Me gustaría entrar en una máquina del tiempo y visitar el futuro distante, sonreír al ver que las cosas han cambiado para bien. Ahora mismo me cuesta no pensar en los marginados, los descolgados, los «Goonies» que se mueven en la periferia y sobreviven con unas herramientas oxidadas. Estoy seguro de que algún día nadie se quedará fuera. Las diferencias no serán incomprendidas, sino respetadas. Y la ética se situará por encima de todo lo demás.
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