miércoles, 8 de junio de 2016

Coediciones a montones


Supongo que a estas alturas todo lo que rodea a las sospechosas coediciones es una perogrullada, un asunto archiconocido; pero la enorme cantidad que recibí de ellas me dejó tan asombrado que debo quejarme un poco; no mucho, sólo lo suficiente para no caer en la tentación de subirme a un Sherman y buscar pseudoeditores. 

Unos meses atrás, cuando aún buscaba editoriales pequeñas que se atreviesen conmigo, recibí un mensaje que me dejó el pelo completamente blanco, como el científico de Regreso al futuro. Comenzaba más o menos así: «Querido autor, gracias por confiar en nosotros. Enviaré su texto al comité de lectura y en dos semanas recibirá su respuesta». ¡Dos semanas! Seguro que ese comité está compuesto por androides... o no existe. Aunque yo ya me veía venir el timo y pensé en mandarles cariñosamente al cuerno, opté por esperar. Quién sabe, lo mismo sí que es verdad eso de los androides. 

Dos semanas después, tenía una oferta en la que debía vender ciento cincuenta ejemplares en la presentación. Incluso se tomaron la molestia de enviarme el contrato y todo, es decir, de metérmelo por las narices. Tuve ganas, otra vez, de enviarles una respuesta llena de amabilidad y cariño; sin embargo, preferí ignorarles con la esperanza de que se olvidasen de mí, porque yo para ellos debía de ser otro mindundi al que timar, un tipo sin importancia alguna. Y acerté: no volvieron a contactar conmigo. Desgraciadamente, será difícil olvidar lo que me dijeron sobre esos libros que debía vender: «Así los autores se toman en serio la promoción de sus obras. De otro modo se van de picos pardos y se desentienden». 


Ojalá lo anterior fuese una rareza, la excepción que confirma la norma; pero la realidad es que ese tipo de editoriales ha aumentado durante los últimos años, y es increíble hasta dónde son capaces de llegar para meterse a los incautos en el bolsillo. Aún recuerdo una entrevista que le hicieron al editor de Ediciones Oblicuas, donde el tipo afirma ser un defensor del desgraciado juntaletras bisoño. Pobre juntaletras, cómo abusan de él esas editoriales que no le publican... menos mal que ese editor —por un módico precio, claro— llevará su historia a la inmortalidad del papel. Qué justiciero, qué maravilla, casi se me caen las lágrimas. Necesitamos más superhéroes como él. 

El caso es que estos negocios funcionan, pues se aprovechan de la ingenuidad que domina a muchos autores primerizos. Yo mismo habría caído en la trampa si no fuese extremadamente desconfiado. Tuve suerte porque alguien me enseñó una valiosa lección cuando era muy joven; otros la reciben más tarde y con devastadoras consecuencias. Además de la ingenuidad, tenemos otro factor importante: los lectores. La mayoría ignora lo que se cuece dentro del mundillo, y una gran parte hace gala de un axioma devastador: si no está publicado en papel, no merece la pena. Aún más: si un autor no publica en papel, no es un autor de verdad. Podríamos decir que, para muchos, las páginas impresas son la prueba de fuego, el ritual de iniciación; en consecuencia, hay quien se deja llevar y paga lo que sea para que le editen. Así, lleno de orgullo, podrá elevar la nariz hasta el techo y afirmar que es escritor. Y pocos se lo negarán.

Entretanto, yo he tenido la oportunidad de leer varias novelas inéditas que deberían estar publicadas desde hace años. Lo merecen por su calidad, por el empeño y la experiencia que destilan. Es la necesidad de ventas lo único que las deja en la sombra. O vendes, o mueres. ¡Viva el mal, viva el capital!

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